Antonio Pardo Fernando Peláez


En las primeras semanas de marzo de 2020, un tsunami entró en nuestras vidas arrasando con muchas cosas que, por conformar nuestro día a día, dábamos por sentadas. Una de las pérdidas más importantes que esta marea ha causado para la Psicología española y latinoamericana, y en concreto para la Metodología de las Ciencias del Comportamiento, es la muerte del profesor Antonio Pardo Merino. Antonio falleció la madrugada del 7 de abril de 2020. Era catedrático de Metodología en la Universidad Autónoma de Madrid. Comunicador y docente extraordinario, ha dejado tras de sí más de 35 años de trayectoria profesional, una abundante y revolucionaria producción académica, un recuerdo imborrable en miles de estudiantes, y un colosal sentimiento de desolación en sus compañeros y su familia.

Antonio Pardo nació en 1959 en Iniesta, un pequeño municipio en la provincia de Cuenca. Desde pequeño destacó como un estudiante brillante. Gracias a ello, a los nueve años fue admitido en el Seminario Menor de Uclés. Unos años después continuó sus estudios en el Seminario Mayor de Cuenca.

Sin embargo, la vida le deparaba un destino distinto al de ordenarse sacerdote. Con 19 años, abandonó el seminario y comenzó a preparar su acceso a la universidad. Ese verano conoció a Puri. Con ella comenzó un noviazgo que algunos años después se convertiría en matrimonio, y que duró hasta el final de sus días. El curso siguiente comenzó los estudios de Filosofía y Letras, con grado en Psicología, en la Universidad Pontificia Comillas en Madrid. En el colegio mayor conoció a Julio Olea. Su afición por cantar juntos (casi siempre Antonio a la guitarra) los llevó a forjar una gran amistad. Sus vidas estuvieron entrelazadas desde entonces. Con los años, ambos se convirtieron en figuras de referencia de la psicometría y del análisis de datos.

En 1983, por su magnífico desempeño académico, obtuvo el Premio Extraordinario Fin de Carrera. Esto le procuró su primer, aunque modesto, salario como académico. Un poco después, en 1988, defendió su tesis doctoral. En 1985 había comenzado a trabajar como Profesor Colaborador en la UNED. En 1987 pasó a ser Profesor Ayudante en la UAM, para después ganar allí una plaza de Profesor Titular en 1989. En esta institución desarrolló el resto de su carrera académica.

Curiosamente, al inicio de la carrera universitaria, Antonio tenía una formación matemática limitada. En sus propias palabras, sabía “hacer quebrados” a duras penas. Sus dificultades con las asignaturas de la carrera con contenido estadístico le obligaron a estudiar por su cuenta todo lo que no le habían enseñado previamente. Tan bien se le dio la tarea que, para el final de aquel curso, sus compañeros le buscaban para que les explicara el temario. Posiblemente, fue entonces cuando Antonio descubrió su excepcional capacidad para transmitir conocimiento a otras personas. El año siguiente se vio explicando la estadística de primero y segundo y, poco a poco, se fue labrando una cierta fama entre sus compañeros (y algún profesor) como excelente docente. Esta forma atípica de acercarse a la estadística ayuda a entender el enfoque académico y docente que después abanderó.

El profesor Pardo supuso una revolución en la enseñanza del análisis de datos. Tal vez debido a su formación filosófica previa, siempre buscó una perspectiva global de los problemas. Consideraba que la Psicología, en tanto que ciencia empírica, construye su conocimiento a base de formular y contrastar hipótesis, y debe recurrir constantemente a los datos empíricos para legitimar las explicaciones que propone. Y la herramienta por excelencia para analizar esos datos es la estadística aplicada. Se representaba el proceso investigador como la construcción de un edificio: la teoría es el plano, y con cada hipótesis contrastada se pone un nuevo ladrillo.

En lugar de centrar sus clases en las peculiaridades matemáticas de los modelos, dedicaba su esfuerzo a hacer entender a sus estudiantes por qué el conocimiento psicológico debe considerarse científico, y cuál es el rol del método estadístico en la construcción de dicho conocimiento: un paso fundamental del proceso, pero no un fin en sí mismo. De ahí que, de acuerdo con Tukey, prefiriera hablar de análisis de datos, en lugar de términos más clásicos en España como psicoestadística o psicología matemática. Esta convicción vertebró su trabajo en las dos áreas por las que alcanzó mayor reconocimiento: sus clases y sus manuales.

De las distintas facetas que componen la labor de un profesor universitario, la que más intensamente disfrutó fue la de docente. Más de treinta y cinco promociones de estudiantes se beneficiaron de su pasión por la enseñanza, y de su capacidad excepcional para iluminar ideas complejas en las mentes de su audiencia. Se cuenta que el renacentista Miguel Ángel Buonarrotti decía que él simplemente liberaba las esculturas eliminando el mármol sobrante que las ocultaba. De una manera similar, Antonio “tallaba” el conocimiento identificando los elementos esenciales del problema, eliminando todo lo accesorio y comunicándolo a los demás con precisión y belleza. Entendía el análisis como una labor artesana, acometida con esmero y rigor. Así, sus clases eran pequeñas obras pulidas durante los años. En una asignatura como el análisis de datos, y en un contexto como los estudios de psicología, conseguía entretener -de hecho, divertir- a los alumnos. El contraste de hipótesis se entendía lanzando monedas; el modelado estadístico, dibujando en la pizarra la pipa (que no era una pipa) de René Magritte. Figuras como Fisher, Cohen, Pearson y Kendall desfilaban sobre la tarima para ser ensalzadas o criticadas, según tocase. Con su personal estilo, inspiró vocaciones metodológicas en varias generaciones que interiorizaron su particular visión, no solo de la estadística, sino también sobre cómo concebirla y enseñarla.

Los manuales de análisis de datos que escribió junto a sus compañeros constituyen obras de referencia para la enseñanza del análisis de datos en muchas de las universidades del ámbito hispano. Estos manuales gozan de gran difusión, incluso en áreas alejadas de la psicología, porque nunca pierden de vista quién es el lector y qué necesita. Y el lector siempre se siente guiado; sabe qué camino recorre y comprende por qué da cada paso. Estos textos producen una complicidad inusitada cuando se trabajan aspectos tan formales, a la vez que transmiten sencillez, rigor y profundidad. Llama la atención el cuidado puesto en cada uno de ellos. Su primer manual, escrito a los 30 años junto a Rafael San Martín, ya destaca por su robustez conceptual y técnica. Desde aquel hasta los tres últimos volúmenes, escritos en colaboración con el propio Rafael y con Miguel Ángel Ruiz, el análisis de cualquier párrafo revela el mimo con que escogía cada término. Su entusiasmo por la precisión del lenguaje llegó a desesperar a algún que otro colaborador, pero contribuyó a convertir sus libros en obras rotundas. A ellos se sumó una extensa producción de artículos científicos.

Antonio encarnaba una rara conjunción de calidez humana, generosidad desmedida, fulgor intelectual, capacidad de trabajo y compromiso ético. En él es difícil disociar lo académico de lo personal. Para quien esto escribe, su trabajo entronca con el concepto aristotélico de praxis. Era una enciclopedia viva del análisis de datos. Impresionaba verlo contestar “al vuelo” a preguntas sobre cualquier problema estadístico: el planteamiento de las hipótesis, los supuestos requeridos, la mejor estrategia analítica en esta o en aquella situación. Este vastísimo conocimiento, sumado a su pasión por divulgarlo y a su generosidad para con los demás, le llevó a ser la figura de referencia a la que consultar cualquier duda estadística, en cualquier estudio, casi en cualquier momento. En ocasiones, bromeaba diciendo que, si hubiera cobrado un euro a cada persona que le preguntaba algo, se hubiera hecho millonario. Era muy habitual encontrarlo acompañado de algún estudiante, doctorando o investigador (tanto de su Facultad como de otros centros) al que estuviera resolviendo alguna duda y, de paso, contando algún chiste.

Compaginó su dedicación docente con un esforzado trabajo de gestión académica. A lo largo de los años ocupó los cargos de secretario académico de su departamento, subdirector del departamento y secretario académico de la Facultad. Su labor de gestión contribuyó a construir un entorno de trabajo agradable y humano para él, sus compañeros, los estudiantes y el PAS. Como Vicedecano de Investigación e Infraestructuras de la Facultad de Psicología, promovió distintas acciones de mejora de la Facultad de Psicología. Una de ellas fue la habilitación de un nuevo espacio para la cafetería. Hoy esa cafetería es el centro de la vida social de la facultad. Antonio estaba especialmente orgulloso de ello; entendía la enorme relevancia de estos espacios en las relaciones informales que tejen nuestras vidas.

Entre 2007 y 2009 tuvo un papel destacado en la creación del Máster Oficial de Metodología de las Ciencias del Comportamiento y Salud. Este título se imparte conjuntamente por la UAM, la UCM y la UNED. Antonio fue el primer coordinador en la UAM. Como tal, llevó la iniciativa desde su institución cuando se realizaron las primeras conversaciones, se firmaron los convenios, y se idearon el plan de estudios y la mayoría de las guías docentes. Hoy en día, este máster es la principal opción formativa en metodología en nuestro entorno. Entre sus egresados se cuentan numerosos académicos que hoy son profesores universitarios en países como Chile, México, Reino Unido y, por supuesto, España. También profesionales de perfiles variados, tales como investigadores en hospitales y laboratorios médicos, investigadores de mercados o desarrolladores de test.

En definitiva, Antonio nos ha dejado un legado maravilloso compuesto por su manera de entender la ciencia y por su manera de entender la vida. Su fallecimiento deja un hueco imposible de llenar para su familia, compañeros y amigos. Intentaremos asumirlo como probablemente lo haría él: con fortaleza, serenidad y, a ser posible, cantando con una guitarra.