Dublín

¡Llegó la fecha esperada!

A partir del 20 de febrero mis cinco sentidos estaban en funcionamiento dispuestos a descubrir las diferentes sensaciones que se ponían ante mí en una ciudad desconocida y que tenía mucho para aportarme.

La vista de los parques, estatuas y monumentos que inundan la ciudad de Dublín dejan unos maravillosos lienzos que quedan reflejados en la retina de quien los ve por primera vez.

El olor de la cebada, la malta y el lúpulo tan característico de las cervezas que allí se elaboran y el aroma que despiden los guisos y las salsas que se elaboran a la hora de la comida permiten ir preparando el cuerpo para lo que se avecina en los días sucesivos.

El gusto de las viandas que se degustan aportan la energía suficiente para hacer frente a las jornadas de trabajo y los ratos de ocio que se presupone van a suceder durante la permanencia en la ciudad.

El tacto de las piedras que nos transportan hacia tiempos pasados y guardan en sus secretos la historia de la ciudad y sus antepasados.

La música irlandesa que llega a nuestros oídos nos hace mover al ritmo de lo que escuchamos, unirnos a los que nos rodean y sentirnos uno más de los habitantes de la ciudad .

Pero además de los sentidos ha habido mucho más. Caminar entre calles e impregnarte de la cultura irlandesa, su historia, sus logros, sus dificultades, su entorno geográfico y político o el sistema educativo.

Sentir los gritos de ánimo de los hinchas de un equipo de rugby, el alborozo por el triunfo o la decepción por la derrota.

Ha sido maravilloso conocer nuevas personas llegadas de diferentes países de Europa con las mismas expectativas que yo y poder compartir nuestras experiencias en un idioma común y diferente al propio. Estrechar lazos y plantearnos proyectos de colaboración conjuntos.

Todo este conjunto de circunstancias han hecho que la experiencia haya sido lo suficientemente grata como para plantearme seguir mi período de formación en otro nuevo país, con otras nuevas personas y con otros nuevos objetivos.

¡Maravilloso!