Encontrando la muerte

La humanidad se fue alejando de la muerte, sea por buscar en esta una prolongación de la vida; sea por desarrollar una serie de actividades para engañar, retrasar el momento.

7 de enero del 2023

GERARDO

CAILLOMA


gcailloma@gmail.com


La muerte es un hecho cotidiano y universal, pero a la vez íntimo y singular. Es parte de nuestra vida y la abordamos de diversas maneras culturalmente hablando. Nuestro acercamiento a este hecho es ambiguo y se buscan diversas respuestas para todas las partes involucradas en este ineludible hecho: el que parte y los que quedan. El reciente fallecimiento de mi madre inspira este texto a modo de despedida.


La muerte es un acontecimiento físico que ha adquirido un inmenso valor cultural para hallar respuestas a una serie de incertidumbres ante tan transcendental paso. Los humanos, a medida que vamos desarrollando nuestra conciencia, nos vamos dando cuenta de que este momento debe de llegarnos algún día. Diversos momentos en la historia de la humanidad que marcan la evolución de animal a humano están dados en cuanto a la preservación y protección de aquel ser que pudo ser rápida víctima por su inutilidad e incapacidad de subsistir a causa de un accidente (una fractura, una herida profunda) o cuando se comenzaron a hallar los primeros entierros que contenían evidencias de rituales. Vida y su preservación en contraste con la muerte. La humanidad se fue alejando de la muerte, sea por buscar en esta una prolongación de la vida; sea por desarrollar una serie de actividades para engañar, retrasar el momento. En el primer caso, la momificación y los fastuosos entierros en diversas culturas en las que poderosos reyes o señores eran enterrados con sus caballos, concubinas y diversos objetos para que puedan realizar su labor en la “vida eterna” todos encerrados en tumbas que fueron desarrollando todo un arte funerario, tanto en la arquitectura como en la escultura; esta prolongación se ve perpetuada aún en nuestros días como ser enterrados en ataúdes de acero e, incluso, el concepto de la criogénesis, campo que está generando toda una serie de conflictos incluidos los legales. En el segundo caso, es el desarrollo de la medicina en sí la que ha ido postergando el final de los seres humanos: enfermedades mortales reciben tratamiento y buscan su cura (como el caso del cáncer, enfermedad que tuvo mi madre); en la historia, muchas enfermedades del cuerpo o adquiridas por virus o bacterias han ido siendo controladas para evitar que estas diezmen a la humanidad. El último caso del COVID-19 debilitó mucho la sensación de seguridad que los humanos tenemos en diversos quehaceres como la medicina en sí por diversas razones. El libro Hijos de la peste de Marcel Velásquez contiene una serie de artículos que nos narran, históricamente, cómo reaccionaba la sociedad peruana (bueno, generalmente la limeña) ante las epidemias a lo largo de nuestra historia republicana hasta la anomia social que vivimos (y aún sufrimos) con la reciente pandemia que deterioró todos los tejidos sociales. El COVID-19 desnudó los grandes problemas de la salud pública, así como nos mostró los rostros más viles del sistema privado (casos de las clínicas privadas, los laboratorios y especulación inhumana en otros sectores como el dispendio de oxígeno), como también personas valiosas como médicos, enfermeras y empresarios sensibles como Mario Romero, el “Ángel del oxígeno”, quien terminó falleciendo como mucho personal de salud y de seguridad (policías, sobre todo). Mucho personal médico fue maltratado por ignorancia, temor. Apoyados en público, eran amenazados por el vecindario en el que vivían. Ángeles de la vida también lo eran de la muerte. En una pandemia, como en una guerra o catástrofe natural de grandes dimensiones, la muerte pierde esa condición de intimidad y respeto por la emergencia. Mientras asistía al velorio de mi madre, recordaba a los amigos y conocidos que partieron durante estos dos últimos años, quienes no tuvieron ese espacio social en el que los deudos, amigos y todo el tejido social que conforman la familia del fallecido puedan reencontrarse para el último adiós. Cementerios restringidos, velatorios clausurados, entierros rápidos (incluso con posibles confusiones de cadáveres), pena acompañada de terror fue la imagen que vivimos por esos días. Triste imagen de la muerte.


Diversas culturas, a través de sus religiones, han tratado de encontrar una respuesta a esta incógnita del más allá. Terreno desconocido para todos, queda en la fe la construcción de respuestas para los que se quedan y los que estás prestos a partir. El más allá queda como una entelequia en todas las religiones que va evolucionando con la historia del pensamiento de la humanidad: el infierno de Dante no es el infierno que se piensa en el mundo católico de hoy, ¿o sí? En el mundo de la especulación hay una serie de teorías o hipótesis sobre la condición física del alma, incluso tentando de fotografiarla o pesarla cuando una persona fallece. Una preocupación por la individualidad de cada uno de nosotros frente a lo inexorable, aunque estemos buscando permanentemente la inmortalidad.


Pero de manera personal, prefiere ver la vida como un continuum que viene y va de otras vidas en el que la muerte es ocasional. En hebreo la palabra vida se dice sólo en plural (jaim/חַיִים – vidas, de donde deriva la palabra Jaime), pues una vida viene de muchas más que la precedieron y esta antecede y antecederá a muchas más en el presente y futuro. Nuestra madre, así como mi padre, vienen de abuelos y bisabuelos que los vamos conociendo a través de ellos. Al ver sus fotos, todas en sepia, nos asombra ver el parecido físico que vemos en los ojos, pómulos, labios, ojos u otros detalles que hemos visto en nuestros padres y que los vamos viendo en nosotros y los que voy viendo en mis sobrinos y la descendencia de ellos. En un bello video de Momondo (https://www.youtube.com/watch?v=tyaEQEmt5ls), uno puede investigar el pasado de uno y es increíble. Llevamos la historia física de miles de personas que ya no están; y nosotros aportaremos lo nuestro en el camino de la humanidad mientras esta exista como tal. Pero también está la herencia social, cultural que nuestros padres nos dieron. Es cierta la validez del proverbio árabe “El hombre se parece más a su tiempo que a sus padres”; pero también es cierto que nuestras interrelaciones nos van formando en lo que somos, más allá de nuestro cuerpo y forman parte de la memoria que queda en cada uno de nosotros y la encontraremos en detalles, canciones, gestos, palabras, olores, formas que integran nuestro pasado. Por eso es válida la letra de Atahualpa Yupanqui en su canción Los hermanos cuando dice: “Y en nosotros nuestros muertos pa´que nadie quede atrás”. Sí pues. La muerte es un mero tránsito en el camino con la que nos hallaremos, pero nuestra familia en su físico y en su memoria la trascenderá. Un viaje que mi madre ha hecho quedándose con nosotros.


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