La ciudad del ruido

Trujillo es una ciudad ruidosa, poblada cada vez más de ciudadanos sordos acostumbrados a gritarse entre sí rodeados de un barullo, generalmente artificial, que acentúa nuestra soledad y estrés.

28 de enero del 2023

GERARDO

CAILLOMA


gcailloma@gmail.com


Trujillo es una ciudad ruidosa, poblada cada vez más de ciudadanos sordos acostumbrados a gritarse entre sí rodeados de un barullo, generalmente artificial, que acentúa nuestra soledad y estrés.


Este artículo le escribía a raíz de un diálogo escrito con un periodista que está abocado, con otros periodistas, en un proyecto para tratar temas de actualidad ciudadana y que generan malestar entre un gran número de trujillanos de toda condición social y diversos grupos etarios y culturales. También la lectura de un reportaje de Jesús Espinoza de febrero del 2022 me ayudó a reforzar más esta idea de preocuparnos de este tema. Aquí el texto para que se pueda leer y tratar de cambiar un poco más nuestros hábitos cotidianos (https://www.newtral.es/beneficios-silencio-producto-lujo-sociedad/20220220/). Intercambiando opiniones, nombré este al cual mucha gente es hasta cierto punto insensible o inconsciente: el ruido nuestro de todos los días. El tráfico cotidiano (claxon, escapes abiertos de autos y motos, chirrias de frenos), el uso de parlantes de manera indiscriminada como estrategia de ventas, el uso de espacios deportivos post celebración de un partido, fiestas no autorizadas, el excesivo volumen en espacios cerrados como discotecas, salones o restaurantes, ensayos de grupos musicales escolares o de otra índole en ambientes no apropiados. Somos generados de una contaminación sonora apabullante, la cual exige que la gente hable más fuerte (incrementado el ruido) y seamos cada vez más sordos a los mensajes orales que recibimos de nuestro interlocutor. Hablar con muchos jóvenes en la actualidad es oírlos elevar su volumen de manera considerable, sea los motivos diversos que hayan generado esta situación peculiar de una juventud cada vez más gritona: ¿audífonos, fiestas de discotecas con decibeles altísimos? Puede haber otras razones, pero percibo un umbral de audición cada vez más pobre entre los jóvenes que se puede sentir en aulas escolares o universitarias.


Inmersos como estamos por la vida diaria y nuestras costumbres, toleramos diversas formas de ruido, los cuales ya se nos tornan indiferentes hasta el momento de que a alguien les llama poderosamente la atención nuestra adecuación a ciertos sonidos perturbadores en otros contextos sociales. Por ejemplo, la reciente visita de mi hermana por motivos familiares nos hizo resaltar la cantidad de estos diariamente. Viviendo cerca de un colegio que tiene una banda de música sin contar con espacios adecuados, constató los “ensayos” de dos bandas en simultáneo causando toda una perturbación en el barrio; también la tolerancia a vendedores ambulantes que pasan perifoneando sus productos o los escapes de autos que pasaban haciendo rugir sus motores, quizás en una ostentación de poder que le es negado en otros contextos. Su sueño era interrumpido desde temprana hora. Ir a almorzar o cenar en nuestra ciudad es también otra búsqueda frustrante, pues muchos restaurantes, salones o café bares optan por música ambiental fuerte o televisores encendidos que pasan noticias, partidos de fútbol o videos musicales. Y el libertinaje comercial (eso no es libre empresa) justifica que muchas tiendas comerciales no sólo invadan las aceras con productos de venta, sino que utilizan estrategias ruidosas como los parlantes dirigidos hacia la calle con el fin de llamar al potencial cliente. Hay calles como Bolívar, Pizarro o los entornos a los mercados que son insoportables para cualquier peatón: te avasallan con el ruido y no tienen el más mínimo respeto y cuidado de la salud de los transeúntes. Y ellos arguyen que es libertad de empresa. Por otro lado, está la proliferación de lugares que acogen fiestas sin tener el equipamiento (como aislamiento de sonido, por ejemplo) y exponen a todo un vecindario a escuchar música hasta las primeras horas de la mañana del día siguiente. El sueño del vecindario les importa un rábano. Por estos días, ya es usual que uno compre o alquile un departamento para vivir. Aquí comienza otra encrucijada: los vecinos que a uno le puedan tocar. Los hay sucios, irrespetuosos, y sobre todo los abusivos, esos que pueden hacer una fiesta en mitad de semana hasta las tres de la mañana. Estas familias son las que pueden generar jóvenes que tendrán cómo hábito la prepotencia, la bravuconería, esa que se convertirá en gritos destemplados en diversos espacios cerrados o abiertos como las aulas escolares, por ejemplo; o los espacios multiservicios, el cine u otros lugares.


Los ejemplos anteriormente mencionados (hay más) tienen un rasgo común: cero sentido de convivencia. El ruido también puede ser la reacción de muchos hechos y acciones infligidas sobre muchas personas que pueden reaccionar así, pero esa es otra situación y surge en ocasiones especiales. Lo que comento es nuestro pan de cada día. Alguna vez escuché comentar que esa es una característica de nuestra idiosincrasia. Personalmente la alegría es una emoción grata a toda la colectividad, pero cuando esta recurre a acciones que ya se vuelven agresivas, esta se convierte en cualquier otra emoción.


Esperemos que las campañas que estos periodistas quieren promover en la ciudadanía aborden este tema.


NOTA: “Ni El Detector ni sus directores, accionistas, representantes legales, gerentes y/o empleados serán responsables bajo ninguna circunstancia por las declaraciones, comentarios u opiniones vertidas en la presente columna, siendo el único responsable el autor de la misma”.