¿El desastre como oportunidad? La centroizquierda y el Vajont

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Gianni Silei

Doctor en derecho por la Universidad de Castilla-La Mancha. Profesor de Historia del Derecho y de las Instituciones en la Universidad Autónoma de Madrid.

Semblanza del colaborador

Gianni Silei es doctor en Historia de la Sociedad Europea por la Universidad de Pisa (Italia). Actualmente se desempeña como profesor de Historia Contemporánea en la Universidad de Siena (Italia). Además, es vicepresidente de la Fondazione di Studi Storici “Filippo Turati” (Florencia, Italia), y coordinador científico de SORGET, Centro Studi sulla Società del Rischio e Gestione del Territorio. Sus intereses de investigación abarcan la Historia del movimiento obrero, la Historia de las políticas de protección social y del Welfare State, la Historia de los riesgos y de los acontecimientos naturales y tecnológicos. 

Es autor de varias publicaciones, entre las cuales destacan: “Un banco di prova. La legislazione sul Vajont dalle carte di Giovanni Pieraccini (1963-1964)”, Manduria-Bari-Roma, Lacaita, 2016; “La società del rischio”, en “Società del rischio e gestione del territorio” (Coord. Gianni Silei), Pisa, Pacini editore, 2020; “Technological Hazards, Disasters and Accidents”, en “The Basic Environmental History” (Coord. M. Agnoletti, S. Neri Serneri), New York-Dortrecht-London, Heidelberg, 2014.

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Acabada la Segunda Guerra Mundial, y luego de un largo proceso burocrático administrativo, se autorizó a la sociedad hidroeléctrica SADE (Sociedad Adriática de Electricidad)  para que construyese en el valle del Vajont, que toma el nombre del homónimo riachuelo que la atraviesa y se encuentra ubicada a pocos kilómetros de Pordenone, una de las principales ciudades del Friuli Venezia Giulia, región norte occidental de la República Italiana, una gigantesca represa de arcos en cemento (la más alta al mundo por aquel entonces), con el objetivo de crear un depósito hídrico y producir electricidad. 

El valle del Vajont era coronado por el perfil del monte Toc. La noche del 9 de octubre 1963, a las 22:39 horas, un desprendimiento rocoso de aquella montaña hizo precipitar en el embalse (que en aquel momento contenía 116 millones de metros cubos de agua) 300 millones de metros cubos de tierra, rocas, gravas y otros materiales. La represa no sufrió ningún daño, pero el alud generó una inmensa ola que una vez superada la pared de cemento se rebalsó sobre los centros habitados que estaban situados en el valle, provocando muerte y destrucción.

El pueblo de Longarone fue casi totalmente arrasado y, el mismo destino, lo sufrieron muchos de los pequeños núcleos urbanos aledaños. El área azotada por la ola se convirtió en pocos instantes en una tierra desolada. Todas las carreteras y líneas de ferrocarril fueron destruidas. Las líneas telefónicas y telegráficas terminaron inservibles. El número de vidas humanas perdidas por el episodio fue de: 1917 muertos, entre los cuales, 1450 vivían en Longarone, 109 a Castellavazzo, 158 a Erto e Casso, y otras 200 en otros pueblos. 

El desastre del Vajont no puede comprenderse sin considerar los antecedentes que permitieron la autorización y construcción del proyecto de represa y embalse ejecutada por SADE: un iter empezado en 1943 y que durante sus veinte años de duración puso en evidencia, en distintas ocasiones, el alto riesgo de derrumbes; tanto que las poblaciones locales y una parte de la prensa, en particular el periódico del Partito Comunista de Italia, l’Unità, y su periodista Tina Merlin, denunciaron en reiteradas ocasiones que había un riesgo elevado que una parte del monte se cayera en el embalse. Sin embargo, no obtuvieron mayor tribuna a los cuestionamientos, y menos aún, a las aprensiones y temores que tenían, fundadamente, de la ejecución y puesta en marcha del proyecto. Así, es posible considerar que la construcción de Vajont fue un desastre anunciado, el primero de la historia de la Italia Republicana. 

Una vez que se provocó el desastre de Vajont, el proceso de averiguación de las responsabilidades técnico-gestiónales de la SADE, como también las políticas, fueron una verdadera odisea sin fin. Lo anterior, porque esta empresa, al momento del desastre, acababa de nacionalizarse, lo que complejizó al comprometido gobierno, en aquel entonces de centroizquierda, que debió encargarse de la gestión de la emergencia y del proceso de recuperación. 

El Vajont significó, además, una tabula rasa moral, ya que operó en el plan de la memoria histórica, individual y colectiva: la ola de agua, roca y escombros no canceló solo edificios y personas, sino que arrasó las identidades que conformaban. 

Frente a la consternación de toda Italia, el gobierno quiso convertir el Vajont en una oportunidad para demostrar una discontinuidad respecto a las gestiones y políticas de administración que se habían puesto en marcha con anterioridad, en ocasiones similares, por los mismos ejecutivos. Las medidas legislativas y técnicas adoptadas tenían como norte una rápida reconstrucción, que debía ser el símbolo del renacimiento de las comunidades azotadas y de la voluntad del país de superar aquella difícil prueba; y en diciembre de 1963, después de la aprobación de la primera ley para el Vajont, la formación del nuevo gobierno presidido por Aldo Moro, secretario de la Democracia Cristiana, y el traspaso del ministerio de los Trabajos Públicos del democristiano Sullo, que había gestionado la emergencia, al socialista Pieraccini, parecía demostrar rotundamente dicha voluntad.  

Pieraccini encomendó a un grupo de expertos liderado por una figura de renombre internacional, el profesor Giuseppe Samonà, la planificación de la reconstrucción de los pueblos afectados por la ola destructiva e involucró en el proceso, de la toma de decisiones, a las poblaciones locales. Además, anunció el nombramiento de una comisión ministerial, encargada de investigar, con miras a aclarar rápidamente las responsabilidades. Pocos meses después, empero, llegaron las primeras dificultades: una primera crisis de gobierno, la imposibilidad de la Comisión Parlamentaria, designada para investigar, de redactar un texto unitario, el rechazo de las propuestas de reconstrucción por parte de las comunidades locales. Durante el bienio sucesivo al desastre la situación resultaba aún compleja y de difícil resolución. 

La gestión del Vajont compone un cuadro de luz y sombras. Las operaciones de socorro, si por un lado en varias ocasiones pusieron en evidencia la falta de organización y coordinación de los cuerpos institucionales llamados a gestionar la emergencia, por otro pusieron en evidencia por primera vez en la historia italiana, la gran importancia, y utilidad, del trabajo de los voluntarios. Con todo, y pese a lo indicado, fue solo en 1980, es decir después del sismo de Irpina, que las instituciones aprobaron la ley de Sistema de Protección Civil. Mientras que, con respecto a la reconstrucción urbanística, las interpretaciones fueron discordantes: los centros urbanos fueron reconstruidos, pero desnaturalizando el rostro y la historia de las comunidades. Sin embargo, estas decisiones conllevaron efectos económicos positivos. La mayor crítica se relaciona con la debilidad de los actores institucionales (nacionales y locales) y al clima de confrontación-enfrentamiento que debilitó las relaciones entre centro y periferia – y en ciertos casos también las relaciones internas a las mismas comunidades. Más que una “ocasión perdida” de la centroizquierda, el Vajont, una herida aún hoy abierta, fue entonces una oportunidad no totalmente aprovechada, incluso, un experimento que se quedó sin terminar.