Watanabe en las tablas

La obra nos llevó a las emociones profundas que todos tenemos en relación con los elementos vitales de nuestra existencia: nuestros padres, la familia, el primer amor, la pareja, los hijos, las frustraciones y fracasos, las enfermedades, la muerte.

1 de abril del 2024

GERARDO

CAILLOMA


gcailloma@gmail.com


27 de marzo. Día Mundial del Teatro. Teatro Raúl Lozano Ibáñez, más conocido como Teatro UPAO. Obra; Watanabe: todo el vasto fondo marino del dramaturgo K´intu Galiano, interpretada magistralmente por los actores Carlos Mella, Teresa Ralli, Renato Rueda y Diana Chávez. Durante una hora y media se nos transportó por la historia personal y social de José Watanabe, poeta laredino (https://discovernikkei.org/es/nikkeialbum/items/2182/). Las raíces del poeta se hunden en la cultura japonesa de su padre y peruana de las serranías de su madre y, a través de este periplo, vamos conociendo su pasado, el de su pueblo, el de su familia numerosa, la cual muchas veces estaba signada por la muerte. Según una entrevista hecha por María Ynés Aragonez, el dramaturgo k´intu Galiano tuvo como base el poema El lenguado para la construcción de su texto (https://ensayo-general.com/watanabe-todo-el-vasto-fondo-marino-teatro-a-ritmo-de-poesia/). El poema es, pues, la piedra angular y se toman sus últimos versos varias veces en la presentación. Es más, estos versos “A veces sueño que me expando / y ondulo como una llanura, sereno y sin miedo, y más grande/ que los más grandes. Yo soy entonces /toda la arena, todo el vasto fondo marino” son los que abren y cierran la obra (https://www.poemas-del-alma.com/jose-watanabe-el-lenguado.htm). Es un viaje al pasado, a la dura niñez del poeta rodeado por diversas desgracias que como la muerte de dos de sus hermanos a quienes no llegó a conocer por las epidemias que asolaban el mundo campesino de entonces, la relación entrañable con su padre, quien le enseñó a amar la literatura; y dura con su madre. Y la contextualización que nos iban dando referencias a momentos complicados no sólo para él y su familia, sino la sociedad entera como lo son el Niño de 1925 (causó estragos en el Norte peruano y Laredo fue una las zonas más afectadas), la Segunda Guerra Mundial que obligó al ocultamiento forzoso de su padre de origen japonés (Perú deportó a casi 1,800 japoneses, muchos de los cuales fueron enviados a los campos de concentración en los Estados Unidos -https://puntoedu.pucp.edu.pe/investigacion-y-publicaciones/publicaciones/los-desterrados-de-luis-rocca-1800-deportados-nikkei-ii-guerra-mundial/-), las epidemias, una de las cuales se llevó a dos de sus hermanos. Aunque no fue testigo directo de estos acontecimientos, sus secuelas sí lo van a marcar. La muerte siempre está presente; pero, en la visión de su madre en momentos de esa dura ternura que a veces solemos encontrar, ella grafica a la muerte como un sapo, un sapito listo a salir. Los saltos de tiempos, marcados por los actores, nos ubican al aeda como niño, como adolescente, como hombre maduro, como padre, como abuelo, como paciente, como esposo. No son elipsis bruscas, aunque los temas no estén ligados a la amabilidad de la vida. La obra nos llevó a las emociones profundas que todos tenemos en relación con los elementos vitales de nuestra existencia: nuestros padres, la familia, el primer amor, la pareja, los hijos, las frustraciones y fracasos, las enfermedades, la muerte; hay poco espacio para concesiones amables en el escenario. Las esporádicas risas que saltaban en el público eran una suerte de breve catarsis, para volver a sumergirnos en ese océano de emociones que fuimos dejando desnudas en nuestras butacas. El uso de recursos como la música (excelente) y la iluminación fueron el complemento necesario para un escenario minimalista en el que los cuerpos eran los creadores de ideas que complementaban el discurso que era asumido por cada uno de los cuatro actores en escena. Los silencios fueron pocos y breves, muy breves. El dramaturgo sacó “el jugo” al texto, lo manejo diestramente y nos embarcó en ese océano que se abrió una vez dicha la primera palabra en el escenario esta noche memorable. 


Personalmente, conocí a Watanabe en un evento organizado por una universidad local en tiempos que dicha universidad se volvió en un foco poderoso de la cultura como la cinematográfica. Se realizó una serie de seminarios y talleres para estudiantes y profesores. Luego tuvimos la oportunidad de presentar en el Festival del Cine Peruano del 2018 la presentación especial de la película Ojos de perro que tenía como guionista al poeta. La película la presentamos en su natal Laredo y era apasionante ver al director Chicho Durant, así como los pobladores que participaron en dicho filme verse en la pantalla. Por supuesto que se rindió el merecido homenaje a José Watanabe. Este grato encuentro de la comunidad con el alma de José en el escenario del Teatro UPAO ha sido un justo homenaje al teatro por su día y un regalo para la ciudad que tiene delante de sí un vasto océano por el cual discurren sus palabras para la eternidad.

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