Bosques, forestación y gestión del riesgo de desastre

Entrevistado

Pablo Camus Gayan

Doctor en Historia por la Pontificia Universidad Católica de Chile, y Doctor en Etudes sur l’Amérique Latine, por la Université Toulouse II, Francia. Actualmente es profesor en el Instituto de Historia de la Universidad Católica de Chile.

Investigador responsable del Proyecto FONDECYT “¿Despotismo hidráulico? irrigación, organización social y conflictos por el agua en una sociedad en transición al capitalismo. Valle central de Chile. 1856-1914”.

Semblanza del entrevistado

Pablo Camus Gayan es Licenciado en Historia, Magister en Asentamientos Humanos y Medio Ambiente y Doctor en Historia por la Pontificia Universidad Católica de Chile, y Doctor en Etudes sur l’Amérique Latine, Université Toulouse II, Francia. Actualmente es profesor en el Instituto de Historia de la Universidad Católica de Chile. Sus investigaciones se centran en el estudio de la historia ambiental de Chile a través del trabajo interdisciplinario realizado en el Instituto de Estudios Urbanos, en el Departamento de Ecología, en el Centro de Estudios Avanzados en Ecología y Biodiversidad (CASEB) y en el Instituto de Historia de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Es autor y coautor de libros y artículos relacionados con la historia ambiental de Chile.

En vista de su próxima participación en el Seminario Historia&Desastres, el Equipo Coordinador de Red GERIDE quiso conversar con el profesor Camus sobre la explotación de los bosques en Chile y los perjuicios ambientales que determinó.

Texto de la entrevista

Equipo Red GERIDE: Desde una perspectiva histórica, ¿Cuáles han sido los efectos más negativos de la sobre explotación de los bosques en nuestro país? y en su momento ¿se hizo algo para remedar sus perjuicios ambientales?

P. Camus: Al promediar el siglo XIX, la apertura de los mercados mundiales para el trigo chileno intensificó progresivamente el incendio de los bosques nativos situados en la cordillera de la costa de Chile Central e incentivó una prolongada explotación del suelo a partir de una agricultura de secano que dependía de lluvias estacionales capaces de germinar el cereal. Hacia fines del siglo XIX los resultados de estas prácticas evidenciaban una profunda transformación del paisaje, que devino de un bosque nativo probablemente intervenido a un ciclo de explotación intensiva basada en el cultivo del trigo, que terminó erosionando los suelos de aquellos territorios, según observó Federico Albert, quien propuso la forestación de los cerros del país como un medio para detener los procesos de degradación que afectaban a las zonas de secano de Chile central. Realizó una serie de ensayos forestales y experimentos como lo evidencia la actual Reserva Forestal de Chanco y determinó que las especies de pino se adaptaban muy bien en nuestro país por su rápido crecimiento y alta productividad. Su incansable labor permitió la aprobación de la ley de bosques de 1931, que incentivó con beneficios tributarios la reforestación de los suelos de aptitud forestal de Chile.  En los años sesenta del siglo XX, la reforestación se transformó en una épica cruzada nacional, se creó la COREF y la CONAF y en 1974 se aprobó el Decreto Ley 701, de larga vigencia, que otorgó una serie de beneficios a las actividades forestales como, por ejemplo, la devolución fiscal del 75% del costo de plantación. En este contexto, hubo un incremento increíble de la forestación, especialmente con la especie que conocemos como pino insigne o radiata, que transformó profundamente los paisajes, el ambiente y las relaciones de producción en las zonas de secano de Chile central. Hace ya más de cuatro décadas, ésta transformación ha sido profundamente criticada por aquellos sectores que consideran que una plantación no es un bosque, sino, un desierto verde que afecta profundamente los ciclos hidrológicos, acidifica los suelos, sustituye el bosque nativo y afecta la biodiversidad y servicios ecosistémicos de las zonas donde se han implantado los monocultivos industriales, a los cuales consideran como una verdadera tragedia que terminó por sustituir lo que quedaba del bosque nativo de la cordillera de la costa de Chile central por un ecosistema artificial como serían los monocultivos .

Equipo Red GERIDE: Hace un par de años atrás, hubo graves incendios forestales en la zona centro sur del país, y entre los factores que explicaban su voracidad fueron las plantaciones forestales. ¿Consideras que esto fue un factor relevante en la extensión de ese desastre?

P. Camus: Las ciencias forestales fueron concebidas a fines del siglo XVIII por alemanes y franceses de las zonas del norte de Europa, en climas más fríos y lejos del Mediterráneo y de los climas mediterráneos, bajo la idea de monocultivo forestal que permitía cuantificar el bosque y estimar la disponibilidad futura de madera y de una serie de productos derivados del cultivo de árboles. Establecer el valor y renta de los espacios forestales significó profundas transformaciones del paisaje y de los modos de producción de los territorios montañosos. La especie que mejor respondía a la ciencia forestal por diversas ventajas como la adaptabilidad y el rápido crecimiento fueron las especies de pinos, a tal punto que en Francia una variedad de pino era llamada el árbol del oro. No obstante, con el transcurso de las décadas diversos estudios y organizaciones de la sociedad civil han planteado problemas ambientales relacionados con las plantaciones, entre otros, la alta combustión de las plantaciones forestales especialmente las de pinos y eucaliptos, que se han masificado en el último tiempo. En términos generales, este modelo forestal fue expandiéndose por ejemplo a España y Francia mediterráneas y a otros lugares con climas similares como es el caso de Chile, espacios donde la especie en un clima seco podía significar algo así como “tirar bidones de gasolina en pleno monte”, según expresó Fernando Parra en el diario español El País en 1985. En este sentido, dada la experiencia histórica comparada, los monocultivos pueden haber sido un factor relevante en la rápida expansión del incendio. Estimo que la pregunta de fondo es, a esta altura y ante la evidencia, cuanto contribuyen los extensos monocultivos forestales a la sostenibilidad de los territorios, según se planteó en el siglo XIX y XX, para finalmente legitimar esta gigantesca transformación ambiental como fue la pinificación de la cordillera de la costa de Chile central.

Equipo Red GERIDE: Uno de los problemas de la sobre explotación de los bosques es la pérdida o degradación de los suelos. ¿Cuándo comienza a tomarse conciencia de este problema en el país? y ¿Han sido adecuadas las políticas que se han aplicado al respecto?

P. Camus: Desde tiempos inmemoriales la zona central de Chile y a la llegada de los conquistadores españoles ha sido un territorio predominantemente semiárido, con vegetación y bosques adaptados al clima y compuesta preferentemente por espinos, pimientos, boldos y otras especies. Tempranamente, en las actas del Cabildo de Santiago, se advierte sobre la disponibilidad de madera y leña y la necesidad de regular y controlar su uso. No obstante, en las áreas cordilleranas, por ejemplo, en la cordillera de la costa, conforme se avanzaba hacia el sur es probable que estos bosques fuesen más predominantes y densos mezclándose también con los bosques de las zonas de más al sur. Este bosque fue sometido a múltiples intervenciones, ya desde el período colonial. El denominado “denuncio de bosques” permitió a los mineros a ingresar a los predios de los agricultores para llevarse el bosque a las faenas mineras. Por otra parte, la tala de los mejores ejemplares y el fuego fueron un enemigo implacable de los bosques y los espacios forestales en el siglo XIX y XX. En este contexto las tensiones y conflictos en torno al uso de los espacios forestales ha sido una constante histórica que ya en la década de 1870 comienza a ser regulada por una serie de consideraciones que podríamos denominar ambientales. La discusión sobre la propiedad de los bosques es significativa en tanto a nivel nacional se estaba definiendo los derechos de acceso y propiedad de recursos de uso común como eran hasta entonces los bosques, las veranadas, el mar y el agua dulce. Acorde con la transición de nuestra sociedad hacia la modernización capitalista históricamente las políticas de Estado han favorecido la privatización de los recursos de uso común, marginando a vastos sectores de la población y transformando los bienes de uso común de una noción de valor de uso a una de valor de cambio, que implica rentabilizar ese bien común, muchas veces olvidando consideraciones ambientales, sociales y económicas, en un sentido más local o micro.