HASTA EL OASIS SE SECÓ

Por Christopher Cortez

Cuando hablamos de nuestra selección, recordamos la historia hecha desde el 2007 en adelante, con la llegada de Marcelo Bielsa. Triunfos épicos en mundiales, en clasificatorias y ni más ni menos que 2 títulos continentales: el 2015 en nuestro país y el 2016 en EE.UU.

Si hablamos de ‘la Roja’, maravillamos al mundo, que se rinde a los pies de excepcionales futbolistas que supieron representar a la nación en cualquier país, en cualquier continente.

Este efecto, hace que –en las cúspides del éxito— olvidemos lo que está pasando internamente con el fútbol chileno. Invadido por sociedades anónimas que lucran con los hinchas e históricas instituciones, invirtiendo poco y nada en planteles competitivos, con canchas y horarios no aptos para un deporte profesional; violencia en los estadios a la orden del día, y por consiguiente, un desastroso rendimiento en torneos continentales por parte de nuestros clubes representantes.

Hace unos días, se inundaron los medios producto de la histórica derrota de la Universidad de Chile por 7 a 0 ante Cruzeiro de Brasil, y esto es nada más que un fiel reflejo de la distancia a la que estamos a nivel de clubes. Ni siquiera hablando de potencias sudamericanas como Argentina o dicho país, sino con nuestros propios pares futbolísticos

como Ecuador, Colombia o Bolivia. Así lo muestra la Federación Internacional de Historia y Estadística de Fútbol (IFFHS), que en su último ránking –donde se realiza un orden anual de las mejores ligas del mundo, basándose en los resultados de los clubes en competencias internacionales— nos ubica en un vergonzoso puesto 65: 16 lugares más abajo que en el listado de 2017, siendo sobrepasados por toda Sudamérica, exceptuando a Venezuela. No me extrañaría que nos superara: la diferencia es de solo un puesto y nuestra competitividad parece ir disminuyendo año a año.

Un oasis es un paraje ubicado en un desierto donde se puede encontrar agua y, por supuesto, vegetación, recursos escasos en aquellas zonas geográficas. Cómo ven, no vengo a hablarles de paisajes, aunque comprenderán que los resultados de la Selección Chilena –y uno que otro a nivel de clubes como el campeonato de la Copa Sudamericana 2011, así como algunas semifinales coperas— son una especie de oasis en el cual se ha transformado nuestro fútbol: un caramelo para un niño que sufre de hambre, un trago de cerveza para un joven deshidratado.

Claro, es un buen sabor, pero no un remedio, una cortina ante la profundidad de carencias organizativas y de compromiso de nuestros jugadores, que logran que la fórmula de trabajo ‘exigente = resultados’ tome un mayor valor; considerando que anteriormente, bajo intensos entrenamientos y regímenes, hemos logrado nuestros mayores éxitos futbolísticos (Bielsa, Sampaoli, Jozik).

El Oasis se secó. No clasificamos al mundial de Rusia por el poco trabajo de un DT poco riguroso como Pizzi y el proceso de la “generación dorada” terminó. Volvimos a nuestra realidad (dura realidad), pero espero que al menos sirva para sacar conclusiones y mejorar nuestra alicaída base: nuestro fútbol local.