El pensador tiene una historia. En los días pasados, concebí la idea de La puerta del Infierno. Al frente de la puerta, sentado en una roca, Dante pensando en el plan de su poema. Detrás de él, Ugolino, Francesca, Paolo, todos los personajes de la Divina comedia. Este proyecto no se realizó. Delgado, ascético, Dante separado del conjunto no hubiera tenido sentido. Guiado por mi primera inspiración concebí otro pensador, un hombre desnudo, sentado sobre una roca, sus pies dibujados debajo de él, su puño contra su mentón, él soñando. El pensamiento fértil se elabora lentamente por sí mismo dentro de su cerebro. No es más un soñador, es un creador. (Auguste Rodin)
CANTO XXXII (final)
Nos habíamos alejado,
Cuando vi a dos helados en un hoyo,
Y una cabeza de otra era sombrero:
Y como el pan con el hambre se devora,
Así el de arriba le mordía al otro
Donde se juntan nuca con cerebro.
No de otra forma Tideo roía
La sien de Menalipo por despecho,
Que aquel cráneo y las restantes cosas.
“Oh tú, que muestras por tan brutal signo
Un odio tal por quien así devoras,
Dime el porqué -le dije- de ese trato,
Que si tú con razón te quejas de él,
Sabiendo quiénes sois, y su pedido,
Aún en el mundo pueda yo vengarte,
Si no se seca aquella con la que hablo.”
CANTO XXX
De la feroz comida alzó la boca
El pecador, limpiándola en los pelos
De la cabeza que detrás roía.
Luego empezó: “Tú quieres que renueve
El amargo dolor que me atenaza
Solo al pensarlo, antes que de ello hable.
Mas si han de ser simiente mis palabras
Que dé frutos de infamia a este traidor
Que muerdo, al par verás que lloro y hablo.
Ignoro yo quién seas y en qué forma
Has llegado hasta aquí, mas de Florencia
De verdad me pareces al oírte.
Debes saber que fui el conde Ugolino
Y este ha sido Ruggieri, el arzobispo;
Por qué soy tal vecino he de contarte.
Que a causa de sus malos pensamientos,
Y fiándome de él fui puesto preso
Y luego muerto, no hay que relatarlo;
Mas lo que haber oído no pudiste,
Quiero decir, lo cruel que fue mi muerte,
Escucharás: sabrás si me ha ofendido.
Un pequeño agujero de “la Muda”
Que por mí ya se llama “La del Hambre”,
Y que conviene que a otro aún encierre,
Enseñado me había por su hueco
Muchas lunas, cuando un mal sueño tuve
Que me rasgó los velos del futuro.
Éste me apareció señor y dueño,
A la caza del lobo y los lobeznos
En el monte que a Pisa oculta Lucca.
Con perros flacos, sabios y amaestrados,
Los Gualandis, Lanfrancos y Sismondis
Al frente se encontraban bien dispuestos.
Tras de corta carrera vi rendidos
A los hijos y al padre, y con colmillos
Agudos vi morderles los costados.
Cuando me desperté antes de la aurora,
Llorar sentí en el sueño a mis hijos
Que estaban junto a mí, pidiendo pan.
Muy cruel serás si no te dueles de esto,
Pensando lo que en mi alma se anunciaba:
Y si no lloras, ¿de qué llorar sueles?
Se despertaron, y llegó la hora
En qué solían darnos la comida,
Y por su sueño cada cual dudaba.
Y oí clavar la entrada desde abajo
De la espantosa torre; y yo me miraba
La cara a mis hijitos sin moverme.
Yo no lloraba, tan de piedra era;
Lloraban ellos; y Anselmuccio dijo:
“Cómo nos miras, padre, ¿Qué te pasa?”
Pero yo no lloré ni le repuse
En todo el día ni al llegar la noche,
Hasta que un nuevo sol salía a mundo.
Como un pequeño rayo penetrase
En la penosa cárcel, y mirara
En cuatro rostros mi apariencia misma,
Ambas manos de pena me mordía:
Y al pensar que lo hacía yo por ganas
De comer, bruscamente levantaron,
Diciendo: “Padre, menos nos doliera
Si comes de nosotros; pues vestiste
Estas míseras carnes, las despoja”.
Por más no entristecer los me calmaba;
Ese día y al otro a nada hablamos:
Ay, dura tierra, ¿Por qué no te abriste?
Cuando hubieron pasado cuatro días,
Grado se me arrojó a los pies tendido,
Diciendo: “Padre, ¿por qué no me ayudas?”
Allí murió: y como me estás viendo,
Vi morir a los tres uno por uno
Al quinto y sexto día; y yo me daba
Ya ciego, a andar a tientas sobre ellos.
Dos días los llamé aunque estaban muertos:
Después más que el dolor pudo el ayuno.”
Cuando esto dijo, con torcidos ojos
Volvió a morder la mísera cabeza,
Y los huesos tan fuerte como un perro.