Hoy, 4 de noviembre de 2024, a las 5:23, empiezo esta aventura que promete ser infinita. En ese espacio ignoto que media entre el sueño y la vigilia, desfilaron por mi mente, en el teatro de mis sueños, recuerdos, imágenes, versos, sensaciones, intuiciones. El infinito reverberando fuera del tiempo y el espacio. Como la madgalena mojada en la taza de té con leche de Marcel Proust, a quien no he leído. Mi papá me contaba que Proust un día mojó una magdalena en la taza de té con leche y tuvo una intuición, un recuerdo fugaz, escurridizo. Se puso a rastrearlo sumergiéndose en el espacio tenue e infinito de la memoria, y empezó a recoger milímetro a milímetro el ovillo del hilo de Ariadna. Pienso en este momento que entonces Marcel Proust fue como Teseo, buscando a ciegas la salida del laberinto de Minos, el oscuro reino del Minotauro. Ovillando y desovillando ese hilo, Proust se puso a escribir y no pudo detenerse. El rastro de su peregrinación hacia el silencio quedó impreso en los tomos innumerables de "À la recherche du temps perdu". Digo innumerables porque me imagino que solo habrá podido terminar de escribirlo cuando lo sorprendió la muerte. Porque los ecos de la reverberación de dos espejos enfrentados es literalmente infinita.
(Pienso en insertar aquí lo que escribí en Galaxias sobre los espejos de la entrada al edificio de Sarita Jarast.)
Vuelven a mí como un aroma recuerdos de movimientos casi totalmente inmateriales del alma, surgidos como ripples (no encuentro la palabra en español para nombrar esas ondulaciones con que el agua quieta responde a la zambullida de un guijarro) retomo la idea, surgidas de la chispa que brota del encuentro de un par de palabras de una poesía.
Escribo esto con los ojos cerrados, mirándome por dentro, como dice maría Elena Walsh sobre Juan Ramón Jiménez, en Postal Detenida
Llegué una noche y Juan Ramón estaba
mirándose por dentro, como siempre...
He decidido probar de escribir de esta manera, tecleando en la computadora mirándome por dentro, sintiendo la danza veloz de mis dedos sobre las teclas, oyendo el sonido delicado de las teclas, el rumor de los autos lejanos en la madrugada, el canto de un pájaro y de fondo el sonido imperturbable del silencio, que me acompaña desde que me acuerdo.
En sueños hace un rato volvió a mí, reverberando desde quién sabe dónde, el silencioso movimiento que produjo hace mucho en mi alma un verso. Sólo recordaba algo así como " y el ... ha partido" Por más que intentaba, no lograba recordar de dónde venía eso, cuál era el verso, cuál era el poema. Pero quedándome a la espera, sin intentar atraparlo, se fue acercando tímidamente. Yo hice como que no lo veía, como que no me importaba, usando la técnica que aprendí del zorro que le decía al Principito "mañana puedes sentarte un poco más cerca, pero no me mires, para no espantarme"
Y poco a poco el recuerdo se fue acercando, como Princesita, la gatita tricolor que encontramos cada mañana en el estacionamiento , que poco a poco va venciendo sus miedos y cada día se acerca un poquito más.
Hasta que el recuerdo inasible, a falta de otra palabra mejor, que en este momento me elude, se introdujo en mí, como una gota de néctar que cae en una esponja que la absorbe. Y el recuerdo se hizo uno conmigo. No hablo de la circunstancia del recuerdo, de las palabras, del verso, del poema, sino del inapresable movimiento del alma, de ese temblor, de esa palpitación, del recuerdo de un perfume, de la materia sutil de la que están hechos los sueños. De eso que me produjo leer por primera vez una poesía de mi querida amiga Dora Fornaciari. Y en este instante me vuelve a la memoria el título de la poesía. Se llama "El Coro de los Ángeles".
Los dos renglones de los que hablo son los que dicen
...y el amor ha partido
(las dulces flechas se pierden
inútiles y bellas)
Entre sueños, hace un rato, sentía la enorme resistencia que me ha impedido ponerme a escribir estas cosas durante tantos años. Y me di cuenta de que lo que rechazo es la ardua tarea artesanal de elegir las palabras, ordenar las oraciones, buscar las citas. Eso es algo que me resulta penoso y agotador, porque es como pulir una piedra con la mano, una tarea ímproba e ingrata. Pero en esta madrugada recordé que hace muchos años aprendí una manera de escribir diferente, que es la que estoy poniendo en práctica en este mismo instante. Mi amigo Jorge Alegret lo llamaba "escritura automática". Dejar salir lo que viene, sin filtrarlo, sin pensarlo dos veces, dejar correr el agua del río del pensamiento, del recuerdo, de la imaginación, del sueño y la vigilia, sin ponerle trabas, sin diques, sin compuertas. Así escribo esto en este instante, con los ojos cerrados, sintiendo como entra y sale el aliento de mi pecho. Sintiendo como cada aliento es una prolongada aventura única, que nunca volverá a repetirse.
Y no sé si valdrá la pena después hacer el trabajo artesanal de ordenar mejor las frases, de eliminar las repeticiones, y todo eso, que es como lijar una madera hasta eliminar las aperezas. Y digo las asperezas y no todas las asperezas, porque eso es evidentemente imposible. Lo mismo que llegar a la cima de la montaña. Desde abajo uno ve algo que parece ser la cima, pero al llegar a la cima descubre que hay muchas otras más para seguir subiendo, y al llegar a esas habrá otras, y así hasta el infinito. Como los fractales de Mandelbrot, en los que uno puede internase infinitamente sin llegar nunca al final.
No sé si valdrá la pena hacer ese trabajo. Es tanto lo que habría para escribir, es un océano. Y hacer esa tarea es comp ponerse a pulir la forma de una gota. Tal vez lo mejor sea dejarlo salir así como está saliendo y no retocarlo. Dejar que el que pueda entenderlo lo entienda.
Tal vez dejar salir este chorro sin frenarlo, así como viene. Y más adelante, si tengo ganas de encarar la tarea artesanal de pulir un texto, puedo hacerlo aparte, sin modificar esto. Podría ocurrir que todo lo que he escrito en esta hora que llevo aquí sentado pueda caber en un poema de unas pocas líneas.
Lo que me hace pensar, o tal vez sentir, que esto vale la pena, es que no me distrae de ser, como casi todo lo demás. Al contrario, puedo hacerlo sin distraerme de mi aliento, de este aliento que está entrando en mí, del que ahora sale y vuelve a entrar, de este instante infinito del presente. Todo lo contrario, escribir así con los ojos cerrados, sin detenerme casi a juzgar ni a corregir, me está resultando una forma de meditación que me lleva más y más hacia adentro, más y más al centro de mi mismo, a ese espacio infinito donde el océano habita dentro de la gota.
Recuerdo una tardecita en que me animé a poner en palabras lo que hacían brotar dentro de mí un par de poemas de Dora Fornaciari. Estába haciendo una actuación para la inauguración de una casa de té en medio del bosque, casi llegando a Villa La Angostura. Dora y Arlette me habían invitado a hacer música para la inauguración del emprendimiento de unos amigos suyos. Al terminar, Dora vino con los ojos muy brillantes, me abrazó y me dijo, todo lo que dijiste es lo que había dentro mío al escribir esos poemas, pero también dijiste cosas que es verdad que estaban allí, pero yo no me había dado cuenta.
Me vienen algunas frases de sus poesías:
donde libre mueve
tu voluntad el aire demorado...
...y la paciencia leve.
...crece muriendo
y por nacer es breve
...el andar el uno en otro de enemigo
...Porque esto es lo que quiero decir:
no hay ... ni tiempo alguno
solo el alma extrañada, en busca de su centro,
construye y fija al Universo.
Y mansamente me llega lo que había en lugar de esos puntos suspensivos.
No hay principio ni fin, ni tiempo alguno.
Solo el alma extrañada, en busca de su centro
construye y fija al universo.
Pienso ahora en lo útil que me resulta haber aprendido a escribir al tacto en las viejas máquinas de escribir Olivetti de la academia de dactilografía que había en el sótano de la Bolsa de Comercio en Mendoza, cuando tendría 12 o 13 años. asdf ñlkj asdf ñlkj qwert poiuy qwert poiuy. Una hora por día copiando líneas y lineas de esas letras. Después, con el pasar de los días, palabras, y al tiempo frases, oraciones, textos enteros. Y eso es lo que me permite en este momento estar sumido en la profundidad infinita del espacio al que conduce mi aliento, mientras mis dedos bailan sobre las teclas sin necesidad de que los controle ni los supervise. Eso como lo que estoy intentando hacer en este tiempo para aprender hebreo, trabajosamente conjugando verbos, aprendiendo estructuras sintácticas, preposiciones, y tantas otras cosas que probablemente, si me alcanza el tiempo, lleguen a ser automáticas y me permitan expresarme y comprender a otras personas en el idioma del país donde estoy viviendo. Así como me ocurrió con el francés hace ya 60 años y que hoy forma parte de mí, al igual que el inglés. Al igual que la música, las notas, los ritmos, los acordes, las funciones tonales, todo eso que era chino básico para mí y que me costó tanto, pero tanto trabajo, y sin embargo hoy forma parte de mí.
Siento que este trabajo que estoy emprendiendo es para hacerlo así, de madrugada, antes de empezar el día. Seguiré mañana. Voy a copiar aquí abajo los textos completos de las poesías que menciono.