Política de la catástrofe como política de la imaginación

Autor del Texto

Gabriel Saldías Rossel

Académico de la Facultad de Arquitectura, Artes y Diseño de la Universidad Católica de Temuco. Doctor en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada por la Universidad Autónoma de Barcelona, Magíster en Letras mención Literatura y Licenciado en Letras Hispánicas por la Pontificia Universidad Católica de Chile. 

Semblanza del colaborador

Doctor en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada por la Universidad Autónoma de Barcelona, Magíster en Letras mención Literatura y Licenciado en Letras Hispánicas por la Pontificia Universidad Católica de Chile. 

Entre el 2015 y 2017 realizó un posdoctorado en Estudios Latinoamericanos en la University of British Columbia (Vancouver, Canadá), ha publicados dos volúmenes de cuentos (Fricciones, 2017; Cobarde y viejo mundo, 2019) y su área de especialidad son las utopías, el utopismo, los estudios del territorio y la catástrofe. 

Actualmente se desempeña como académico de la Facultad de Arquitectura, Artes y Diseño de la Universidad Católica de Temuco.

Texto

El presente texto busca presentar una breve reflexión respecto al rol que las políticas de la catástrofe juegan en la determinación de los imaginarios futuros en escenarios impredecibles, los riesgos de asumir un falso binarismo opositivo como cierto en la relación catástrofe-imaginación y el potencial creativo de la catástrofe en torno a la gobernanza del porvenir.

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La identidad política de la catástrofe es un problema. Para Claudia Aradau y Rens van Munster, una catástrofe se define como un acontecimiento de carácter devastador que resulta impredecible, incontenible y fundamentalmente incognoscible. En términos concretos, la catástrofe desarticula las convenciones de lo que hasta ese momento era entendido como “el peor escenario posible”, forzando a la población a enfrentarse a “presentes Otros”, que escapan de cualquier predicción causalística. 

La amenaza de la catástrofe, por lo tanto, se erige en realidad como una amenaza al futuro, o a lo que hasta ese momento era concebido como tal. Esto explica que la gobernanza de la catástrofe sea esencialmente modélica y proyectual, centrada en formular conjeturas creíbles sobre futuros impredecibles. La eficacia, sin embargo, será siempre parcial, pues la condición de posibilidad de la catástrofe es la indeterminación; el punto ciego de la probabilística que le preexiste como potencia inmanifiesta.

Por esta razón es que las políticas de la catástrofe se articulan como repertorios de reglas que regulan, a veces de manera bastante desenfadada, lo que resulta aceptable de esperar en condiciones inaceptables. Las experiencias que Rebecca Solnit recupera en “A Paradise Built in Hell” reflejan tanto el lado negativo como positivo de ese quiebre radical con la realidad que la catástrofe inserta en el contínuum temporal de una comunidad, atendiendo de manera bastante elocuente a esa sensación de suspensión temporal y de futuro en fuga que mantienen los sobrevivientes de terremotos, explosiones y atentados terroristas. Sometidos ante la experiencia de la catástrofe, pareciera sugerir Solnit, los fundamentos de la política probabilística mutan y se abren a la experimentación, al verdadero potencial creativo de la supervivencia que las convierte en políticas de la imaginación; un set de reglas dinámico y emergente cuya finalidad no es obtener conocimiento sobre lo desconocido, sino producir condiciones de realidad a partir de lo desconocido.

En situación de catástrofe, las políticas de la imaginación se convierten en herramientas de gobernanza en la medida en que asumen la incertidumbre como su punto de partida para reconfigurar el mundo a nuestro alrededor. No se trata solamente de reconstruir la materialidad destruida, sino de atender al hecho de que toda catástrofe es fundamentalmente un hecho social, como plantean Aradau y Van Munster; es decir, un evento que obliga a repensar el tejido social que se ha rasgado, estableciendo regulaciones no para hoy, sino mañana. A una conclusión similar llega Matthew Wolf-Meyer en “Theory for the World to Come” cuando descubre en los imaginarios fílmicos y literarios de los últimos treinta años las medidas de gobernanza que imperan hoy en ciertos sectores de Estados Unidos.

Sin embargo, aunque resulta atractivo pensar en una oposición binaria entre imaginación y catástrofe, lo cierto es que ambas experiencias se nutren mutuamente, dado que como ya ha advertido Ernst Bloch, imaginar un mejor futuro no implica necesariamente crearlo. Bien puede suceder lo que sugiere Wolf-Meyer, en donde los imaginarios que creamos a partir de la catástrofe funcionan como material para nutrir políticas de control de riesgo y crisis que, en sí mismas, pueden sembrar las semillas de potenciales catástrofes futuras.

Más convincente -y útil- resulta entonces comprender las políticas de la catástrofe como políticas de la imaginación sometidas a la tranquilidad de un presente que ha olvidado ya la urgencia que le dio forma, obligándonos a considerar los límites que hoy le asignamos a un futuro que escapa de cualquier consideración o modelo de análisis 

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