Un arcoíris en la oscuridad que brilla con esplendor
Reseña del álbum ‘Back To The Heavy Metal Nights’ (2024) de la agrupación Rack Torment (Cali)
Por: Juan Sabbath (www.bsabbath.com)
Un arcoíris en la oscuridad que brilla con esplendor
Reseña del álbum ‘Back To The Heavy Metal Nights’ (2024) de la agrupación Rack Torment (Cali)
Por: Juan Sabbath (www.bsabbath.com)
En el libro ‘Bienvenidos al Sabbath’ explicaba que el heavy metal underground es «un asunto de identidad. La identidad no es un accesorio, no se puede planear, es algo que se lleva por dentro y florece naturalmente; la identidad es espontánea, surge de la ética con que enfrentamos la vida y de la pasión con que asumimos los retos, en este caso, el reto de hacer historia con el arte de la música» (p. 263, 271 de la segunda impresión). Y ese reto no es fácil, requiere perseverancia y convicción. Implica estar más allá del reconocimiento inmediato y, esto último, quizás sea lo más difícil de lograr. En el caso de la agrupación caleña Rack Torment, la identidad del grupo está sintetizada en la fotografía central de su primer larga duración ‘Back To The Heavy Metal Nights’ (2024), editado por Green Revolution y Witche’s Command Records [sic]. En esa fotografía se aprecia a la bajista Chainsaw (Tatiana Mazo) en una postura que permite ver su brazo derecho con dos tatuajes que son un código semiótico de la identidad del heavy metal: la portada del álbum ‘Sin After Sin’ (1977) de la agrupación Judas Priest (Reino Unido) y el símbolo del Speed Metal introducido por el legendario sello canadiense Banzai Records para identificar los títulos de ese subgénero musical, que se han convertido en piezas de culto para coleccionistas.
Esa identidad que refleja Tatiana Mazo ha persistido en el tiempo y recuerda lo dicho en el libro Bienvenidos al Sabbath: «El underground ha creado un código semiótico que solo es accesible para los más apasionados; los imitadores, víctimas de lo comercial, quedan en ridículo con prefabricados producto de la moda que intentan emular el código verdadero. Además, el metalero vuelve su pasión una forma de vida, la expresa, y la hace pública, pues lleva el metal adentro, en el alma, pero también por fuera, en lo visible, aunque eso le cueste sacrificios y estigmatizaciones. Los que están del lado del artificio, del disfrute sin compromisos, escuchan metal de corbata y niegan su afición en ciertos círculos sociales, los avergüenza. Otros son melómanos interesados por todo el universo musical del metal en la misma medida que por cualquier otro género musical. El metalero da prioridad al metal y está dispuesto a asumir el costo social que eso implica, así quiere ser visto por la sociedad porque esa es su esencia, su única manera de ser consecuente. La distinción es también visible en los eventos de metal underground en contraste con los conciertos masivos. En los primeros hay una identidad más homogénea, un espíritu vibrando al unísono que se exterioriza, que se manifiesta; los segundos tienen audiencias diversas y metaleros de closet» (p. 94, 96 de la segunda impresión). Esa identidad más homogénea y vibrando al unísono se pudo apreciar en la presentación de Rack Torment en Bogotá el pasado 22 de febrero de 2025 (un detallado perfil de la banda en vivo fue realizado por Mandos Bauglir y puede ser leído aquí).
Esta digresión por la identidad del metal es útil para señalar con precisión el contenido conceptual del primer trabajo musical de Rack Torment, un álbum que mirando a la tradición, sabe conjugar el presente, sobre todo en aspectos de producción (por ejemplo, el sonido de la batería), lo que resulta en algo más allá de la simple imitación del sonido clásico. Las voces de Poison Child (Nelson Marín, guitarrista y vocalista principal) dominan con fluidez líneas melódicas de gran variedad y sutileza, por ejemplo, en el noveno corte titulado “Hunter”, para hacer manifiestas unas líricas que van desde alusiones a la Magna Grecia y su célebre instrumento de tortura diseñado para el tirano Falaris de Acragas (“Brazen bull”), hasta homenajes al heavy metal clásico (“Back to the heavy metal nights” o “Take me (like the fire)”) y al Rey de Reyes (“Kingdom of the king”). Este último corte es dedicado a DIO (Ronald James Padavona), curiosamente impreso en el cuadernillo como una sigla (D.I.O [sic]), tal vez para sugerir un deletreo del nombre y aumentar el énfasis de la dedicatoria. “Kingdom of the king” es uno de los mejores temas, haciendo propio el sonido del Elfo Magnífico y construyendo las estrofas a partir de los títulos de los temas “Tarot woman”, “The temple of the king”, “Sacred heart”, “Stand up and shout”, “Stargazer”, “I speed at night”, “Night people”, “The gates of babylon”, “We rock”, “The last in line”, “Kill the king” y “Rainbow in the dark”, este último para crear la bella línea «his rainbow in the dark still shining bright».
Las guitarras a cargo de Zombie (Juan David Jiménez) y el propio Poison Child (Nelson Marín) conjugan riffs y solos de gran calidad bajo el canon del heavy metal clásico, aunque quizás un poco excesivos, en el sentido que señalaba Witchfinder (Tomas Ericson), vocalista y líder de la agrupación sueca Helvetets Port, en uno de sus videos de crítica musical en torno al heavy metal, donde sugiere evitar una postura excesivamente “heavy”, es decir, saturando el uso de los estilemas canónicos del género (solos rápidos y barrocos, gritos alargados y sostenidos). Esos recursos son más excesivos en los solos que en las voces, siendo la única nota criticable del álbum, junto a la apreciación personal de una aversión al sonido moderno del doble bombo y digo personal, porque se que a muchos les fascina, sobre todo desde la escuela Scott Travis en el famoso tema “Painkiller”. El álbum Painkiller sería el mejor de la historia si en la batería hubiese estado Les Binks o Dave Holland, pero insisto, ya son apreciaciones súper subjetivas y hasta anacrónicas. Las líneas del bajo, por su parte, suman dinámica y una ejecución variada en los dedos de Chainsaw (Tatiana Mazo), cuyo virtuosismo hace intrascendentes los dos bemoles que he señalado (uso excesivo de solos acelerados y doble bombo artificial), haciendo las líneas de bajo audibles y entretenidas a lo largo de todo el disco. Igual variedad se encuentra en los platillos, que suenan mucho más ‘análogos’ y humanos que el resto del kit de percusión.
En cuanto al trabajo gráfico, el logotipo de la banda es sólido como su nombre y funciona perfecto. El verdugo con su Gran Hacha medieval a punto de cortar la cabeza del observador tiene un efecto pregnante muy poderoso, que invita a escuchar el disco (al menos eso sentí cuando tomé por primera vez el compacto en mis manos). Buen punto de Felipe Mora, quien además decidió hacer una superposición con una textura que recuerda las paredes acolchadas de la celda de Eddie en el álbum Piece of Mind. Pese a un par de errores de digitación, en general, la gráfica está muy bien lograda. Aunque en Alemania escuché a varios metaleros europeos comentar que los errores en la gramática inglesa de las bandas que no son angloparlantes les resultaban exóticos y atractivos como factor de coleccionismo, siendo escritor y redactor mi recomendación es ser muy exigentes con este aspecto.
En conjunto y con los recursos que he señalado, el debut de Rack Torment es interpelante tanto para los amantes del sonido clásico, como para aquellos que gustan de un sonido más moderno. Su puesta en escena mantiene vivo el poder del heavy metal y refleja el compromiso, la pasión y el esfuerzo ‘por amor al arte’ de sus integrantes. Las mejores creaciones emergen cuando no se busca reconocimiento, sino que la obra en sí es fuente de plenitud y realización para sus creadores, más allá de los factores extra musicales que definen el “éxito” en estos tiempos. Que Rack Torment sea el instrumento de tortura de quienes distorsionan el legado del metal, que ardan en las brazas del toro de Perilo, alimentadas por el fuego eterno de los heavy metaleros de ayer y hoy, jóvenes y viejos por igual, recreando el ritual de las noches de heavy metal ahora y siempre y por los siglos de los siglos.
Juan Sabbath. Bogotá, 13 de abril de 2025.