Salmo 42 1-3 1 Como el Siervo anhela las corrientes de las aguas, así te anhela, oh Dios, el alma mía. 2 Mi alma atiene sed de Dios, del Dios vivo;¿cuándo vendré y me presentaré delante de Dios? 3 Han sido mis lágrimas mi pan de día y de noche, mientras me dicen todos los días: ¿Dónde está tu Dios?
Colosenses 1:18 Porque por él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades; todo fue creado por medio de él y para él.
Juan 5:23 Porque el Padre a nadie juzga, sino que ha dado todo el juicio al Hijo, 23 para que todos honren al Hijo como honran al Padre. El que no honra al Hijo no honra al Padre que le envió.
Mateo 10:38 El que no toma su cruz y sigue en pos de Mí, no es digno de Mí.
En las Escrituras leemos: “Y aconteció que, cuando todo el pueblo se bautizaba, también Jesús fue bautizado; y mientras oraba, el cielo se abrió” (Lucas 3:21). Jesús nos enseña que una oración del corazón puede abrir el cielo. Él dijo: “Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá” (Mateo 7:7).
A fin de evitar las oraciones rutinarias usando vanas repeticiones (véanse Mateo 6:7; 3 Nefi 13:7), debemos prepararnos para orar. Sugiero leer un pasaje de las Escrituras o meditar brevemente sobre nuestras bendiciones. Todos podemos hallar maneras de prepararnos para la oración personal.
De vez en cuando oramos con prisa o lo hacemos por mera rutina. En ocasiones no oramos con fe en Jesucristo, y a veces no oramos en absoluto. Sin embargo, en esos momentos en los que nos falta la fe o no tenemos ganas de orar es cuando más necesitamos hacerlo.
Cuando necesiten desesperadamente la ayuda del cielo, la oración puede darles poder para tomar las decisiones correctas. Una oración del corazón en verdad es un momento en el cielo, y aunque las respuestas no siempre sean inmediatas, un momento en el cielo puede ayudarles a trazar su curso en la vida terrenal.
Podemos aprender mucho al estudiar cómo oró el Salvador.
“Y levantándose muy de mañana, siendo aún muy oscuro, salió y se fue a un lugar desierto, y allí oraba” (Marcos 1:35).
Jesús oraba a primera hora de la mañana y buscaba un lugar solitario para orar. ¿Oran ustedes a primera hora de la mañana? ¿Evitan las distracciones? ¿Se desconectan del mundo y se esfuerzan por establecer una conexión con los cielos?
Mateo nos cuenta que, al orar, el Redentor demostró humildad. “Y yéndose un poco más adelante, se postró sobre su rostro, orando y diciendo: Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú” (Mateo 26:39).
A medida que se esfuercen por ser humildes, honrados y sinceros en sus oraciones, se les hará más sencillo aceptar la voluntad del Padre Celestial, aun cuando no corresponda con lo que tengan en mente. Una vez más, acudimos al ejemplo de Jesucristo: “Y estando en agonía, oraba más intensamente” (Lucas 22:44).
Las oraciones fervientes sí llegan a los cielos. En el libro de Salmos, el rey David dice: “Al atardecer, y por la mañana y al mediodía oraré y clamaré, y él oirá mi voz” (Salmos 55:17). Uno de los significados de la palabra orar en hebreo es “hablar”. Y eso es lo que hacemos cuando oramos a nuestro Padre Celestial: le hablamos.