La madre de Manolete es española y bióloga. Se fue a vivir al Amazonas con toda la familia para seguir investigando árboles y animales. Manolete pasó de ir al colegio en el metro de Madrid a caminar entre la selva para llegar a clase.
El primer día sus compañeros lo recogieron y él los saludó:
–¿Qué tal, tíos? Soy Manolete y vengo de España.
Los niños se quedaron sorprendidos.
–No somos tus tíos y tú no eres nuestro sobrino –respondió Isabela.
Manolete les dijo que así le decían a los amigos en su país, a los parceros (como dicen en Colombia) y empezaron la caminata hacia el colegio.
De camino, Manolete estaba impresionado con todo lo que veía. A mitad del paseo gritó:
–¡Un mono! ¡Nos persigue un mono! ¡Mirad!
Los otros niños se dieron la vuelta y como no vieron a nadie, miraron sorprendidos a Manolete, que caminaba asustado, mirando todo el tiempo hacia atrás.
Los niños entonces tuvieron miedo de que alguien, en efecto, los estuviera persiguiendo escondido entre las plantas de grandes hojas.
–¡Corramos! -gritó Milton.
–¡Siií, corramos! –gritó Manolete.
Llegaron resoplando a la escuela. La maestra les pidió calma porque hablaban todos al tiempo.
–Un hombre nos perseguía –explicó Isabela.
–¿Un hombre? –reaccionó extrañado Manolete.
–Dije que era un mono.
–El color del pelo es lo de menos –replicó Luis.
Un ruido se oyó entre las ramas.
–¡Ahí está! –gritó Manolete aterrado, señalando hacia un árbol cercano.
–Aaah, ese es Chita –dijo la profesora.
Ella comprendió el malentendido y les explicó que en España a los micos les dicen monos y en Colombia un mono es un hombre rubio.
Todos soltaron la carcajada y lo invitaron a conocer a Chita, el simpático acompañante de todas sus caminatas.
–¡Genial, tíos! Ahora quiero compartir con vosotros mi bocadillo para iniciar la mañana.
–Esto no es un bocadillo, esto es salado –dijo Luis.
La profe le explicó a Manolete que el bocadillo colombiano, no es un sánduche sino un dulce de guayaba y entendió que les esperaba a todos un año de muchos aprendizajes y chistosas confusiones.
Un año en el que Chita los acompañaría durante el camino y Manolete los saludaría todas las mañanas así:
–¿Qué pasa, tíos parceros?