hasta que la historia nos alcance: la indivisibilidad de los procesos históricos y naturales como horizonte de comprensión 

Rogelio Altez

Departamento de Historia de América, Universidad de Sevilla

Semblanza del colaborador

Antropólogo e Historiador, Doctor en Historia por la Universidad de Sevilla. 

Actualmente se desempeña como investigador del Departamento de Historia de América de la Universidad de Sevilla, y como coordinador del “Seminario de Estudios Históricos y Sociales sobre Endemias y Epidemias en América Latina” (Universidad de Sevilla, CIESAS, Colegio de Michoacán). Fue Profesor Titular de la Escuela de Antropología (Universidad Central de Venezuela, 1998-2020); Premio al Libro Universitario (Universidad Central de Venezuela, 2008); Premio Nacional de Historia (Academia Nacional de la Historia, Venezuela, 2011); Premio Extraordinario de Doctorado (Universidad de Sevilla, 2014); Premio Nuestra América (CSIC-Universidad de Sevilla-Junta de Andalucía, 2015). Sus investigaciones se centran en independencias americanas, procesos de vulnerabilidad, sociedad colonial, y Antropología Política. Ha publicado 17 libros de autoría individual, edición, o coautoría y cuenta con más de 90 artículos y capítulos de libros en publicaciones académicas y científicas especializadas. Ha sido profesor e investigador visitante en España, México, Chile, Francia, Colombia y Perú


Micco Spadaro, Largo Mercatello durante la peste a Napoli, 1656.

La historia es de por sí una parte real de la historia natural: de la transformación de la naturaleza que viene a ser hombre. Las ciencias naturales llegarán a incluir a la ciencia del hombre, lo mismo que la ciencia del hombre incluirá a las ciencias naturales; habrá una sola ciencia.

Karl Marx

Cuando Marx advirtió la unicidad de los procesos naturales y los procesos humanos, la idea ya flotaba en el pensar de la Ilustración desde hacía varias décadas. También se asumía que los fenómenos poseen “un orden y un sentido”, como aseguraba James Hutton en 1795, convencido de sus regularidades, pues aquello que ha sucedido una vez en la naturaleza, decía, volverá a suceder conformando a la Tierra del futuro. Subyace a la teoría de Hutton la noción del retorno de los fenómenos, lo que conduce a comprender que un evento liberador de grandes cantidades de energía y protagonista de severas destrucciones retornará en el tiempo y en el espacio. Este es el principio elemental de la prevención. No obstante, sin el conocimiento histórico de ese comportamiento, poco y nada podrá hacerse al respecto (imagen 1). 



Los primeros pasos hacia la compilación de información sobre fenómenos se dieron con la catalogación de terremotos, algo que ya asomaba a inicios del siglo XVIII. En 1734 se publicó en Lima la Nueva observación astronómica del período trágico de los Temblores grandes de la Tierra, de Juan de Barrenechea, quien unos años antes había estimado el retorno de los terremotos según un calendario solar y lunar “ajustado puntualísimamente al Meridiano de Lima” (imagen 2). Luego del sismo de Lisboa en 1755 se editó la Historia Universal dos Terremotos, de Moreira de Mendonça, el primer catálogo moderno. Ya en el siglo XIX la fiebre por la catalogación empujó obras colosales como las de Alexis Perrey, Robert Mallet, John Milne o Montessus de Ballore. Esa vocación compilatoria por el pasado remoto de los temblores no sobrevivió indemne a la entrada del siglo XX (imagen 3).

La especialización del conocimiento científico, también surgida en el siglo XIX, barrió las pulsiones integradoras de la Ilustración. La Historia, la Antropología y la Arqueología se enfocaron en la comprensión del pasado, cada una a su manera, y olvidaron rápidamente el reclamo de Marx sobre construir una sola ciencia. El conocimiento técnico de las ciencias aplicadas, además, convirtió a la mirada científica sobre la naturaleza en un ámbito rotundamente alejado de las teorías sociales, acusadas de subjetivas y sospechosas de no hacer ciencia. Ese divorcio epistemológico creó mundos desconectados en apariencia. Para las ciencias sociales, la naturaleza era un marco referencial donde las sociedades humanas hacen la historia, mientras que para las ciencias naturales los seres humanos sólo podrían ser objeto de estudio biológico y médico, o meros testigos del mundo natural.

Imagen 1. “Apocalipsis”, por Hans Burgkmair en 1523, basado en las traducciones del Nuevo Testamento realizadas por Martin Lutero. Se trata de la apertura del Sexto Sello. Personas tratan de protegerse de la caída de estrellas ardientes mientras un terremoto destruye una ciudad. La idea de una naturaleza determinada por la voluntad divina ha conformado la comprensión de la realidad en la cultura Occidental por muchos siglos. Imagen resguardada en el British Museum, Prints & Drawings, sig. 1909,0403.31

Imagen 2. “Apogeo de los planetas”, dibujo con el que Juan de Barrenechea cerraba su libro Nueva observación astronómica, última página.

El estudio científico de la naturaleza puso el foco en los fenómenos, en sus manifestaciones y en sus leyes. Los investigadores abrazaron al empirismo y la verificación como derroteros de verdades irrefutables y ya no dejaron margen a la idea de unidad entre los procesos humanos y la naturaleza. Hasta los arrebatos humanistas de los físicos cuánticos y los relativistas se perdieron en el remolino centrípeto de la verificación y la experimentación. Cuando las ciencias sociales avanzaron sobre el estudio de los desastres, tan tarde como en las últimas décadas del siglo XX, muchos historiadores y antropólogos naufragaron al llamarlos “naturales”. Otros que creen haber superado ese común equívoco se atascan en la descripción de las “catástrofes históricas” o apenas divisan las “respuestas sociales” como parte de sus conclusiones, perdiendo de vista a los procesos humanos como objeto de estudio, encerrando sus ojos entre fenómenos.

Lo anterior vale para advertir que la vulnerabilidad, el verdadero quid del problema de los desastres, los riesgos y las amenazas, espera por ser entendido en su rol decisivo. No basta con estimar periodos de retorno o conocer al dedillo las consecuencias de un nuevo cambio climático si no se comprenden analíticamente los procesos que producen, reproducen y profundizan la vulnerabilidad en nuestras sociedades. La especialización científica y el empirismo continúan gobernando los razonamientos y las investigaciones sobre las mayores amenazas que se ciernen sobre nuestra existencia. Valga como ejemplo el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC); su Working Group II, dedicado al “impacto del cambio climático y de la adaptación y la vulnerabilidad relativas a él”, está integrado únicamente por economistas, meteorólogos, paleoclimatólogos, geógrafos o investigadores llamados simplemente “científicos”. Es decir, parece no haber entre sus miembros ningún historiador, antropólogo o sociólogo, si acaso les han considerado. No extraña por lo tanto, que en ese reporte se mencione hasta 130 veces el término “natural disaster”, incluyendo títulos de referencias bibliográficas. En el Glosario de 2019 elaborado por el IPCC, se define a “desastre” como “Alteraciones graves del funcionamiento normal de una comunidad o una sociedad debido a los fenómenos físicos peligrosos que interactúan con las condiciones sociales vulnerables, dando lugar a efectos humanos, materiales, económicos o ambientales adversos generalizados que requieren una respuesta inmediata a la emergencia para satisfacer las necesidades humanas esenciales, y que puede requerir apoyo externo para la recuperación”. En síntesis, dicho reporte reitera el falso mito que lo desastres son el resultado de la interacción de fenómenos físicos peligrosos con la vulnerabilidad. En otras palabras, los desastres tienen que imputarse a “fenómenos físicos peligrosos”.



Mientras el foco analítico siga posado sobre las amenazas, la comprensión crítica de los procesos sociales e históricos que han producido la vulnerabilidad estructural ante este nuevo cambio climático o ante cualquier fenómeno potencialmente peligroso, seguirá siendo materia pendiente. Poco podremos entender sobre riesgos y amenazas si no comprendemos los procesos que las producen, pues la naturaleza en sí misma no tiene la capacidad de amenazar a nadie. Del mismo modo que no existen los desastres naturales, tampoco son naturales las amenazas: su condición de peligros ineludibles resulta de procesos históricos y sociales, un problema estrictamente humano. Cuando la investigación científica comprenda que lo mismo que produce las amenazas produce la vulnerabilidad, habremos dado un paso decisivo hacia la reducción de riesgos. Esto sólo tendrá lugar si las ciencias asumen la indivisibilidad de los procesos históricos y naturales. Marx sigue teniendo razón. 

Imagen 3. Un barco es sacudido por una tormenta, mientras un monstruo se asoma amenazante desde el mar. Dibujo sin fecha, probablemente del siglo XVIII. Los fenómenos naturales liberadores de grandes cantidades de energía han sido tradicionalmente asociados con fuerzas gigantes y monstruosas, eventualmente dotadas de personalidad. Imagen resguardada en el British Museum, Prints & Drawings, sig. 1036326001.

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