“¡Los perros ignoran su
propio aspecto!”
Dijo un gato circunspecto,
cuando al salir de su casa
aquel can casi lo pisa,
pues era tanta su prisa,
que si no salta lo aplasta.
“Los michos, muy al contrario,
—siguió con su perorata,
el micifuz centenario—:
sabemos cuándo empezamos.
¡Y bien dónde terminamos!”.
El perro, que no era chico
se dio la vuelta de pronto:
“A ver, tú, minino arisco,
¿qué es lo que pasa contigo?
¿No ves que voy afanado?
¿Por qué no me das respiro?”
“Siempre con tu quejadera:
que el chucho esto y lo otro,
que no me miran bastante,
que aquella gata galante
ya no me quiere como antes”.
“¿Por qué más bien
no te apartas de la puerta
en este instante?
¿No ves que voy de salida
a cuidar a nuestro humano,
aquel que nos alimenta
y sí nos quiere de veras...?”.
El gato sacó su garra
con astuta parsimonia;
se relamió los bigotes
y se acomodó la cola:
“No me busques, perro bravo
—dijo con aire importante—
mejor vigila al humano,
no sea que se nos escape,
pues en el último tiempo
lo he visto un poco extraviado
y anda siempre engatusado,
con la vecina de al lado”.
Texto: Sergio Zapata León
Ilustración: Roger Ycaza