Con mi esposa, somos abuelos desde hace casi una década, un «OFICIO» muy entretenido principalmente por la inmensa irresponsabilidad que conlleva y la gran permisividad que viene definida en la descripción del cargo. Si la paternidad y la maternidad fueron un trabajo de tiempo completo, para el que nunca estuvimos realmente preparados y nos tocó aprender minuto a minuto, la «ABUELIDAD» en cambio nos permite ser imperfectos, incorrectos, irreverentes, imprudentes e informales, sin que pase nada. Es un hecho que hoy en día la relación entre los muy jóvenes y los muy veteranos está resuelta fácilmente y se basa en la abdicación del poder de los últimos ante la sublime tiranía de los primeros.
Uno de los retos más comunes que enfrentan los niños es LA INTERACCIÓN CON LOS ADULTOS, predominantes en la mayoría de los eventos familiares. Haciendo cuentas, mi bisabuela contaba fácilmente con una veintena de nietos, mi abuela con una docena, mi madre con siete y yo, con una sola. Las reuniones en mi infancia eran sinónimo de bullicio de primos. Hoy es muy común que los niños se encuentren en la situación de ser el «NIETO ÚNICO» de la familia. Por esta razón es buena idea prepararnos para ser los compañeros de diversión que los niños esperan encontrar en sus abuelos, disfrutar y acoger las grandes diferencias generacionales y comprender que todos los encuentros son oportunidades de aprendizaje, principalmente para nosotros...
Todo enmarcado por un componente esencial: !EL HUMOR!
Algunas sugerencias:
Hay que invitar a señalar con el dedo, repetir palabras chistosamente, hacer sonidos de animales, cambiar las voces según el personaje, salirse del libro y buscar objetos relacionados, turnarse en el diálogo, encontrar mil cosas en las imágenes, alterar las tramas, inventar finales distintos, acercar los escenarios a la cotidianidad, buscar relaciones diferentes de los hechos y los protagonistas, agregar música, movimiento, risas y silencios dramáticos.
Narrar historias con chispa no es tan difícil especialmente si el sujeto de la comicidad es uno mismo. Es bueno recordar aquellas situaciones que en su momento fueron absurdas o difíciles pero que nos hicieron pensar: «algún día nos reiremos de esto».
Una regla de oro debe ser que sólo podemos burlarnos de nosotros mismos y jamás poner en la mira de una historia a ningún niño. Dejar que ellos voluntariamente aporten sus experiencias propias a la conversación y poco a poco aprendan a extraer la comedia escondida en cada situación por muy dramática que nos parezca.
Las palabras permiten jugar con ellas, los malentendidos, los equívocos, las ironías hacen que las historias sean hilarantes. Todos debemos aprender a deshojar las capas de sutilezas que envuelven una situación para comprenderla y perfeccionar la capacidad de recontar la historia con toques de humor verbal.
Las tertulias familiares permitirán a los niños reconocer la forma en que cada uno de los adultos agrega ingenio y condimento a sus historias para convertirse ellos mismos en narradores exitosos.
El comportamiento humano es fuente inagotable de situaciones que merecen ser registradas y convertidas en historias. Una simple sesión de observación de la gente en el parque o en una calle concurrida, puede generar conversaciones interminables.
¿De dónde vienen? ¿Para dónde van? ¿Cuál es su afán hoy? ¿Qué estarán pensando?
Ser contador de historias requiere práctica y dedicación. También hace falta aprender de los maestros y capturar sus técnicas. Los juegos de palabras, los chistes de una sola línea, los chascarrillos y otras formas de humor verbal pueden alimentar el repertorio de los niños para ayudarles a romper el hielo e integrarse en los grupos tanto de parientes adultos, como de amigos de su edad.
Tal vez no logremos ser los mejores abuelos, pero al menos podemos ser los peores comediantes. O al revés.