La cultura de la seguridad

La principal causa de la cancelación de este evento sí debería ser motivo de preocupación para una sociedad en la que la informalidad cunde y en la que fácilmente asignamos culpas a otros sin asumir la responsabilidad de los hechos.

21 de enero del 2023

GERARDO

CAILLOMA


gcailloma@gmail.com


En estos días agitados socialmente en nuestro país ha surgido una nueva ola de molestia y frustración en nuestra ciudad debido al traslado de un concurso, el de la Marinera, a la ciudad de Lima.


Personalmente, no he estado muy involucrado en las actividades entorno a esta danza, puesto que he asistido solamente dos veces a este evento (1986 y 1992) en el Coliseo Gran Chimú; además, asistí en 1993 a una de las fiestas tradicionales, la del Perol, fiesta en la que nos robaron muchas cosas de nuestra mesa y cobraron precios exorbitantes por el agua o hielo que se compraba. Más he oído comentarios de otras personas; muchos de amigos míos cultores de la marinera que no ven con buena cara la administración de este evento han denunciado una serie de irregularidades y una permanente falta de transparencia de la organización y el tema más sensible: el económico. Prefiero recordar las pequeñas fiestas del Perol de los 80, en la pérgola en un ambiente simpático en vez de ver el mercado persa en el que se ha convertido las últimas versiones de esta fiesta. Sin embargo, en gusto y colores...


Sin embargo, este incidente trae muchas aristas; despejando las de carácter regionalista, populista y político que se le está dando, la principal causa de la cancelación de este evento sí debería ser motivo de preocupación para una sociedad en la que la informalidad cunde y en la que fácilmente asignamos culpas a otros sin asumir la responsabilidad de los hechos. Por eso, no veamos las cosas desde el carácter de la identidad regional (o quizás lo que vaya a escribir sea parte de la identidad trujillana y peruana) o el carácter populista que se le ha dado a la medida. Veamos todo el asunto dentro del sentido común y la preservación personal y social: la seguridad. Al leer las razones de la cancelación del uso del Coliseo es por los problemas de seguridad, problemas que deberían de haberse remediado desde versiones anteriores. Esta situación abre más interrogantes, pues sugiere que las autorizaciones para los eventos anteriores se han logrado de manera nada transparente; la entrevista hecha a uno de los organizadores del evento en un diario local es, a la larga, un búmeran contra la organización en sí al comentar que habían decidido apoyar a la actual gestión edil con la donación de contenedores de basura y poder obtener la autorización respectiva; analizando esta afirmación nos dice de una forma de realizar acciones que pone en entredicho a todos los involucrados en gestiones ediles anteriores que autorizaron dichos eventos. Esperemos que los medios investiguen al respecto.


Fuera de toda la cuestión ética y de otras índoles, estos procederes son bastante frecuentes en todos los planos: desde licencias de conducir hasta las revisiones técnicas positivas de vehículos privados y, sobre todo, públicos en estado semirruinoso. En el transporte público, estamos plagados de vehículos de todo tamaño (desde ticos hasta buses) de mucha antigüedad que siguen prestando servicio a la ciudadanía. Recordemos la importación de vehículos chatarras, de timón cambiado o buses-camiones que causaron y causan tragedias lamentables en nuestro país. La justificación de ser herramienta de trabajo otorga una suerte de licencia permanente para causar daño: camiones sin tolva o barandas que trasportan ladrillos; autos sin luces, con escape abierto, un largo etcétera. Son parte del paisaje urbano por lo que no nos llama la atención. Esta cultura de la no prevención atraviesa a lo largo y ancho de nuestro país y su sociedad. La criollada. No hace distingo de clases sociales, pues tenemos algunos ejemplos de ello, como la discoteca Utopía. Incendios, terremotos, deslizamientos de tierra, inundaciones exponen permanentemente la escasez de seguridad en nuestras construcciones, nuestro sistema vial, espacios públicos y privados. Desde la distribución de una señalética adecuada en muchos lugares cerrados hasta la nula implementación de recursos para velar por el bienestar con la justificación de ser un gasto no necesario. Así vemos instrumentos inservibles (como extintores vacíos, por ejemplo), los que “nunca se usan”. El otorgamiento de licencias de construcción, así como el ofrecimiento de titulación de propiedad de terrenos en áreas altamente vulnerables es una muestra más de lo inescrupuloso que pueden ser muchas personas que obtienen ganancias despreciando la vida de muchos compatriotas. Nuestro país tiene un largo rosario de muertes debido a que muchas de estos decesos se originan por estos problemas previamente señalados acompañados de la imprudencia, ignorancia y mala intención de muchos ciudadanos: sólo basta ver, un simple ejemplo, la lista de accidentes de tráfico, tanto urbanos como en carretera, para comprender el riesgo en el que vivimos diariamente. Es por eso valioso el hecho de que haya cada vez más ciudadanos que estén comenzando a discutir este asunto. Sin embargo, la indolencia, inconsciencia y rechazo es todavía mayor. Un posible terremoto de fuerte intensidad nos debería estar en alerta; los pasados incendios en lugares como Las Malvinas (o el tristemente famoso de Mesa Redonda) deberían hacernos recordar la necesidad de tener líneas de evacuación libres y bien señalizadas. Cada Fenómeno de El Niño es un coro de lamentaciones. Por eso, los simulacros de sismo, inundación o tsunami deben ser tomados con seriedad y no hacer festiva la oportunidad.


Se han mandado alertas sobre la salubridad de muchas playas trujillanas; la gente hará caso omiso y, luego, habrá repercusiones en algunas personas. Si tocamos el bolsillo se entenderá mejor las consecuencias: estar sano cuesta un poco; enfermo, mucho. Esperemos que el Coliseo se pueda subsanar correctamente, pues obviamente habrá otros espectáculos en sus instalaciones. ¿En general, cambiaremos nuestra actitud algún día frente a este problema? Juan Seguro vivió cien años; así sea.


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