Historia

Relatos de la frontera

Cuando tenía 13 años tomé la decisión de partir junto a mi familia hacia Colombia debido a la inminente y creciente crisis económica y social de mi país nativo. Aunque mi viaje no fue de color de rosas, tuve que pasar de las experiencias más complicadas para siquiera llegar a tomar la decisión de partir; aunque ya venía desde hace tiempo la idea de irme del país debido a mi concientización al respecto de la situación nacional, mi decisión se dio en el momento en que mi madre fue asaltada en su propio consultorio, ubicado en el centro del pueblo donde usualmente nos movíamos para todo tipo de diligencias y donde ella ya tenía cierto reconocimiento como la doctora ginecóloga y obstetra que es, del cual tenía todos sus trabajos y equipos comprados con años de esfuerzo y dedicación. No era misterio para nadie que mi madre una persona de clase media alta la cual tenía a su disposición un buen sustento económico, obviamente, objetivo jugoso para extorsionadores, mafiosos e inclusive policía corrupta, siendo esta ultima la causante del robo a mano armada en sus aposentos dado que mi madre ya tenía cierta protección de grupos mafiosos por su servicio a mujeres importantes en esos bajos mundos, aunque no siendo suficiente como para detener ese asalto furtivo.

Mi portada.

La inevitable desesperación y angustia de mi madre la llevó a aceptar mi petición de emigrar al país vecino en búsqueda de oportunidades, por lo que contactó con uno de mis tíos de aquí, Juan Moros esposo de mi tía Jade Becerra tenía un negocio de compra y venta de vehículos y uno de sus colegas se encontraba en la ciudad de Maracaibo terminando un trato, por lo que contactamos con el e hicimos el trato, algo doloroso para mamá y su billetera, que de por sí ya se encontraba destruida por lo que sucedió en su trabajo, ahora tenía que lidiar con el dolor emocional de tenernos tan lejos. Cuando llegó el momento nos preparamos con bastante comida, agua y dinero para el arduo viaje de 24 horas que nos esperaba, despidiéndonos entre lágrimas y con esperanzas de reencuentro.

Varias horas de viaje luego, el hambre y la sed no se hacen esperar, pero no queríamos acabar nuestras reservas tan pronto. En nuestra travesía conocimos personas, lugares, culturas y hermosos paisajes que bien nunca llegué a visitar en mi corta vida. Pasamos muchas alcabalas, llenas de policías cuyo propósito era discorde al de un agente policial, nos cruzamos muchas personas amables que nos hicieron compañía en nuestros cortos paseos y paramos por ahí al medio día en un lindo y rustico restaurante donde una mujer anciana muy amablemente nos atendió, e de admitir que tenía un buen sazón. Muchas horas después, cientos de historias contadas, relatos y juegos de palabras, el cansancio y la incomodidad de la carretera nos hacia mal, queríamos terminar esto ya cuanto antes y entre nuestros momentos de desesperación el tiempo pasó volando, la frontera ya estaba a la vuelta de la esquina. Vaya sorpresa para nosotros cuando vimos aquella escena, cientos de personas caminando con ropas viejas y desgastadas, trayendo niños en sus hombros y cargando maletas pesadas, astutamente nuestro chofer preguntó y analizó.


la frontera está cerrada, no podremos pasar con el carro y no tenemos mucho como para pagar un hotel.


Con determinación puso reversa y nos fuimos por una calle no asfaltada, camino a una de las conocidas trochas. [...]

Llegando a lo que vendría siendo Tibú en aquella lluviosa noche, con la poca luz que el frente del auto nos daba, seguíamos camino a lo que sería el fin de nuestra jornada. Justo antes cruzar, un enorme hueco nos detuvo.

—por aquí pasaron los hombres de Nicolás —afirmaba el propietario de la plancha de madera que hacía de puente, mientras que motos constantemente venían e iban pasando por esta mencionada—.

—Parcero, necesito pasar este carro.

—Nooo mi hermano —entonó con rechazo— yo no puedo hacerte pasar eso, no tengo más planchas.

Evidentemente me comenzó a ganar la paranoia, sin embargo nuestro buen amigo sabía con lo que trataba. Hizo varias propuestas, habló con cerebro y supo que decir y cuando decirlo. Finalmente llegaron a un acuerdo y el hereje sacó la tabla que ocultaba, por lo que pudimos pasar, claramente, con su respectivo costo; llegamos a “Campo Dos” con los bolsillos vacíos.


Sin comida, agua ni dinero, seguimos nuestro camino por los astilleros de Tibú y nos quedamos atrapados en Campo Dos debido a un accidente en el puente (¿realmente oportuno, no?). Riendo pasa el tiempo y jugando olvidas el hambre, algo que aprendí aquella noche, así como también el dicho que reza “si ocupas una mano comienza por tu brazo”; la rabia me carcome cada vez que pienso en el día que una comunidad de bastardos xenofóbicos a los cuales llamaba hermanos le negaron un vaso de agua a un niño venezolano en apuros.


6 y media de la mañana, un rayo de sol como despertador y el sentir de mis lagrimas secas eran mis primeras sensaciones; no perdimos el tiempo y cruzamos ese puente de una vez: el hambre controlado con un cacho e’ pan y un cuncho de refresco por nuestros salvadores que venían en camino desde las 3 de la mañana. Nos despedimos tristemente de Benito, aun no se qué ocurrió con él, espero que haya podido entregar el carro.

Emoción, tristeza, esperanza… un baño de emociones encontradas me rociaban mientras reposaba mi regazo en la puerta del auto de mis tíos y miraba por la ventana con las personas comenzaban sus rutinas diarias, sabía que aquel día una nueva etapa de mi vida comenzó y era momento de vivirla.


¡Muchas gracias por leer!