Calentando motores
La memoria del detalle, afirman algunos, es débil si no se le hace acompañar de las emociones que propiciaron al testigo aquello que vivió. Así, los testimonios de quienes ya forman parte de la historia del plantel tienen un alto grado de subjetividad que hace más auténtica la narración. Los días, algunos detalles y acaso los años no sean del todo precisos, pero sí lo son las emociones y sensaciones que nos transmiten los narradores de un hecho que ya en ese momento era importante y que ahora se nos muestra como trascendente.
Como si de la gestación de un parto se tratara, nueve meses antes de pisar este plantel ya trabajábamos en el registro y organización de papeles para la primera generación de estudiantes, refiere con un dejo de nostalgia María Azucena Zúñiga Barragán, entonces técnica en Servicios Escolares:
"Hacia julio de 2001, yo y varios otros compañeros ya habíamos sido contratados y trabajábamos en la sede alterna de Iztacalco. Nos acomodábamos como podíamos en lugares muy acotados en espacio, aunque contábamos ya con lo mínimo necesario. Recuerdo que, además de la computadora, teníamos a la mano una mesa blanca pequeña y una caja de cartón con la papelería requerida. Fue muy intenso el trabajo, pero se facilitó mucho porque había entre todos nosotros un gran sentido de colaboración, siempre coordinados por la directora general, maestra Guadalupe Lucio Gómez Maqueo".
Otra pionera, Frida Fabiola Morales Mota, agrega datos a la historia: "aunque para ese entonces la Dirección General del IEMS tenía una sede más o menos establecida, en Periférico Sur no. 5482, muy cerca del centro comercial Gran Sur, nosotros anduvimos algunos meses de un lado para otro, donde nos permitieran trabajar. Como se trataba de sitios prestados, nuestro lugar de trabajo podía cambiar de un día para otro, al cual teníamos que llegar con nuestros propios recursos. Así, recuerdo haber trabajado en centros deportivos como el De la Bola, el de Huayamilpas, una bodega en Santa Ursula Coapa, o de plano en un campo de fútbol de una escuela abandonada que tenía piso de tierra, donde ahora se construyó el plantel Miguel Hidalgo, entre otros sitios. Con todo y eso, nos organizábamos muy bien. Además, para ayudarnos con los gastos, usualmente nos daban un box-lunch igualito al que le daban a la policía metropolitana: un refresco, un sándwich, alguna fruta.
"Cada equipo tenía su estrategia de trabajo, según el lugar al que llegáramos; se armaban las computadoras, se hacían archivos temporales de cartón… Yo y otras compañeras capturábamos de manera muy organizada e imprimíamos los avances graduales para que otros archivaran o cotejaran documentos. Todo muy organizado y eficiente porque el tiempo apremiaba, cubríamos jornadas de nueve de la mañana a seis de la tarde y en muchas ocasiones hasta más horas, pero nadie se quejaba o daba muestras de desaliento".
"Había la sensación de que estábamos involucrados en algo muy importante, y eso animaba mucho a la gente", agrega Braulio Abraham Salazar Buenrostro, asistente administrativo que poco tiempo después habría de participar en labores de acabado o “detallado” del plantel. "Las jornadas se prolongaban porque atendíamos a mucha, muchísima gente que acudía a solicitar información o inscribirse al concurso. Algunos de ellos acudían con un cierto aire de escepticismo: ¿una prepa en zonas marginadas?, ¿dónde se había visto? El trato que les dábamos era cordial, muy humano. Eso nos permitía ganarnos su confianza… y entonces llegaba más y más gente. En buena medida esa era la razón por la cual las jornadas se extendían".
"Yo estaba muy joven", recuerda Gabriela Romero Palacios, entonces técnica administrativa de Servicios Escolares, "y, según me acuerdo, la inscripción la hicimos en una bodega ubicada en la calle Oriente 239, por el rumbo de la Agrícola Oriental, justo donde ahora está el plantel Iztacalco. Era un lugar enorme, con ventilación de tipo industrial, lleno de escombros, lóbrego, oscuro y frío. Ahí despachamos a mano, en un cuaderno, la inscripción de por lo menos 150 estudiantes. Toda una aventura", puntualiza la actual responsable del área de Servicios Escolares.
"Pienso que, como entonces no teníamos un lugar fijo de trabajo y no había más que unas sillas, mesas y cajas, la gente nos tenía cara a cara, sin ventanillas de por medio… Nos daban su confianza", puntualiza Frida Morales. "Lo notábamos de inmediato, la respuesta de la gente era maravillosa, agradecían que se les brindara una opción educativa nueva, fresca y democrática. Ni antes ni entonces había nada así. El impacto social del proyecto era inmediato y evidente".
“¿Y sí tienen validez oficial los estudios?”, preguntaban frecuentemente, recuerda sonriente Gabriela Romero. "A esa avalancha de visitantes algo desconfiados, respondíamos que los estudios no sólo tenían validez, sino que iban a ser muy innovadores; les decíamos además que la construcción de los planteles iba a marchas forzadas y, para disminuir su desconfianza, que se les daría a conocer en muy poco tiempo la clave del Centro de Trabajo de cada plantel, para que vieran que la cosa de veras iba en serio".
"Por otra parte", abunda al respecto Frida Morales, "creo que la desconfianza de muchos se debía a la propaganda y la mala publicidad que daban al proyecto creado por AMLO la mayoría de los medios de comunicación de entonces. No perdían oportunidad para denostar o calificar de mediocres y desorganizadas las nuevas 'pejeprepas', como despectivamente las llamaban".