La gran inundación de Potosí de 1626 y cómo una metrópolis minera colonial respondió a un desastre hidráulico

Autor del Texto

Julio Aguilar

PhD. Candidate History por la Universidad de California, Davis. Magíster en Historia con Mención en Etnohistoria por la Universidad de Chile y Licenciado en Educación y Profesor de Historia y Geografía por la Universidad de Tarapacá.

Semblanza del colaborador

Julio Aguilar es PhD. Candidate History por la Universidad de California, Davis. En su estudio doctoral, él se ha especializado en la Historia de América Latina e Historia Ambiental. Previamente, él desarrollo un Magíster en Historia con Mención en Etnohistoria por la Universidad de Chile y una Licenciatura en Educación y Título Profesional de Profesor de Historia y Geografía por la Universidad de Tarapacá. Actualmente, desarrolla su tesis doctoral “A Thirsty Colonization. Water and Urban Political Ecology in the Silver City of Potosí (1573-1790)” en que estudia cómo el Imperio Español y los habitantes de la Villa Imperial de Potosí convergieron en una dramática búsqueda y control del agua en los Andes de cuyo resultado dependió el proyecto colonial, la economía mundial y el ecosistema urbano y minero potosino. Actualmente es Becario de la Mellon International Dissertation Research Fellowship (IDRF) otorgada por la Social Science Research Council.

Texto

Este texto examina brevemente la historia de la gran inundación de la Villa Imperial y Cerro Rico de Potosí (Audiencia de Charcas, hoy Bolivia) en 1626. El documento ofrece un contexto general de la ambiciosa infraestructura hidráulica que sostenía al Imperio Español y Potosí, una de las ciudades más grande de América Latina colonial y del mundo temprano moderno. Asimismo, este texto busca resaltar cómo el paisaje minero y urbano de Potosí fue vulnerable a constantes episodios de inundaciones y cómo el estado colonial y los distintos grupos que habitaban esta ciudad respondieron a eventos extremos. El texto es un avance de uno de los temas de la tesis doctoral del autor. 

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Transcurrido el mediodía del 15 de marzo de 1626, reventó la laguna de Kari-Kari, uno de los embalses de la infraestructura hidráulica que sostenía la ciudad minera de Potosí (Audiencia de Charcas, hoy Bolivia). La ingeniería hidráulica de la Villa Imperial y Cerro Rico de Potosí consistió en un conjunto de embalses, denominadas como lagunas, erigidas en las montañas de la Cordillera de Kari Kari ubicada al este de la ciudad. Autoridades y trabajadores, principalmente indígenas, aprovecharon las quebradas de origen glacial levantadas sobre los 4.000 msnm para construir estos embalses que retenían las aguas de las precipitaciones del verano (noviembre y marzo). Las lagunas abastecieron a la ciudad cuya población superó los 120 mil habitantes a inicios del siglo XVII e impulsó las actividades mineras de refinamiento de la plata. La vida de miles de personas y las finanzas del Imperio Español dependieron de estas obras hidráulicas y de las lluvias estivales.

La reventazón de la laguna de Kari-Kari, también llamada de San Idelfonso o del Rey, representa uno de los peores desastres de carácter hidráulico en América colonial. La proximidad de la laguna Kari-Kari con el espacio urbano e industrial minero y su gran capacidad de almacenamiento condicionaron la magnitud de la catástrofe. La laguna se hallaba a corta distancia de la ciudad, aproximadamente a tres kilómetros del centro histórico, la Plaza del Regocijo (hoy Plaza 10 de noviembre). De acuerdo con estimaciones de mediados del siglo XIX, la laguna de Kari-Kari poseía alrededor de 119 mil pies cúbicos de almacenamiento constituyendo uno de los embalses más voluminosos del sistema. Potosinos que sobrevivieron a la catástrofe describieron que aquel día descendieron con furia, durante cinco horas, montañas de agua desde la cordillera hacia la ciudad. Las aguas formaron un aluvión de rocas, maderas y otros materiales siguiendo el cauce del río de Potosí – la ribera de los ingenios- hasta el asentamiento de Cantumarca. Cientos de trabajadores, la mayoría de ellos andinos, fallecieron o quedaron gravemente lesionados. Conventos, casas, puentes, calles, edificios públicos e ingenios mineros quedaron total o parcialmente destruidos con el paso del aluvión y enterrados en el lodazal. El colapso de la laguna de Kari-Kari además liberó azogue (mercurio) y otros insumos mineros utilizados para la refinación de la plata.

La inundación de 1626 no fue el único desastre hidráulico en la historia de Potosí. Potosinos experimentaron múltiples episodios de inundaciones o riesgos de avenidas a lo largo del período colonial. La laguna Kari-Kari había colapsado en el verano de 1600 y la laguna de San Sebastián había reventado en dos ocasiones antes de 1626. Varios elementos confluyeron en el origen de estos desbordamientos como la ocurrencia de irregulares precipitaciones -posiblemente asociadas a la “Pequeña Glaciación”- deforestación de la cubierta vegetal local y el tipo de material y estado de conservación de los embalses. De esta forma, es correcto plantear la catástrofe hidráulica de Kari-Kari como parte de un proceso histórico y ambiental más amplio vinculado a la creación del paisaje urbano- minero potosino a partir de la confluencia entre el Imperio español, la sociedad local y la naturaleza andina.

¿Cómo el gobierno colonial y los distintos grupos sociales y étnicos de Potosí entendieron y reaccionaron al colapso de la laguna de Kari-Kari? La gran inundación de 1626 brinda una puerta de entrada excepcional para explorar cómo una metrópolis colonial respondió a eventos de carácter extremo. El gobierno virreinal y local rápidamente tomaron acciones para reconstruir los ingenios mineros, el espacio urbano dañado y mejorar el sistema de lagunas. Indígenas trabajaron reedificando y ampliando el sistema de lagunas de Kari-Kari hasta el año 1633. La preocupación de las autoridades respondió a la centralidad de Potosí en el marco de la arquitectura del poder y finanzas del Imperio. Como el Virrey del Perú aseveró en los meses siguientes de ocurrida la inundación de 1626, las lagunas de la Villa Imperial de Potosí requerían ser reconstruidas con celeridad dado el bien que sus aguas tenían para la monarquía, el Virreinato y toda la cristiandad. Con ello, la autoridad virreinal evidenciaba el lugar que tenía el agua en la producción de la plata y el lugar que la plata potosina tenía a su vez en el sostén del Imperio, la evangelización, el comercio interno y la economía monetaria mundial.

La reventazón de Kari-Kari tuvo efectos duraderos entre los distintos sectores de la sociedad minera potosina. Los dueños de los ingenios mineros, llamados azogueros, perdieron gran parte de su patrimonio material e inversión. Algunos de ellos también perdieron la vida durante el aluvión. La inundación de 1626 sorprendió a las elites y mineros recuperándose de una grave crisis social en que  distintas facciones de españoles lucharon por el control del poder de la ciudad. No es casual que para el historiador colonial potosino Bartolomé Arzáns y Vela, Dios había liberado las aguas de Kari-Kari para castigar a los habitantes de la Villa por sus permanentes pecados y conflictos. Con todo, la ribera de los ingenios al poco tiempo resurgió gracias a que el Cabildo de la ciudad y los azogueros lograron presionar con éxito a la Corona para recibir ayuda y subvenciones. La tragedia de 1626 impactó duramente a los indígenas y otros grupos menos favorecidos de la ciudad. Cada año, algunas comunidades andinas debían enviar un número determinado de indígenas a trabajar a Potosí bajo un sistema colonial de reclutamiento de trabajo llamado mita. Los indígenas mitayos residían junto a sus familias y otros trabajadores en los barrios o rancherías emplazadas en las proximidades de las faldas del Cerro y junto al cauce por donde las aguas descendieron. Caciques Andinos (líderes étnicos) posteriormente señalaron que pueblos enteros perdieron a sus trabajadores aquel fatídico día de 1626. Además, las aguas colapsaron la red de pozos que abastecían de agua a las rancherías, afectando de esta forma la vida cotidiana de los sobrevivientes. 

La inundación de 1626 cristalizó una especie de ansiedad colectiva entre los potosinos respecto a las lagunas. En distintas ocasiones a lo largo de la época colonial, ellos temieron nuevas reventazones de las lagunas que como una Espada de Damocles se emplazaban por sobre la ciudad. Pero al mismo tiempo, los habitantes de la Villa de Potosí depositaban sus esperanzas en las lluvias y en que las lagunas estuvieran colmadas de agua para producir riqueza y mantener las múltiples actividades de la ciudad. Esto se convirtió probablemente en uno de los rasgos centrales de la experiencia de vida del paisaje minero potosino, vale decir, el temor a la falta absoluta de precipitaciones o a la incapacidad de retener las repentinas y abundantes lluvias del verano andino.


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