Fernando Peláez del Hierro

Fernando, te decimos ¿hasta cuándo?, desde el ahora hasta el nunca, que cada cual elija lo que sienta; ¿o es que acaso alguien lo sabe?.

Querido Fernando, te recordamos con dolor en esta extraña y hermosa primavera, a la que comenzamos a asomarnos con ganas renovadas y un miedo desconocido. Amigo, para describirte aquí, de todos los calificativos de lo que has sido, escogemos el de un profesor honesto, en ese sentido bello de la palabra. Nuestro profesor de Etología. Dominado por la inquietud de conocer más, que te acompañó siempre y por encima de muchas otras cosas. Esa que te llevó a “los monos” a esa Primatología que nos acercaste, a la que hiciste crecer y madurar y con la que tú mismo te expandiste por el mundo.

Recuerdos esparcidos a lo largo de más de treinta años. ¡Cómo nos llamaban entonces la atención aquellos chicos de Etología! Diferentes, grandotes, divertidos. ¿Qué raro esto de la Etología? ¿Qué tiene que ver con la Psicología? Pero qué interesante es lo que nos cuentan de los monos. Rememoramos así y ahora estas palabras tuyas: “cuando estés cerca de un mono y bostece, no te fíes; no está aburrido ni somnoliento, te está amenazando”. Una simple anécdota la que se evoca, sí; pero es que mucho de lo demás ya lo dejaste escrito y está en los papeles. Esos que fueron y que serán leídos por alguien, que han inspirado, inspirarán y que le han impulsado o le impulsarán hacia la Etología, llenando quizás parte de sus vidas con el estudio de los primates y de otros animales. Por ello, gracias a lo que nos dejas. Inmensa generosidad la tuya.

Nos viene esa admiración de ver cómo pese a ser biólogo de formación, llegaste a mostrarnos con tanta claridad la forma en la que el comportamiento de los primates se ajustaba a las teorías de la Psicología Social dominantes. O cómo esos procesos cognitivos tan complicadamente humanos encontraban su correspondencia en el comportamiento de otros animales; esos que tanto amabas. Un biólogo con formación autodidacta en Psicología, al fin y al cabo un inconformista.

Compañero de trabajo en aquellas primeras salidas de campo a Doñana, con tantos estudiantes como ilusión; la manzanilla fresquita cada atardecer, antes de la cena, tras quitarnos la calorina y el polvo de las temperaturas y parajes de por allí. La época de crecer y hacernos mayores, compartiendo el entusiasmo por la Etología, por transmitirla, y por los proyectos que fuimos desarrollando.

Hemos disfrutado de tus empeños, de tus proyectos intentados, cumplidos, de los cafés en la terracita de la facultad, de las cenas con los amigos, algunos igualmente añorados, de tu mala memoria para los títulos de libros y películas, y también, por qué no, de tus regañinas y enfados, que pronto remitían. Tu labor institucional, académica y científica, el hito sin precedentes en España de conseguir, tras mucho pelear, una colonia de primates asociada a una universidad. Todo esto y todo lo que no sabemos ni relatar es lo que hemos tenido la suerte de compartir contigo. Y a ver quién nos lo puede arrebatar. Nadie. Estará en cada uno de nosotros, como esa pequeña gran escuela de primatólogas, como ese carácter concienzudo, detallista, cascarrabias entrañable, muy entrañable.

A ti, que has contribuido tantos años y de tantas maneras a que nuestro paso por este lugar en el que desarrollamos nuestro trabajo sea mejor, será quimérico poder olvidarte.

Hasta siempre grandullón.