LIMOSNA

La limosna, el ayudar, tiene que ver con salir de uno mismo. Pero todo comienza con mirar. Con detenerse a contemplar: los gestos, la mirada, lo que transmite... lo que me toca el corazón. Y a partir de ahí salir de mí mismo para acoger al otro.

Algo de esto tiene vivir desde la limosna. Que somos invitados a dar, pero dar supone renunciar a algo propio. A lo mío. Dar es caer en la cuenta de yo también puedo. Ofrecerse. No se trata de dar mucho, sino de darlo todo. Lo que se tiene, no lo que me sobra. Es poner algo de misericordia en lo que se vive. Una mirada que sabe leer entre líneas, que está atenta a la sed de compasión de aquellos que te rodean. Una forma de relacionarse con los otros de otra manera. No es un dar y recibir continuo. Sino que se trata de hacer a los otros partícipes de lo mío. Compartir lo que tengo. No es sacar de la bolsa, sino sacar del corazón. Es la expresión de un amor, el amor de Dios.

San Ignacio decía que "el amor se debe poner más en las obras que en las palabras". Jesús además nos señala que el amor, la ayuda, que ponga nuestra mano izquierda no lo sepa la derecha. No queramos que el resto sepan lo buenos que somos, tengamos la confianza puesta en que lo importante es que Dios lo sepa. Esto es un alivio, nos podemos despreocupar de mostrar lo que queremos ser y centrarnos en intentar ser lo que nos gustaría ser. 

Plantéate unos instantes cómo puedes concretar esto en tu vida. Intenta ponerte un objetivo para esta cuaresma de ayudar a alguien o alguna causa sin que nadie más lo sepa. Que quede entre Dios y tú. Y Dios, que ve en lo secreto, te lo recompensará.

TODO ESTO DIOS LO PONEMOS EN TUS MANOS