Hablar de la risa es tan serio como hablar de la naturaleza humana.
Es una invención nuestra, una respuesta a un estímulo sensorial, un lenguaje que nos permite actuar en el escenario de la vida y reconocernos en la mirada de quienes nos observan hacer maromas y muchos gestos para intentar mantenernos de pie o evitar que las cosas caigan.
Lo cómico, como dice Bergson, es compartido “...como si la risa necesitara un eco”, así que buscamos una audiencia para contarles chistes, historias, anécdotas sobre caídas o equivocaciones, usando toda la expresividad corporal que tenemos al alcance, para intentar representar de manera vívida la experiencia de ese justo momento, convirtiendo aquello en un cuadro de auténtica comedia, que nos permita liberarnos un poco del dolor o la vergüenza que sentimos; distorsionamos la realidad y con una estruendosa carcajada grupal soltamos la carga para seguir andando y mirar con alguna distancia lo que antes nos angustiaba.
Cuando jugamos con amigos, o con los niños y niñas, el tic tac del reloj enmudece y nos permitimos dejar a un lado las convenciones y las obligaciones, inventamos palabras o sonidos, hacemos movimientos repetitivos, cantamos desafinados, imitamos movimientos y onomatopeyas de animales, rodamos por el piso, andamos sin zapatos, todo esto sin preocuparnos, sólo nos ocupamos de estar ahí, ponemos en pausa nuestra rutina para echar a reír.
Se debe decir que los momentos de juego para la risa no se programan, son espontáneos, están ahí al acecho para desacomodarnos y permitirnos vivirlos. Otra cosa son los programas de comedia, los libros de chistes o los cuentos de humor; dosis de risas que buscamos para avivar el espíritu, movilizar las emociones, subir el ánimo y conocer otras formas para abordar la realidad. Lo cómico es también un llamado de atención que nos recuerda que no somos seres inanimados, que no podemos andar por el mundo como máquinas o robots respondiendo a movimientos predecibles, porque de repente: un tropiezo, se nos derrama el café encima o tartamudeamos un poco entonces, aquello que parecía tan estrictamente convencional y programado se desencaja y nos recuerda la flexibilidad que requerimos para ser humanos.
Profesional en Filosofía y Letras. Magíster en Educación
Entre la risa y el miedo hay un escalón. Un tropiezo puede convertirse en carcajada cuando las niñas y los niños suben o bajan las escaleras por primera vez, aprenden a montar en bicicleta o a deslizarse por el rodadero más alto del parque. La apertura al mundo en la infancia se acompaña del movimiento del cuerpo y todo su conjunto de sensaciones.
Entonces, la risa nerviosa de dientes apretados llega con los pasos arriesgados, la carcajada vibrante cae en el aterrizaje del columpio y la sonrisa amorosa y sorprendida abraza a quienes juegan “Este dedito compró un huevito...” durante el desayuno.
El momento en el que la boca y el estómago se conectan para crear la risa han compartido espacios con el miedo, la tristeza y la sorpresa desde el inicio de la vida.
Pensemos en los moretones de la infancia. Unas cuantas lágrimas de dolor se conjuran con “Sana que sana, colita de rana...”, y una que otra vez hay un cierre con tormenta de cosquillas. La risa, el humor y lo chistoso, con todas sus variantes, aparecen en la infancia como un puente para conectarse con otras sensaciones. Apacigua, distensiona, calma, activa y permite seguir el camino o hacer una pausa, así a lo largo de la vida.
Ahora, reírse en la infancia es un acto que sucede especialmente en compañía, ¿en qué momentos aparece una carcajada en tu familia?
El chiste está relacionado con la sorpresa, con una relación inesperada, con aquello que no habíamos visto antes. “Había una vez un pato y una gallina, y el pato se empató”, fue el chiste de mi hermano de cinco años durante un trancón en hora pico. El sentido de la risa en la infancia es tanto lógico como afectivo, pues sin la complicidad de la familia o los amigos ante las ocurrencias de una historia con final chistoso o un juego de manos que se enreda al final, la risa apenas aparece tímida. Aquí hacemos eco en la voz del escritor y músico argentino Luis Pescetti, un genio del humor en la infancia, cuando dice que los adultos somos anfitriones de los niños, compartimos con ellos las historias, canciones y juegos más valiosos. Diría que también somos cómplices del misterio de la risa con las niñas y los niños. Porque entre ella y todo lo demás hay una escalera infinita de palabras y canciones.