Lo que estoy por escribir no pretende de ningún modo ser la verdad absoluta respecto a para qué sirve la música. Porque cualquier cosa que diga, escriba o teorice, tanto yo como cualquier otro, es solo una perspectiva, un punto de vista. Y la realidad no cabe en ninguna perspectiva, en ningún punto de vista, en ninguna teoría. Sin embargo, como decía Khalil Gibran:
"La mitad de lo que digo no tiene sentido.
Pero lo digo para que la otra mitad
pueda llegar hasta ti."
Hecho este descargo, les voy a contar la respuesta que he encontrado a este asunto, a lo largo de 50 años de vivir con la música, disfrutarla, hacerla, estudiarla y enseñarla.
Para mí la música es una flecha que señala el camino de vuelta a casa. Porque todos en algún momento sentimos una nostalgia indefinible, inexpresable. Podría decir que es algo así como una nostalgia de nuestro verdadero hogar. Y según mi experiencia, eso que añoramos está dentro de nosotros mismos.
Me vienen a la memoria unos versos de Antonio Machado :
"Ay del que llega sediento
a ver el agua correr
y dice, la sed que siento
no me la calma el beber."
Debo haber tenido once o doce años cuando mi hermano Juan, siete años mayor que yo, me leyó esos versos. Recuerdo que me llegó muy hondo, porque a pesar de mi corta edad, ya había sentido algo así y quiero contarles cómo fue.
Entre los seis y los ocho años, cuando vivíamos en Martinez, en el Norte de Buenos Aires, aprendí a andar en bicicleta. Con Daniel, mi otro hermano y Vivian, a quien con el tiempo llegué a sentir como mi hermana, y otros chicos del barrio, recorríamos en bicicleta un vasto territorio, que iba desde La Lucila, pasando por Martinez, hasta las empinadísimas barrancas de San Isidro, donde nos lanzábamos cuesta abajo a una velocidad increíble, soltando el manubrio, confiando en que el efecto giroscópico no permitía que nos cayéramos. La pasábamos maravillosamente bien. Cuando después de un par de años nos fuimos a vivir al piso doce de un edificio en Belgrano, yo quedé con una profunda nostalgia de esos barrios donde había vivido tantas aventuras.
Un par de años después, al mudarnos a Mendoza, seguía sintiendo la misma nostalgia, hasta que, en un viaje a Buenos Aires, volví a Martinez, y recorrí el barrio de mis recuerdos. Pero quedé sumamente desconcertado al descubrir que lo que extrañaba no estaba ahí. Porque no añoraba un lugar físico, sino el sentimiento de libertad y de aventura, la experiencia de vida que había tenido allí. Como dice la canción de Armando Tejada Gomez y César Isella,
"Uno vuelve siempre
a los viejos sitios
donde amó la vida"
Pero de algún modo intuía que detrás de esa nostalgia había algo más. Y eso siempre siguió intrigándome.
Algunos años más tarde aprendí de Prem Rawat una forma de autoconocimiento que me llevó a acceder a algo que no sé cómo nombrar, a un espacio, a un lugar dentro de mí donde la nostalgia se disuelve y se transformaba en una agradable sensación de estar en casa. Durante más de 50 años he vuelto una y otra vez a ese lugar interior, que con la práctica se ha ido convirtiendo para mí en algo cada vez más familiar y cotidiano,
Pero volviendo a para qué sirve la música, tal vez sería más exacto decir, para qué "me" sirve la música. Porque es muy probable que a cada uno le sirva para algo distinto. Como decía al principio, cualquier cosa que uno diga o escriba es solo una perspectiva, un punto de vista.
Yo la veo como una flecha que señala el camino de vuelta a casa porque desde antes de acceder a esa experiencia a través del autoconocimiento, la música siempre fue para mí un puente para entrar en ese lugar que existe fuera del tiempo y el espacio.
Circulando por la Avenida de Circunvalación de Córdoba, al llegar al cruce de la ruta 9 Norte, a uno le llegan oleadas de aroma a galletitas dulces recién horneadas, porque por ahí cerca hay una fábrica de galletitas. Y así como cerca de donde se están horneando galletitas se siente ese olor tan atractivo, al ir acercándose a ese hogar que llevamos dentro, uno empieza a sentir algo muy difícil de poner en palabras, pero que en algún sentido se parece a un perfume.
En mi vida, muchas veces la música ha sido como ese perfume que al ir siguiéndolo me iba marcando el camino "hacia la fábrica de galletitas", por decirlo de alguna manera. Y algunas veces no solo me acercó a ese lugar interior, sino que me llevó a sumergirme en él durante instantes que decididamente estaban fuera del tiempo.
Desde otro punto de vista, la música muchas veces ha sido para mí un puente, un túnel mágico para atravesar el abismo insalvable que nos separa a unos de otros. Como señales de humo enviadas por náufragos perdidos en medio del océano, cada cual navegando en su pequeño botecito.
Y fue precisamente mi primera experiencia de la existencia de ese puente, de ese túnel mágico, de ese fenómeno tan profundo de empatía, lo que hizo que sintiera la necesidad de empezar a aprender a tocar un instrumento musical, como lo contaba en en la publicación sobre por qué empecé a estudiar música.
Aquí abajo hablo sobre esto en un video. Está en inglés, porque lo grabé para un proyecto internacional, pero le agregué subtítulos en español.
El capítulo donde cuento con más detalle por qué esto me llevó a querer estudiar música lo pueden encontrar AQUÍ