El Ser Humano parece estar en una etapa crítica de su evolución como especie. Los elementos físicos (salud, esfuerzo, movimiento) y mentales (conocimiento, intelecto, valores), que de manera perceptible conforman su estructura, no parecen, hoy en día, suficientes para llevarlo al equilibrio que requiere un sistema de vida en armonía. La diversidad de intereses ha sido, hasta ahora, más fuerte que las necesidades de conservar las estructuras naturales de la raza. Las voces más conservadoras ya pegan gritos, solicitando un cambio de dirección a nuevos valores y principios, un retorno a una conciencia más espiritual, tal vez hacia lo Divino.

Muchos especialistas consideran que el cambio es imperativo, y no queda lugar para demoras. Para los sabios de hoy en día el Hombre necesita un entorno personal diferente, donde los valores y la conciencia prevalezcan y le den una estabilidad más optimista a la sociedad, en la complicada ruta de retorno a ese supuesto Origen. Pero, ¿Cómo lograrlo? ¿Puede el Hombre acceder al conocimiento de su Origen Divino?

En la búsqueda de respuestas a esta pregunta, cada día son más evidentes los esfuerzos en la investigación sobre la expresión de nuestro Ser no visible, el Espiritual.

El mundo de hoy nos invita a explorar nuevas posibilidades, en una sociedad que ha convertido al Hombre en prácticamente un esclavo de su propio desarrollo y evolución. Su esfuerzo material (acción, movimiento) y mental (intelecto, talento), se han convertido en mecanismos de persecución de recompensas para la supervivencia y felicidad individual, en un arduo trayecto de lucha por alcanzar supuestas libertades que se convierten en fantasmas e ilusiones pasajeras, que lo van alejado de los atributos que lo distinguen como entidad divina. 

Pero, se presenta de nuevo un momento coyuntural, el inicio de una Era, que le solicita preguntarse sobre el mundo interior no visible y le recuerda su composición como sistema: físico, mental y espiritual, obligando a la pregunta ¿Qué hay del Espíritu? 

El desequilibrio en los diferentes planos de actuación del Hombre: el físico y mental, por un lado, y espiritual, por otro, es brutal. El impacto de este desequilibrio en las cualidades de la vida se convierte en un error de consecuencias impredecibles, que ya se torna evidente e irreversible a nivel global. Y, al parecer, el Hombre se encuentra tan ocupado en su peregrinar material, como extraviado por la vida en búsqueda de ilusiones, que no parece percatarse de su eterno arar en el mar. Y, ese error, que por su magnitud y consecuencias ya se convierte en pecado, lo mantiene atado a propósitos que no son más que dádivas, que duran el santiamén de una vida, y que lo agotan literalmente en esa sociedad esclavizante.

Tarda el Hombre en despertar de esa prisión sistémica, y al hacerlo entonces comprende su error, y trata de enmendarlo con más sacrificios externos a él; pero, como lo dice la Ley “Ningún error o pecado es borrado sacrificando las cosas o leyes de la naturaleza. Un hombre que concibe, consciente o inconscientemente, algo malo en su propio proceder, contra las criaturas de la tierra y contra las leyes de la naturaleza misma nunca puede mitigar su culpa hasta que enderece lo que ha hecho mal. Y nadie puede enderezar una cosa mal hecha, sino aquel que la concibió mal hecha”

En ese contexto, si el hombre quiere superar el error y mitigar la eventual culpa que puede sentir, debe desandar los pasos y encontrar el camino fuera de los fangales del error. Tiene que retornar el camino y enderezar su corazón por medio de los atributos del Espíritu. Es así como alcanza una actitud manifiesta a la redención, y puede emprender un nuevo camino.