El derecho a la identidad: Marcia Torres

La primera trans de América latina

“Hija ilustre del atrevimiento, metáfora transexuada del mineral humano”, así le recitó Pedro Lemebel a Marcia, una leyenda de la diversidad sexual de nuestro país. Una brava pionera que con o sin intención, es hoy la madre de una lucha que a 50 años de su irrupción, le agradece en cada paso.


POR EMILIO SENN 10/06/2020


En 1970 el gobierno de la Unidad Popular parecía abrir la ventana a una diversidad sexual chilena históricamente golpeada, perseguida y marginada. Un año después de que por primera vez un grupo de homosexuales se reuniera en la Plaza de Armas de Santiago para manifestarse, en 1971 un anuncio en el periódico cambiaría para siempre no solo la vida de una mujer hoy legendaria, sino también el rumbo de toda una comunidad.

Nació por primera vez un 9 de mayo de 1949 en Antofagasta bajo el nombre de Arturo. Su padre era un sindicalista minero, su madre dueña de casa y tenía dos hermanas menores. Su segundo nacimiento, en sus propias palabras, sería más de veinte años después cuando logró cambiar legalmente su nombre a Marcia Alejandra Torres en 1974.

Según sus más cercanos ella quería llamarse Marcela, pero el joven que la atendió en el Registro civil estaba tan asustado y nervioso que se equivocó de nombre. Resulta entendible, eran tiempos difíciles: un Chile acomodándose a punta de escopetazos y censura a la dictadura que tiñó de sangre por años la bandera arcoíris, entre muchas otras cosas, claro.

Entonces, ¿cómo tuvo lugar un cambio de sexo en plena dictadura? Una serie de vacíos legales - tan característicos de nuestro país- permitieron a Marcia apelar a la ley que autoriza el cambio de nombre, justificandolo como un error en su registro de nacimiento.

El camino de Marcia no había sido fácil, lo que puede parecer obvio, pero en una historia de rebeldía, hitos y sorpresas, vale mencionarlo. No terminó el colegio por el incesable y violento acoso de sus compañeros, era un liceo de hombres, y decidió a los 14 años dedicarse de lleno a la peluquería. Su padre, nunca aceptó sus modos amanerados y en varias ocasiones la obligaba a comer en el patio para no tener que tolerar su afeminada forma de ser en la mesa.

La peluquería le dio varias satisfacciones a Marcia en su vida, además de gustarle le iba bastante bien y contaba con una fiel clientela que, en su mayoría, se componía de esposas de mineros. Otra gran amante fue la lectura, una que nunca abandonó ni traicionó, aun cuando dejó sus estudios. Sus amigos la definen como una mujer culta, interesada en la historia, tanto así que luego de leer un reportaje en National Geographic sobre las pirámides de Egipto, demoró más en hacer sus maletas que en comprar el pasaje. Fue precisamente en su afición por la lectura que se encontró con un artículo sobre las primeras transiciones de sexo en Europa, por allá en 1968. Su sorpresa y entusiasmo la llevaron a consumir anticonceptivos para feminizar su cuerpo, hasta que tres años después llegaría la oportunidad a la puerta de su casa.


Fresia, la madre, también compartió su testimonio con los medios de comunicación: “Mi hijo siempre tuvo cuerpo de mujer y toda la familia ayudó para que se hiciera la operación. Lo que diga la gente no nos importa. Sólo queremos que Marcia sea feliz", comentó a Revista Vea en 1974.

La figura de Fresia en la vida de su hija fue clave. El padre de Marcia tuvo intenciones de enviarla al servicio militar en su adolescencia para corregir su comportamiento femenino, pero Fresia se opuso rotundamente, e incluso convenció a su marido de firmar un permiso para que la niña fuera de gira con el ballet de transformistas Blue Ballet a Perú y Bolivia.

Así inició Marcia su carrera como vedette y bailarina en espectáculos de revista, como el Bim Bam Bum y el Picaresque, del humorista Daniel Vilches. “Salía en bikini con plumas, muchas perlas y bailando el mambo”, recordó el dramaturgo y amigo íntimo de Marcia, Pedro Arturo Zlatar, en una entrevista en 2007.

Otra de sus amistades célebres fue con Pedro Lemebel, quien le dedicó “Para Marcia Alejandra exijo las llaves de la ciudad". “Para mis verdes abriles de mariquilla poblador, la Marcia Alejandra era casi Marilyn Monroe, casi Liz Taylor, casi Eva Perón, casi la Venus marica del norte, casi la virgen cola de las arenas que ocupaba las portadas de los diarios, después de que la ciencia médica de un hachazo le había cortado el sobrante masculino, pero le dejó el casi”, escribió el cronista y poeta.

La transición de Marcia terminó en 1982, tras cerca de diez años de un tratamiento sumamente doloroso, tanto física como emocionalmente. Sus amistades dicen que ella nunca se terminó de acostumbrar a su cuerpo, y acabó por acompañar su desamparo con varias drogas.

Para su fallecimiento en 2011, Marcia ya había huído de las luces y el trasnoche capitalino para retomar su carrera como peluquera en Antofagasta, ciudad que la vio nacer una y morir otra luego de un accidente vascular a los 61 años.

La leyenda de Marcia Alejandra es una que prohíbe ser olvidada una vez conocida: la valentía de una mujer provinciana que, en plena dictadura, se levantó frente a todo un país, por su derecho a reconocerse mujer, por el derecho de todo ser humano a la identidad. Es inevitable concluir que en nuestro país le debemos un monumento en la historia a las verdaderas heroínas y héroes, que con su rebeldía y resistencia han construido los cimientos para el progreso más importante: el social. Una de ellas, es Marcia.