Cuna Tejana
Ricardo Rodriguez
Ricardo Rodriguez
No hay nada
como el soplo de una
baja brisa Tejana
mal-presentada en una
noche de verano húmeda
levantando las cortinas espectrales
que se mueven como muchachas,
vestidas de seda, media-desnudas…
corriendo por el monte
Desde aquí — desde
esta aislada ventana
puedo ver la frontera quieta —
con procesiones musicales
y orchestras y óperas
de chicharras invisibles
Andando con su festival
o triste funeral
A la orilla del cuerpo envejecido y mal-nutrido del gran río,
ya medio seco y sin profundidad.
Aquí hay una nube
más legendaria, más perfecta
que las mismas neblinas de
caracola que circulan
el mismo Monte Olimpo
— Estas nubes fueron pintadas
por un pintor, por un tal Dalí,
o una tal Kahlo,
para que los mismos Arcángeles
salvajes del paraíso
jueguen en ellas y
Nos vigilen desde los cielos— para entretenerse,
Para que bailen y armen
sus castillos de algodón vaporoso,
Para que se bañen y descansen
en hamacas mojadas
Empapadas de sudor.
Y las ninfas silvestres
y Mexicanas, cantándole al
zopilote nocturno y el ratonero plateado,
en una noche, al llegar esa hora gris crepuscular,
La soñolienta madrugada
que empieza ver el destello fino de color
a las flores de pradera y trozos de oro
en el río
Ahí llegó el amanecer,
las nubes anunciaron
sus trompetas con cascadas
de rojo, rosa, y naranja
reluciente por los cielos,
como si hubiese derramado sus acuarelas
por un techo de azul ligero
Y ahí, un cardinal inyectado
con un suero rojizo furioso
se perco en una rama retorcida, respiro
hondo, y dejo salir una serenata
que por un momento pensé
Vino de la boca de mi madre
cantándome una canción de cuna
en aquel tiempo perdido,
En una mañana lejos y remota
tan silenciosa cómo está.