Hoy es martes 5 de noviembre de 2024.
Después de lo que escribí ayer, me puse a buscar la historia de lo que mi papá me contaba sobre Marcel Proust y la encontré. Está en el libro "Du Côté de Chez Swann" que es el primer tomo de "À la Recherche du Temps Perdu". La voy a copiar aquí.
Me llamó mucho la atención que en un momento Proust describe la sensación que lo invade al tomar ese primer sorbo de té con las migas de la magdalena remojadas en él, porque algo de lo que escribí ayer coincide exactamente con lo que él describe. No son exactamente las mismas palabras, pero sí me parece que es la misma vivencia, la misma experiencia indescriptible que yo intentaba poner en palabras, al decir que una gota me llena, como cuando una esponja absorbe una gota, y que la gota no entró en mí, sino que era yo.
Algo así. Después voy a buscar los dos textos para compararlos lado a lado, el de Proust y el mío.
Pero esa vivencia de una especie de giro copernicano, en el que lo que era sujeto se convierte en objeto, y lo que era objeto se convierte en sujeto.
Es lo que me ocurrió hace casi 50 años en la terraza de una casa en la calle Olleros. Estaba escribiendo una carta, y en un momento empecé a percibir dentro de mí algo infinito, algo que no estaba sujeto al tiempo. Y unos momentos después, como si hubiera hecho un salto mortal hacia atrás, me encontré sintiendo que eso infinito, intemporal, era yo. Sentia que yo era eso infinito, y alrededor mío percibía mi pensamiento, mi cuerpo. mi mano que iba dibujando las letras sobre el papel, cuando un instante antes yo era el que pensaba, el que sujetaba el lápiz, el que escribía, y eso infinito era como algo extraño dentro mío. Vuelvo a intentar explicarlo, describirlo. De pronto me di cuenta de que yo era eso infinito y mi cuerpo, mis pensamientos y mis movimientos eran como el paisaje, la escenografía, circunstancias que me rodeaban. Pero que lo real era eso infinito que soy.
Y vuelvo al presente, porque estaba tratando de describir un recuerdo de lo que experimenté hace tanto tiempo. Pero en este momento me está ocurriendo lo mismo. Estoy instalado en una experiencia infinita, inalterable, inamovible, porque para que se mueva debería existir el espacio, y esto infinito que soy contiene el espacio y el tiempo, está fuera del espacio y del tiempo. Es una profunda quietud en movimiento. Difícil poner esto en palabras. Quietud porque algo infinito no puede moverse. Adónde podría ir, si ya ocupa todo el espacio. Lo infinito no puede ir ni venir, empezar ni terminar. Es infinito.
Pero no está quieto, porque dentro de eso infinito hay movimiento. Como el agua del océano. El océano no se muda, no va ni viene, pero el agua de la que está hecho está en permanente movimiento. Sube, baja, forma olas, espuma, tiene corrientes marinas.
Así me siento, como un océano infinito en calma. Y sin embargo moviéndose por dentro suavemente en forma continua, hay un flujo y reflujo constante que nunca se detiene. Y la forma más material de ese fluir y refluir es mi aliento, que entra y sale, o más bien que se expande y vuelve a retraerse, relajándose. Esa alternancia es como el comienzo de todo lo que existe. Como la primera polaridad. Tal vez sea eso que los chinos llamaron ying y yang.
Y mientras descanso en ese espacio infinito tan agradable, tan placentero, uno de los sutiles movimientos interiores de esto que soy es mi pensamiento, que se va convirtiendo en palabras que suenan en silencio dentro mío y que mis dedos convierten en un ritmo de teclas, mientras oigo que pasa un avión y alguien martilla algo aquí cerca en una obra en construcción.
Es una sensación sumamente agradable, un descanso maravilloso. Oigo también pajaritos, un auto que pasa. Y mi aliento sigue expandiéndose y retrayéndose. No digo contrayéndose, porque ese verbo me suena a acción, como cuando uno contrae un músculo. Y esto que sigue a lo que se expande dentro de mi no es una acción, sino más bien un descanso.
Siento que me da un hondo placer estar aquí sumergido en este infinito mientras mis dedos teclean a gran velocidad.
Me viene el recuerdo de la experiencia que tuvimos con Raúl Montalvetti hace casi cincuenta años, armando suecos. Se nos ocurrió crear una máquina virtual que llamamos La Suequera Argentina. Trabajabamos los dos en un taller de fabricación de suecos, en la calle Costa Rica, en Palermo. Y descubrimos que podíamos poner en marcha un proceso interior y exterior que consistía en esto: Empezábamos moviéndonos muy lentamente, sintiendo nuestra respiración y haciendo las acciones una a una: tomar el sueco de madera, ajustarle la horma, ponerle el cuero, sujetarlo una engrampadora neumática. Con una especie de pinza o tenaza, estirábamos el cuero y poníamos otra grampa, y así sucesivamente. Pero poco a poco íbamos moviendo las manos cada vez más rápido, mientras respirábamos cada vez más lento, hasta que llegaba un punto en que una respiración nos tomaba diez o quince segundos, es decir que respirábamos tal vez solo cuatro o cinco veces por minuto, mientras nuestras manos volaban con las herramientas, a toda velocidad, haciendo un ruido terrible.
El resultado era que en una hora lográbamos hacer la tarea de todo el día y eso nos permitía sentarnos a hablar de bueyes perdidos tranquilamente todo el tiempo que quisiéramos, porque habíamos arreglado con Marcelo, que estaba a cargo del taller, que él nos pagaría por tanto y nosotros nos comprometíamos a entregar como mínimo de cierta cantidad de pares de suecos por día. Si cumplíamos con eso, él no tenía nada que decir sobre lo que hacíamos con nuesrtro tiempo.
Una de las cosas más bellas que conozco es cuando el aliento termina de salir y todavía no empieza a entrar el siguiente. Hay ahí una quietud, un descanso infinito.
Pero al intentar hacerlo deliberadamente no ocurre. Ese es todo el nudo de la cuestión. Es algo que no puedo controlar, no lo puedo fijar, tengo que dejar que ocurra, que me atraviese, que me mueva. O que me deje quieto. Simplemente entregarme y dejar que la vida ocurra, que la vida me sea.
Ese es el verbo más importante de todos. El verbo ser. Aprender a simplemente ser. Dejarse ser. Sentirse ser. Ser.