PRODUCCIÓN PERIODÍSTICA

Revista Ciudad de Cristal - Taller de Producción periodística - 2023

Argentina en los BRICS

Por Lola Greco

En el día de hoy se dio la noticia de que Argentina, junto con Irán, Etiopía, Emiratos Árabes Unidos, Egipto y Arabia Saudita se va a unir al organismo BRICS, conformado por China, Rusia, India, Brasil y Sudáfrica. 

Pero, ¿que implica que Argentina empiece a formar parte de este organismo? El peso económico de los BRICS no es un dato menor, este bloque representa un 40% de la población mundial, un 30% del territorio, un 23% del PBI,  y un 18% del comercio mundial. Esto le podría permitir a la argentina establecer acuerdos comerciales más sólidos. El oficialismo evalúa que el ingreso a los BRICS va a significar un cambio fundamental para la economía. 


Algunos ejemplos de cómo esta alianza puede potenciar la economía argentina son la posibilidad de comerciar más ágilmente con China y con la India. Estar en este bloque va a brindarle más legitimidad a la Argentina a la hora de comerciar.

 
Sin embargo, la comunidad internacional observa a los BRICS con mucha prudencia, por su mirada rebelde con Estados Unidos y la Unión Europea. Mientras que la intención del bloque es equilibrar la balanza del poder en el mundo, los críticos ponen en duda estas ideas, y dicen que si bien busca un mayor peso en las instituciones del orden liberal, no buscan reformarlo.

En un contexto electoral, más de un político argentino salió a dar su opinión. La candidata de Juntos por el Cambio Patricia Bullrich se opuso fuertemente al ingreso de la Argentina en los BRICS declarando que “No va a haber amigos del poder", y dijo que si ella ganaba las elecciones, bajo su gobierno, Argentina no va a ser parte del bloque. 


Por otro lado, el candidato de ultraderecha Javier Milei se opuso fuertemente con declaraciones tajantes. El dice que bajo su gobierno no se alineará con comunistas y que la mayor alineación geopolítica serán los Estados Unidos e Israel. 



¿Por qué la juventud ya no cree en la política?

Por Caterina Farías

La política parece ser algo cada vez más lejano para la juventud. Tengo 15 años, me interesa la política, y, desde mi lugar de estudiante de un colegio privado de Belgrano, suelo escuchar frases como "de eso no entiendo" o "mejor de eso no se habla".

Me surge preguntar: ¿Quién sí entiende? ¿Los dirigentes políticos? ¿Los mismos adultos que prefieren omitir el tema para evitar discusiones?

Me interesa cuestionar la idea de que la política es una mala palabra y dejar de demonizar lo que implica hacer y hablar de política.

Podemos comenzar por entender a qué nos referimos cuando hablamos de política.

Política: Ciencia que trata del gobierno y la organización de las sociedades humanas, especialmente de los Estados.

No estoy conforme con la definición de Google. Es muy reducida.

Somos seres políticos: lo que hacemos y no hacemos afecta a otros. Cómo me paro frente al mundo, frente a los demás, en el día a día constituye un acto político. Empezar a ver más allá de Alberto o Cristina, Milei o Larreta, es profundizar y cuestionar aquello que parece incuestionable.

¿Hay falta de interés por lo que sucede en el país? ¿Por lo que le sucede al otro? ¿Es indiferente que la policía reprima y agreda a un grupo de personas, que la educación pública esté cada vez más desfinanciada, que la tasa de pobreza esté en aumento, que la riqueza del mundo esté en manos de unos pocos, demasiado pocos? ¿O es que, como no me afecta directamente, no me involucro, no pregunto, no cuestiono nada de lo que sucede a mi alrededor?

Acá encontramos otro de los grandes ejes para pensar la falta de participación política en mi generación: el individualismo. La sociedad, hace décadas, comenzó un proceso de individualización, dejando atrás el pensar colectivamente, como comunidad, y pasando a ver al otro como un enemigo, una competencia. ¿A dónde nos lleva esto? A aceptar la realidad, o mejor dicho, a resignarnos a ella; "es así y punto", no hay nada que podamos hacer. 

Para hacer política, debemos comprometernos con el otro, ya sea cercano o no, pero el compromiso debe estar presente. Las opresiones, brechas y diferencias continúan creciendo y no hacemos nada al respecto. Esta falta de cuestionamiento implica una ignorancia voluntaria que perpetúa la comodidad de no incomodarnos.

También existe un clima de decepción y descreimiento de la posibilidad de un cambio concreto en el rumbo de nuestro país. 

"Más que la esperanza, es el idioma de la furia", escribe Ignacio Ramírez, refiriéndose al movimiento que genera el candidato Milei. Por un lado, tenemos miedo a la política y, por el otro, una juventud que avanza políticamente pero con valores e ideales que antes no se veían en la militancia de generaciones más jóvenes. Hay una frustración acumulada que se utiliza como escape de lo que ha cansado, pero que solo traerá más decepción.

Entonces, existe hartazgo, decepción, desesperanza, furia, pero ¿existe política? 

Siempre hay política, lo que falta es la participación, la intervención, la comunicación y el intercambio. Estamos permitiendo que la individualidad se instale lentamente en la sociedad, y eso no es algo inocente. Hay personas que se benefician de ese individualismo, de esa comodidad, y son precisamente quienes generan discursos llenos de odio, violencia, enojo y resignación. 

Quieren hacernos creer que el verdadero cambio no es posible, que la justicia social es inalcanzable, que la brecha cada vez más amplia entre las clases sociales es algo natural, que el mundo gira en torno a potencias imperialistas y que el esfuerzo es el camino hacia el éxito, aunque para lograrlo debamos pisotear a los demás. 

Nos hacen creer que la política es problemática y que problematizar es algo malo. 

Pero el intercambio, pensarnos en sociedad, en otras palabras, la política, es el único camino para lograr un mundo más justo.

"Si no te queda, el problema serás vos":
la importancia de la ley de talles

        Por Lola Greco

A fines del año pasado tuve una fiesta de disfraces. Sabía que quería tener un disfraz relativamente original y fácil de ejecutar. Así, llegué a la idea de disfrazarme de Betty Boop: tengo el pelo corto con rulos y los ojos grandes. Solo necesitaba unos aros dorados, una liga amarilla y un vestido rojo. Fui una tonta por pensar que iba a ser una tarea fácil.

Faltaban unos pocos días para la fiesta y no había conseguido la pieza más importante: tenía todo lo que necesitaba menos el vestido. Así que fui al lugar en el que creía que iba a poder encontrar uno lindo y barato, la calle Avellaneda.

Empecé a buscar en los lugares de vestidos y noté que todos los vestidos eran muy parecidos entre sí. No solo en los estampados y en los cortes, sino que todos, absolutamente todos los vestidos en los locales eran de un mismo talle. Cuando entraba y preguntaba, la respuesta era una condena: "Son talle único, no se pueden probar y no hacemos devoluciones".

Entonces, seguí caminando, busqué, seguí buscando, hacía calor y me estaba empezando a enojar ver la diferencia entre los maniquíes en las vidrieras y las personas que las estaban mirando. Los locales vendían ropa que le queda a alguien con proporciones muy específicas y que no reflejaban todos los cuerpos que yo veía en la calle.

Habían pasado cuatro horas y estaba transpirada, cansada y, específicamente, enojada. Me estaba quejando con mi mamá diciéndole cosas como "no son vestidos, son servilletas, ¿esto siquiera le entra a alguien?". 

Había visto millones de vestidos rojos, en todos lados, de todas las telas y de todas las formas, pero sabía que ninguno me iba a entrar. Prefería guardarme la vergüenza y la humillación de comprármelo para llegar a casa y que no me quede.

Finalmente, llegué a un lugar en el que había vestidos lindos, pero de talle único, me sobornaron con el "tranqui que cede, se estira" y me compré uno. Con los dedos cruzados todo el viaje a casa, llegué, me lo probé y para mi sorpresa, me quedó. Me quedó el vestido, pero no me quedaron las ganas de volver a comprarme uno nunca más.

Lo que me había pasado no estaba bien. Me empecé a preguntar: ¿no hay una ley que regula la variedad de talles? ¡Sí, la hay! El derecho a la vestimenta es reconocido como un derecho humano. En Argentina, la ley de talles es la encargada de que todxs nos podamos vestir, la ley oficial dice así:

"Se establece un sistema único normalizado de identificación de talles de indumentaria (SUNITI) para la fabricación, confección, comercialización o importación de indumentaria para la población a partir de los doce años de edad".

Según esta ley, todos los locales de ropa (ya sean físicos o por plataformas virtuales) tienen que exhibir clara y detalladamente la tabla de medidas corporales establecidas por el SUNITI.

Entonces, ¿por qué es normal que los locales no tengan talles que representen la diversidad de cuerpos existente? 

No hay nadie que se encargue de hacer que la ley se cumpla. Los comercios funcionan desde una lógica mercantil y la sociedad tampoco presiona para que esto cambie. Entonces se genera un círculo vicioso: por los estereotipos que acompañan nuestra cultura, la ropa es hecha de un solo talle, y esto refuerza estas ideas. Así es como terminamos pensando que cuando algo no nos queda, el problema somos nosotrxs.

Barbie y el feminismo de las niñas

Por Magdalena Brandani

¿Por qué una figura tan polémica sigue siendo reivindicada? ¿Qué nos transmite Barbie a las mujeres?

Recientemente salió el primer tráiler de la tan esperada película de "Barbie" dirigida por Greta Gerwig, protagonizada por Margot Robbie y Ryan Gosling. No son desconocidas las polémicas que genera la famosa muñeca de Mattel y tampoco es extraño el furor y entusiasmo que produce, más que nada, a las niñas pequeñas. A partir de estas emociones y sensaciones de nostalgia que me generó la idea de la película, empecé a recordar los tres momentos clave de mi infancia:

1. El momento en el que vi "Toy Story 3".

2. El día que conocí a Cristina Kirchner.

3. El día que me regalaron mi Barbie favorita.

Si están leyendo esta nota, imagino que no les importa para nada mi primera experiencia en el cine ni respecto al nacimiento de mi pasión por la política. Sin embargo, pienso que el hecho de que entre estas situaciones esté mi muñeca favorita puede interpelar a muchas personas, más que nada a un montón de pibas de cualquier generación. 

Barbie es un fenómeno muy importante porque, a partir de su entrada en nuestras vidas, las niñas pudimos empezar a soñar.

Mis primos y amigos jugaban a ser astronautas, constructores, actores, cocineros, jugadores de fútbol, etc. A mí me correspondía jugar a ser mamá, a cuidar a alguien. Esto fue así hasta el momento en el que apareció mi Barbie actriz, con su propio Oscar. Esa Barbie representaba mis sueños, esa Barbie era alguien más que una madre. Esa Barbie me permitió jugar a ser alguien, no cuidar a alguien.

Más tarde vi mi primera película protagonizada por la muñeca rubia, la cual se convirtió en mi favorita y me hizo desear ser una surfista que se convierte en sirena si tiene ganas.

A partir de ese momento vi a Barbie ser astronauta, presidenta, princesa, hada, bailarina, estrella de rock, fotógrafa, veterinaria, futbolista, modelo, chef, científica, florista y muchas profesiones más.

A pesar de sus impactos positivos en la sociedad, también es un personaje muy problemático. Es una chica rubia, de ojos celestes, delgada y hegemónica. Aunque en sus películas originales había efectivamente personajes de otras etnias o que no sean igual de hegemónicos, Barbie era la única protagonista, lo que establecía un estándar inalcanzable para todos. Hoy en día, Mattel ha lanzado muñecas discapacitadas, negras, latinas, etc. Sin embargo, el hecho de que nuestra Barbie más importante siga siendo la que próximamente será encarnada por Margot Robbie continúa generando inseguridades y estándares peligrosos para el público que la admira. La rubia fue un ícono feminista durante mucho tiempo, pero quedarnos en la idea de que sigue siéndolo por el simple hecho de que hace cosas "de hombre" nos estanca en un feminismo que lucha contra una sociedad patriarcal muy antigua y que hoy en día está en transformación.

A pesar de esto, el hecho de que Greta Gerwig haya hecho una película de este personaje probablemente signifique que lo haya resignificado de cierta forma. De hecho, en el tráiler, podemos ver que Margot no es la única Barbie, actrices como Alexandra Shipp e Issa Rae están encarnando Barbies que son minorías. Además, vimos a Simu Liu (actor asiático) actuando como uno de los dos Kens que aparecen en el avance. 

Esto no quiere decir que Barbie vaya a dejar de imponer estándares poco saludables, pero al ver la marca, el estilo y las otras películas de la directora (Lady Bird, Mujercitas y Frances Ha), podemos entender que es una cineasta a la que le importa la mirada femenina sobre las cosas y nuestra percepción de nosotras mismas. 

Esta nueva versión de Barbie parece tener tanto amor por la muñeca como sus fans, y eso no me parece un detalle menor a la hora de entender cuánto va a criticar la figura de la muñeca de Mattel. Teniendo esto en cuenta, también podemos abrir el interrogante y preguntarnos: ¿tiene el cine la responsabilidad de generar grandes cambios sociales con sus personajes y películas? 

La comunicación no es solamente lineal. Creo que podemos entrar a una sala de cine, sumergirnos en este mundo rosa y de felicidad transportados por el guion de Greta, la actuación de Margot y Ryan, y por el cariño y la nostalgia que nos transmite Barbie a muchos; y, en paralelo, cuestionar los estándares de belleza que la sociedad y ma misma película imponen. Una película puede ser ejemplo por la positiva y por la negativa al mismo tiempo y ahí reside la complejidad de la comunicación.

Tendremos que estar preparados para escuchar mil veces más el eslogan de la película: "Barbie lo es todo. Él es solo Ken", que intenta demostrar que las mujeres existimos y no somos solo un adorno.

¿Cómo funciona el algoritmo de Spotify?
¿Por qué es importante decidir qué escuchamos? 

Por Juana Rodrigo

Spotify es uno de los servicios de música y podcasts más utilizados a nivel mundial. Da acceso a cantidades inimaginables de contenido y cada usuario decide cuáles de estos reproducir en su dispositivo.


Con tantas opciones para elegir, podemos sospechar que no debe ser casualidad a qué contenidos llegamos y cuáles quedan en las penumbras de la fonoteca digital. Es que, efectivamente, Spotify nos "ayuda" creando playlists (listas de reproducción) basándose en lo que solemos escuchar a diario. 

Por un lado, el "Radar de novedades" en donde selecciona canciones que solemos reproducir. Por el otro, el "Descubrimiento semanal" en donde agrupa todas las nuevas canciones de los artistas que seguimos. 


A partir de esto podemos preguntarnos qué criterios usa para saber lo que nos gusta. 

La inteligencia a través de la cual Spotify accede a nuestros gustos tiene un nombre muy popular hoy en día: es un "algoritmo". Pero para entender mejor qué es, lo definimos: es un conjunto de reglas, con el fin de ordenar y procesar datos de una manera mucho más automatizada.

Un algoritmo puede identificar que si se escuchan canciones con ciertas características, es muy probable que haya un conjunto de canciones con características similares que pueden gustarnos.


Los criterios que usa un algoritmo son diversos, pero en Spotify hay tres grandes categorías con las que se guía el sistema. 1) Lo que escuchan otros usuarios que escuchan lo mismo que uno. Es decir, si un usuario A escucha la canción 1 y 2 y un usuario B escucha la 1 y 3, cómo ambos escuchan la 1, a A le recomendaría la 3 y a B la 2. 2) Los textos, tales como, artículos de noticias, en páginas de internet, en blogs que leemos fuera del reproductor musical. Analizándolas puede llegar a relacionarlos con ciertos cantantes o si llega a detectar explícitamente el nombre de uno de estos, nos lo recomendará. 3) En las características "brutas" del audio escuchado, es decir, mide cuestiones como el tiempo estimado de duración, el tempo y el volumen.


Esto no es nada del otro mundo y casi todas las aplicaciones de este tipo de servicios los utilizan. Pero es llamativo que una app pueda tener acceso a las demás para ver todas las acciones que realizamos en el celular.


En las playlists que nombré antes suelen aparecer canciones que no tienen casi nada que ver con lo que uno escucha. Estas suelen ser de artistas muy conocidos, que están asociados a productoras que podrían tener algún contrato con Spotify para que pongan las canciones de ellos en las playlists. Entonces, ¿realmente estamos escuchando lo que nosotros elegimos o lo que las empresas multimillonarias quieren que escuchemos?


Me hago la pregunta de cómo podrían estas "simples" playlists cambiar nuestras preferencias musicales.


Es cierto que las sugerencias que nos ofrece Spotify son un servicio atractivo. ¿A quién no le gusta escuchar música nueva?

El problema es que seguir constantemente estas recomendaciones puede sacarle lugar a otros potenciales gustos musicales de géneros y artistas que son impredecibles mediante un algoritmo. Nos encierra en una burbuja de gustos musicales sin posibilidad de descubrir más allá de esta.


A lo largo del tiempo, la tecnología va a ir tomando más decisiones por nosotros hasta llegar a influir en nuestros ideales y pensamientos.

Puede ser positivo hacer un esfuerzo por dejarle lugar a los gustos que quedan por fuera de un algoritmo que solo nos recomienda lo predecible. Es posible que esta sea una forma de defender, al menos en algunos aspectos, nuestra independencia de la tecnología