Desde mi niñez siempre quise tener una mascota aunque tengo hermanas y me divertía con ellas, siempre tuve la ilusión de poder tener una mascota con quien jugar y compartir muchos momentos bonitos. Aunque era muy pequeña y no entendía las razones por las cuales no podíamos tener mascotas siempre me sentía mal el saber que otras personas tenían sus perritos y yo no.
Mi infancia fue muy bonita, salía a jugar con mis amigos del barrio y de la escuela, compartía momentos muy maravillosos junto a mi familia pero cada vez más deseaba poder tener un perrito, hasta que un día del año 2011 mi papá llegó a casa con una cachorra labrador negra llamada Layka ese fue uno de los días más felices en toda mi vida, no pude contener las lágrimas al ver que se me había cumplido mi deseo.
Todos los días al regresar del colegio ella me esperaba muy contenta, movía su colita y por supuesto yo era feliz de poder compartir tiempo con ella, al pasar el tiempo como mi mamá era la que estaba en la casa con la perrita, ella debía limpiarle las heces y darle de comer cosa que para mi mamá resultaba muy incomodo, aunque mis hermanas y yo le dábamos de comer y ayudábamos a limpiar cuando hacía sus necesidades, mi mamá al cabo de los días terminó por cansarse de esa situación por lo cual le pidió a mi papá que la regalara, mi papá al ver el enojo de mi mamá decidió llevarla a un CAI cerca de la casa y regalarla a la policía.
Aún recuerdo con mucho dolor esa noche cuando mi papá decidió llevarse a Layka, sentí que mi corazón se arrugaba, sentí mucha tristeza ya que en poco tiempo me encariñé con la perrita y me hacía muy feliz, duré muchos días triste, no comía, no dormía, se me hacía difícil realizar mis actividades cotidianas pues sentía que no tenía motivo. Durante mucho tiempo viví con la angustia de saber cómo se encontraba Layka y aunque mi papá me mantenía al tanto no podía evitar preocuparme y sentirme triste por no tenerla con nosotros.
Así pasó el tiempo, durante mi adolescencia me empezaron a gustar diferentes cosas pero mi amor por los animales nunca cambió y aunque ya entendía los motivos eso me entristecía pues sabía que mientras viviera con mis papás no iba a poder tener un perrito en casa. Pasaron los años y yo fui creciendo pero aun recordaba a Layka con mucha tristeza, durante mucho tiempo le insistí a mi mamá para que me dejara tener una mascota pero ella siempre me respondía que no, también le pedía tener un gatito pero mis padres nunca me lo permitieron, un día cansada de esta situación les pregunté cuáles eran los verdaderos motivos por los cuales no me dejaban tener una mascota, a lo que mi mamá me respondió y me contó que cuando ella era pequeña tuvo una mascota la cual quiso mucho y falleció, desde esa pérdida mi mamá sufrió mucho y es por ello que no le gusta tener mascotas pues dice que cuando ellos se enferman y no se cuenta con los recursos para brindarles una buena calidad de vida ellos sufren y uno también.
Yo entendía a mi mamá pero aún así quería tener una mascota y no importaba que ellos estuvieran de acuerdo o no, sabía que en cualquier momento cuando se me presentara la oportunidad iba a llegar con un perrito a la casa. Pasó mucho tiempo el cual yo crecí y entendía la situación hasta que un día le regalaron un perrito a mi hermana y decidimos llevarlo a casa, con mucho temor de lo que pudiera pasar aun así mi hermana lo llevó una noche después de que salió del trabajo.
Recuerdo ese día con mucha nostalgia debido a que era un cachorrito muy bonito, sentía
felicidad pero al mismo tiempo tristeza pues ese momento recordé cuando Layka llegó a
nuestras vidas; pero aún así estaba muy feliz sabía que esta vez era diferente y que íbamos
a poder darle al perrito una vida digna ya que lo rescatamos cuando iba a ser abandonado
en la calle, es por ello que decidimos adoptarlo.
Todos en la casa estábamos muy contentos con el perrito, mi sobrino estaba muy feliz de
poder tener un compañero en casa, pasaron varios días y no decidíamos el nombre, se nos
hacía muy tierno para colocarle un nombre que sonara rudo, hasta que por fin decidimos
bautizarlo como Tyson, era un perrito muy tierno, dormía como un bebé, le gustaba estar
encima de mis piernas o de mi pecho, no lloraba para nada, era juguetón y muy curioso, yo
era muy feliz de observarlo y de darle cariño, hasta que un día las cosas empezaron a
cambiar, Tyson no se veía con mucha alegría, se veía como si estuviera enfermo así que
decidí consultar con un familiar que sabe mucho de perritos y me sugirió que lo
desparasitara, así tal cual lo hice, me preocupaba mucho saber que le podía pasar algo.
Al pasar los días mostró mejoría pero llegó un momento en que empezó a convulsionar, no entendía
que le pasaba, me llené de nervios y lo único que hacía era llorar, sentí un miedo inmenso pensé que
Tyson moriría en ese momento, con ayuda de una vecina y de mi familia lo pudimos estabilizar, desde
ese momento no lo perdía de vista, mi temor de que sufriera otra crisis era inmenso.
Pasaron los días y Tyson volvió a convulsionar pero esta vez ya estaba desorientado, caminaba y se estrellaba con las cosas de la casa, comía pero muy poco así que reuní dinero y lo llevé al veterinario, el perrito había bajado de peso, ya no era el mismo que cuando llegó; el médico lo revisó y me dijo algo que no esperaba oír, posiblemente Tyson tenía moquillo y no iba a sobrevivir pues las convulsiones lo llevarían a la muerte, ese día mi corazón se partió, me sentí impotente y muy triste, sabía que hiciera lo que hiciera no lo iba a poder salvar, estaba muy cachorrito y el médico me sugirió sacrificarlo lo cual no acepté, me marché para mi casa y le comente a mi familia lo que pasaba fue inevitable la tristeza que todos sentimos pues es tan poco tiempo Tyson se había ganado el corazón de todos.
Al pasar los días Tyson empeoró, no comía, no veía, se estrellaba con las cosas, no tomaba agua, adelgazó demasiado pero aún así era perseverante, se le veían las ganas de caminar y de luchar contra eso que lo estaba agobiando, pensé en sacrificarlo pero cada vez que lo pensaba se me partía el corazón, así que decidí esperar hasta el día en que su corazoncito dejara de funcionar.
El día 13 de octubre Tyson había tenido convulsiones, después de la última que fue a las diez de la mañana ya empezó a presentar dificultad respiratoria, mientras hacía mis deberes del colegio lo tenía en mis piernas sabía que no estaba bien y que en cualquier momento se me iría para siempre, en un
momento lo acosté en un cojín que le encantaba estar justo al lado mío, cuando lo voltee a ver ya no era capaz casi de respirar, lo alcé como un bebé en mis brazos, podía sentir como se esforzaba para respirar hasta que en un momento su corazón se paró, sentí una tristeza muy grande, aunque era algo que iba a
suceder no estaba preparada para verlo morir, toda mi familia se entristeció por igual, nos habíamos encariñado con el cachorrito en muy poco tiempo, lo
llevé a el patio de la casa de un amigo y lo enterré, desde ese momento mi corazón se entristeció demasiado, se me hacía difícil aceptar que ya no estaría más conmigo y que no dormiría a mi lado.
Es algo que me marcó para siempre, aún lo extraño, lo recuerdo y le lloro y no entiendo como existen personas en el mundo que le hacen daño a unos seres indefensos que solo son ángeles en nuestras vidas, aunque fue poco el tiempo que estuvo a mi lado me hizo muy feliz y siempre lo llevaré en un rinconcito de mi corazón.