Historia

MI POLLITO

Esta historia comenzó cuando era un niño en el año 2015, Con una crayola en la mano y la otra apoyada en ella, logré verme en el espejo mientras me pintaba los labios. Me tocó empinarme lo más que pude en diez deditos. Hice boca de pato, pasé la crayola naranja una y otra vez sobre mis labios, pero no me quedaban del color que yo quería. Cada vez que intentaba dibujar un óvalo terminaba con una línea fea en los cachetes. Ya no aguantaba más el dolor en los deditos. ¡Toc toc! Dani, te va a dejar la ruta del colegio si no sales ya mismo, me dijo mi mamá desde el otro lado de la puerta. Abrí la puerta, me sacó del baño y empezó a empujarme para que recogiera la maleta. No se había dado cuenta de que tenía la cara sucia, apenas me miró mientras terminaba su café de un tacazo y buscaba las llaves del apartamento. Cuando nos acercábamos al bus, apreté más fuerte a mi mamá. Quería quedarme en la casa con ella viendo videos de maquillaje en internet. Se volteó, me miró mientras me apretaba los cachetes y me dijo: Todo va a estar bien, mi pollito, No tengas miedo.

En el colegio todos los niños parecían normales. Era igual que en la guardería, pero ahora podíamos usar más juguetes, teníamos todo un campo verde en los recreos y hacíamos más actividades en clase, además de que nos veíamos casi todos los días. La profesora nos enseñó a deletrear palabras, a trazar números y a contar historias. Pero de todas las actividades que hacíamos, mi favorita era la hora de dibujo. Podíamos pintar lo que quisiéramos y luego llevárnoslo a la casa. La primera vez que lo hicimos decidí pintarme, me hice pestañas largas y gruesas, los parpados azules, las mejillas rosadas y los labios rojos; Me veía hermoso.

Como terminé antes de que se acabara la hora, pensé en hacer otro dibujo con marcadores. Puse mi mano sobre el papel y tracé su contorno. Tenía amarillo, naranja, verde, rojo y azul. Iba a pintar sobre la hoja, pero se me ocurrió que podía pintarme cada uña de la mano con un color diferente. Primero las de la mano derecha y luego las de la izquierda. Antes de que pudiera acabar, un niño me quitó el marcador que estaba usando y me gritó: “¡Eso solo lo hacen las niñas, no seas marica!”. Todos escucharon y empezaron a reírse, por donde fuera que mirara había dedos señalándome y risas que no paraban. Escondí la cara en mis manos y me fui corriendo del salón. Ese mismo día, cuando regresé a la casa, mi mamá me recibió con un abrazo gigante, como era lo usual, pero a diferencia de las otras ocasiones, esta fue la primera vez que lloré cuando lo hizo.

Me preguntó muchas veces qué había pasado para que me sintiera tan mal, le mostré las uñas y comenzó a darme besos en la cabeza. Me prometió que las cosas estarían bien, luego me pidió que cerrara los ojos y puso algo en mis manos. Miré qué era: ¡un brillo de fresa y un mini espejo! Salté de alegría y la abracé. No dejes que ningún niño te diga qué puedes hacer, ¿de acuerdo? Muéstrales que eres hermoso, mi pollito me dijo antes de que yo saliera corriendo a maquillarme. El fin de semana tenía a una fiesta de cumpleaños, de una de las niñas de mi curso, Sara les había entregado invitaciones a todos los del curso. Le repetí a mi mamá que no quería ir, pero ella intentaba convencerme de que fuera, pero después de lo que había pasado yo tenía miedo de que todos volvieran a reírse de mí. ¿Por qué no estrenas tu brillo, pollito? Esta sería una gran oportunidad. Además, quedarías muy bonito si te pones el saco rojo, ese que tanto te gusta. Si voy maquillado, no me van a dejar entrar. Sí puedes, confía en mí. Vas a quedar como un pimpollo. Al final dejé que mi mamá me ayudara a alistarme para la fiesta. Mientras me maquillaba se puso a cantar una canción: “Milagro, pimpollo con alas. Tu medida es esa, pimpollo, tu alma…”. Colorete, pestañina, sombras naranjas y brillo de fresa.

Cuando me miré al espejo, sonreí inmediatamente, había quedado igual que las niñas que veíamos mi mamá y yo en los videos en internet. ¿Ya estás listo? me preguntó mi mamá y yo asentí con confianza. En la fiesta de Sara, todos se me quedaron mirando de forma extraña, crucé los brazos y agaché la cabeza. Muchos de los niños estaban bailando y se reían mientras saltaban al ritmo de la música. Yo me quedé sentado comiendo torta mientras escuchaba a unos papás decir que no entendían cómo alguien dejaba que su hijo viniera así a una fiesta. Empecé a llorar porque sabía que esto iba a pasar. ¿Por qué le hice caso a mi mamá? Boté el pedazo de torta al piso y salí de la fiesta. Con las rodillas abrazadas entre mis brazos y los ojos empapados, me quedé afuera escuchando la música. Saqué el espejo que me había regalado mi mamá y me miré: se me había arruinado todo el maquillaje. Alguien se me acercó y se sentó a mi lado. Era Laura, una niña de mi curso que siempre se vestía de morado y se ponía vestidos; se había ensuciado de crema de pastel y estaba tratando de limpiarse. Me preguntó si estaba bien, yo solo la pude mirar y no le respondí. Oye, lo siento por reírme cuando Esteban te llamó… eso. No quería hacerte sentir mal. A mí nadie me quiere, siempre me miran mal. Pues es raro que te maquilles me respondió, pero yo también lo hago. Me quité las manos de la cara y le dije: ¡Yo quiero que me dejen pintarme! Con una sonrisa asintió con la cabeza. Mira, como diría mi tía Susana: te vamos a poner guapetón otra vez sacó de su carterita morada un brillo, una paleta de sombras y unos pinceles. Me puso de su maquillaje con cuidado para no mancharme; se notaba que llevaba más tiempo que yo usando maquillaje. Cuando terminó, me puso el espejo al frente y volví a sonreír. Gracias, Laura

El lunes tenía que volver al colegio. Le pedí a mi mamá que me llevara porque no quería hablar con nadie en la ruta para evitar que me siguieran molestando. Ella me acompañó hasta el salón de clase y se despidió de mí con un abrazo, antes de irse me entregó el brillo y el espejo, pero yo los boté en la caneca del salón. Me senté en el piso junto a los demás niños, algunos me saludaron, pero ya nadie se burlaba de mí. Uno me pasó su juguete de Transformers para que jugara con él mientras llegaba la profesora. Fue como si se les hubiera borrado la mente en el fin de semana. Laura llegó y se sentó a mi lado, me abrazó y me dijo que hoy no me veía tan hermoso como en otros días. En el recreo Laura me pidió que jugara con ella, cruzamos el pasamanos y nos lanzamos en el rodadero. Íbamos a usar los columpios, cuando llegaron Esteban y sus amigos, nos empujaron al piso y empezaron a columpiarse, riéndose. Las niñas les tienen miedo a las alturas, mejor vayan a maquillarse nos dijo Esteban mientras sus amigos nos sacaban la lengua y se reían. Laura me miró, se levantó con furia y sacó algo de su cartera. Empezó a echarles perfume a Esteban y sus amigos mientras ellos salían corriendo asqueados. Les da miedo un perfume, ¡que tontos! les gritó mientras se alejaban. Guardó el arma y me ayudó a levantarme. Empezó a rebuscar en su cartera, no sabía si tenía otra arma o qué otra cosa tenía planeada hacer, entonces sacó un esmalte naranja y me pidió que nos sentáramos en el pasto. Abrió la tapa del esmalte y con el pincel que venía pegado a ella pintó cada una de mis uñas. Ahora sí eres el Dani que conozco. A final del día, cuando nos preparábamos para irnos cada uno a su casa, recordé algo. Le pedí a la profesora que me esperara un segundo antes de mandarme a la ruta, hurgué en la caneca del salón y por fortuna aún seguían ahí. Los abracé y salí corriendo antes de que la profesora me regañara.

Una vez en mi casa, saludé a mi mamá y le mostré mis uñas. Vi cómo se le alumbraron los ojos y empezó a llamarme su pimpollo. Fui a mi cuarto y me senté en mi cama. Saqué el brillo y el mini espejo. Me pinté los labios y pensé en lo que me dijo mi amiga Laura: soy bello y valioso.