Cuento Julián Galeano

Uno de esos


Eres de esos. De esos de los que uno se pregunta: ¿Qué? ¿Cómo? ¿Por qué? Eres de esos de los que uno sabe que son muy lindos, sin entender qué le ven. No se sabe que tienen, qué mueven, qué usan o qué dicen, pero encantan con solo existir. De esos de los que uno dice “pelao’ pa’ lindo”, sin saber lo que tienen de lindos, y aun así siguen siendo hermosos, aunque uno no logre saber por qué. Eres de los que uno desea en silencio, con la boca seca, la respiración grave y el calor en el cuello. 

Y por eso me pregunto qué tengo yo para que me sonrías tanto, para que me mires a los ojos como esperando algo, como pidiendo. Sin embargo, sigues siendo uno de todos esos que bailan con la intención de robar miradas. De aquellos que hipnotizan con su cuerpo, con su boca y con sus juguetonas palabras. Sí, de esos. De los que sin caminar llegan, de los que sin hablar llaman, de esos mismos que sin mirar observan o que sin tocar palpan. Y tú sabes que eres de esos, te gusta ser de esos. Porque se te nota, se te lee en las traviesas miradas, en los labios entreabiertos, en las descubiertas piernas y en la despejada espalda. Y te ríes, te burlas de la pobre existencia humana que sueña con tener cerca tu cara. Te diviertes al ver los dedos tímidos que se aproximan a tu mano y al escuchar la temblorosa e impaciente voz que te dice “Hola ¿Cómo te llamas?”. “Martín” contestas, mientras te llevas la copa a los labios. Y es ahí donde te diviertes provocando, porque sabes que donde se vierte el vino es donde quisiera estar aquel hombre apenado. 

Por eso es que ahora no entiendo… ¿Por qué siento tu mano en mi espalda? ¿Por qué tengo yo tu boca en mi hombro, tu aliento en mi cara? ¿Por qué siento cómo tu cuerpo se empuja contra el mío mientras algo de ti crece bajo las sábanas? Si eres de esos que juegan con las ganas ¿Cómo es que me deseas? ¿Cómo es que juegas en mi espalda? ¿Cómo es que te empeñas en bailar en mi almohada, respirar en mi cuello y presionarte contra mí en esta cama? Bueno, si es que a este colchón en medio de una sala se le puede llamar cama. “Pueden vernos” susurro, aún con tus manos recorriendo mis hombros y bajando por mi pecho, buscando mi ombligo y una entrada. “No se dan cuenta, míralos” musitas en mi oído y con la barbilla señalas a los que duermen en otro colchón al frente, allí en la misma sala. 

¿Habrá sido el vino…la cerveza…o tal vez la marihuana? ¿Es por eso que con hambre me mirabas? ¿Será por eso que me abrazabas más que al resto y también por eso a bailar me obligabas? ¿Podré pensar que con esa intención mi copa llenabas de vino mientras la tuya casi vacía la tomabas? ¿Será esa la razón por la que solo conmigo querías compartir las sábanas? Y aún sin entender nada, siento tus dedos meterse entre mi ropa, buscando mi entrepierna, al tiempo que tus labios devoran mi cuello y tu miembro se restriega en mi cuerpo, a mis espaldas. 

Ahora soy yo quien no deja de verte sin mirarte, y con el recuerdo recorro tu pálida cara. Te recuerdo bajo las luces de colores, con la música alta y la copa entre tus dedos, charlando con un desconocido que preguntaba cómo te llamabas. Te recuerdo sonriendo con picardía mientras el otro bajaba con pena su cabeza y buscaba huir de tu negra y dentada mirada. Porque eres de esos, de los que come con los ojos y asusta con las sonrisas, de los que juegan a dejarse atrapar para luego asfixiar en seducción a su inocente presa. Y yo te miraba, a la vez que con tus amigos bailaba. No podía dejar de mirarte, y tampoco quería, pues tu juego me causaba curiosidad, secuestrabas mi atención. Y lo sabías, eras consciente de que yo te miraba, y por eso volteaste a verme, para guiñarme un ojo, para reír conmigo, para darle un sorbo a tu vino y arrojarme un beso a través de las luces y la música alta. 

Después de eso fue solo un juego. Un tablero de ajedrez en el que ambos apostamos por la mejor jugada. Yo, por mi parte, jugué con el cigarro entre mis dedos y con la indiferencia ante tus miradas. Tú, decidido, optaste por arrojar al fuego tus besos y tus manos, tus risas y tus pasos. Pero ninguno avanzó, al menos no hasta que se atravesó aquella salsa. Y es que fue delirante sentir cómo nos miraban cuando bailábamos esa dulce salsa, en medio de la noche, en medio de la calle, en medio de la nada. Y allí mis ojos se cruzaron con los tuyos, tus manos se amarraron a las mías, tu cuerpo y mi cuerpo se sellaron en un acalorado contacto y las palabras sobraron para saber lo que se avecinaba. O al menos tú sabías ya lo que conmigo harías, porque eres de los planean todo y luego saltan. 

Y ya lo sabías, sabías que al tocar mi espalda y buscar mi piel y mis labios, me tendrías a tu absoluta disposición, como en esa salsa en medio de la nada. Ahí, en esa misma sala, ambos con los ojos enrojecidos y la piel encendida en medio de la oscuridad cómplice de las almas como las tuyas, de los arrebatadores, los que toman y despedazan. Por eso me doy la vuelta, porque me tienes, porque me amarras. Busco con desesperación tu boca, esa que antes me buscaba. Toco con deseo tu cuerpo, ese que contra mí se empujaba. Ahora soy yo el que lanza su aliento sobre tu cara, el que abalanza sus garras sobre tu piel y el que te inmoviliza con la mirada. Recorro de arriba abajo tu cuerpo, mientras tus dedos se deslizan por mis piernas y mis caderas y mi pelvis agitada. Y confirmo que eres de los que besan bueno, de los que tocan chévere, de los que tiemblan al calentarse y se complacen al ser deseados. 

Aquí estamos, haciéndonos nudo en medio de la noche, en medio de una sala ajena, en frente de personas dormidas, de seguro borrachas, que no escuchan nada, pero lo sienten todo y por eso su cabeza no alzan. Te mueves y me muevo, te toco y me tocas, me buscas y te encuentro, me hablas y yo te callo, te callo a besos y te recorro con decisión, imponiéndome a tus nervios, a tus miedos, a tu ferocidad doblegada. Y siento cómo tu picardía se tambalea, cómo vas perdiendo el control, soy consciente de tu desestabilidad y tu titubear. Y por eso te detienes justo al borde, justo antes del salto, justo antes de traspasar tu punto de no retorno. Tus manos entonces dejan de recorrerme, tu boca me huye, tus ojos se escabullen, tu respiración se vuelve muda, tu cuerpo se encoge y tu rostro se tiñe de un rojo brilloso que me hace saber que estás en alto. 

Y te alzas mientras te observo desde las sábanas. Veo cómo corres en la oscuridad hacia el baño, probablemente a solucionar aquello que tu deseo infantil y travieso ha causado. Veo cómo se enciende la luz, cómo se cierra la puerta, escucho el grifo y tu silencio. La noche entonces me cobija, y yo me olvido de lo que hacía, me dejo llevar por el vino en mi sistema y cierro mis ojos. Y te recuerdo de nuevo, jugando a llevar el ritmo en la salsa, pretendiendo que el fuego está en tus manos y que ves cómo bajo a tus fauces. Te recuerdo tan seguro, tan decidido a juguetear conmigo, tan lleno de motivación y de seguridad por dentro. Y me río, me río yo de ti, porque desde el principio supe que eras de esos, de los que se arrepienten, de los que te dejan con la sangre acumulada, de aquellos que te ilusionan en su juego y luego se marchan. 

Eres de esos, de los que desaparecen, de los que huyen a sus ganas. De los que se van con un “descansa” entre los labios y un miedo en su mirada. Eres de esos, uno de esos de los que me olvido en la mañana. Uno de esos a los que les escribo cuentos, aún con el cigarro entre los dedos y el sabor a vino en la garganta.