Heridas profundas

De no haber habido la masacre de estos ocho periodistas quizás nunca nos hubiéramos enterado del casi genocidio de pueblos quechua hablantes que luego serían escarbados por la CVR.

12 de febrero del 2022

GERARDO

CAILLOMA


gcailloma@gmail.com


El último miércoles, en la Alianza Francesa de Trujillo, estuve en la proyección del documental Memorias de Uchuraccay del cineasta franco-peruano Hernán Rivera Mejía. Hernán estudió cine en la Universidad de Lima y posteriormente en Nanterre, Francia. Conversando con él, comentaba que este filme es producto de varias propuestas que le tomó años en aterrizarlo desde una película de ficción hasta el documental que propuso a todos aquellos que logramos y lograrán verlo en la gira promovida por la institución francesa. El tema central es la masacre de ocho periodistas, un guía y un campesino en el poblado que lleva el mismo nombre en la sierra ayacuchana acaecido el 26 de enero de 1983. Tras 39 años, este trabajo cinematográfico presenta testimonios, documentos visuales y periodísticos tanto de la época (1983) como lo investigado en el transcurso del tiempo hasta el 2019. La narración del filme toma su curso por la información recogida a lo largo de la investigación hecha por el director, los testimonios de personas involucradas (comuneros, familiares, abogados, periodistas), la ausencia de datos de uno de los actores principales en este triste incidente (las FFAA) y la displicente participación de muchos políticos que utilizaron este doloroso acontecimiento para “posar para la foto”. A lo largo de casi dos horas, Rivera nos va poniendo en contexto de todo lo construido con la información oficial y periodística de la época, y comienza una suerte de deconstrucción de hechos y datos. Van apareciendo las terribles escenas de los cadáveres de los periodistas inicialmente, la famosa Comisión Investigadora presidida por Mario Vargas Llosa y los testimonios de entonces. Pero luego, el documental va abriendo un abanico de perspectivas insospechadas, contradictorias que van construyendo una verdad: la de cada testigo para armar un complejo rompecabeza. Como en el filme Rashomon de Akira Kurosawa, cada testimonio es la reconstrucción de una tragedia tan difundida y tan poco comprendida, llena de injusticias y ausencias, de frustraciones y sentimientos de revancha, de acomodos y silencios cómplices. Ver el documental es caer en la cuenta de cómo vamos construyendo estereotipos lapidarios, encasillados, determinantes. Hemos preferido, muchas veces, ponernos anteojeras de burro para no ver más allá de lo que queremos creer y aceptar.


El documental es incómodo, por eso es valioso. Una verdad dura construida a lo largo de casi cuatro décadas que muestran lastres que arrastramos: racismo, verticalidad, segregación. Como comentábamos con el director, de no haber habido la masacre de estos ocho periodistas quizás nunca nos hubiéramos enterado del casi genocidio de pueblos quechua hablantes que luego serían escarbados por la CVR. Pueblos alejados de las ciudades, poblados por “salvajes y primitivos habitantes, propensos a la barbarie” como resaltó el premio Nobel. Extrapolando esas pesadillas que nuestro país arrastra sumada al centralismo, es como el triste ejemplo que se vive con el caso del derramamiento de petróleo en las costas limeñas: recién la sociedad peruana ha caído en cuenta que la contaminación de este tipo es peligrosa y atenta contra la población en muchos planos. Tristemente, casos extremos terminan por enseñar a una sociedad que sólo ve su ombligo. Para más información, pueden acceder a este enlace: https://www.hernanriveramejia.com/copia-de-contacto-1. Hay que verla, es de necesidad.


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