Yonel emigró a Lima (como muchos otros artistas, no solo de teatro) para seguir con sus sueños, puesto que Trujillo no ofrecía (ni ofrece) posibilidades en la aridez cultural de una ciudad de un millón de habitantes.
29 de enero del 2022
GERARDO
CAILLOMA
gcailloma@gmail.com
La semana pasada se cerró con una triste noticia: Yonel S. Carrión nos dejó. Actor impenitente, llevaba el arte en la sangre y lo hacía respetar adonde fuere. Una pérdida dura para el mundo de las tablas y la cultura de nuestra lánguida ciudad.
Conocí a Yonel gracias a un proyecto que trabajamos en conjunto la dirección del Dpto. que presidía en una universidad local y varios gestores teatrales y otras artes de nuestra ciudad e, incluso, fuera de ella. Parco, bastante lacónico algunas veces, lo fui conociendo paulatinamente, pues este proyecto educativo-cultural fue creciendo paso a paso hasta convertirse en una propuesta que fue llamando la atención ya no solo a artistas, sino a otros actores múltiples de la actividad económica y social de nuestra ciudad. Lo que empezó como un proyecto incipiente a la primera década de este siglo, fue creciendo de manera sostenida y ordenada gracias a los profesores de mi departamento y, por supuesto, al trabajo responsable, comprensible y creativo de todas las personas vinculadas a las artes, sobre todo, el teatro. Para poder movilizar una cantidad considerable de alumnos, necesitaba el compromiso serio de personas que asumieran el reto. Entre todas estas personas (Omar y Francisco Tello, Jaddy Gamero y sus proyectos, Los Cuatro Gatos, los Olmo y su director Marco Ledesma, Yusepi; entre otros) fue apareciendo Yonel quien también decidió tomar la batuta para lanzar sus propuestas. Debo admitir que temía tener una propuesta suya no adecuada para nuestros chicos, pero él trabajó con bastante profesionalismo. En una de las reuniones que sostenía con cada uno de los entonces gestores teatrales, él me preguntó a boca de jarro por qué hacía estas actividades: sus ojos me escudriñaban atentos para escuchar mi respuesta. Le dije todos los objetivos educativos y le añadí que me había gustado el teatro desde joven y, lo más importante, que me parecía justo que al artista se le reconozca por su trabajo. Me siguió mirando, se levantó y me agradeció. Un tiempo después, cuando el proyecto se canceló por pobres decisiones centralistas, Yonel escribió, molesto y conmovido, unas palabras sobre mi persona que me emocionaron por lo que decía. Lastimosamente, el teatro bajó el telón a medias por un buen tiempo, pero varios volvieron a la carga. Yonel emigró a Lima (como muchos otros artistas, no solo de teatro) para seguir con sus sueños, puesto que Trujillo no ofrecía (ni ofrece) posibilidades en la aridez cultural de una ciudad de un millón de habitantes. Rebelde él, tuvo algunos encontrones en las redes sociales por seguir haciendo las cosas que le gustaban y que le parecían necesarias de difundirlas. Ese era su carácter y, por eso, lo apreciaban, querían, temían y respetaban. Con esa imagen debemos de quedarnos todos.
La función debe de continuar. Larga vida al teatro.
NOTA: “Ni El Detector ni sus directores, accionistas, representantes legales, gerentes y/o empleados serán responsables bajo ninguna circunstancia por las declaraciones, comentarios u opiniones vertidas en la presente columna, siendo el único responsable el autor de la misma”.