El peligro del silencio

Trujillo es una ciudad que viene de pasar tres grandes desgracias en menos de un lustro: un Niño costero, una pandemia y un ciclón. Hemos sufrido fuertes embates que han significado la pérdida de vidas y patrimonios trujillanos.

18 de marzo del 2023

GERARDO

CAILLOMA


gcailloma@gmail.com


Trujillo es una ciudad que viene de pasar tres grandes desgracias en menos de un lustro: un Niño costero, una pandemia y un ciclón. Hemos sufrido fuertes embates que han significado la pérdida de vidas y patrimonios trujillanos. Los fenómenos naturales (clima y virus) causaron efectos que se convirtieron en desastres en nuestro territorio. La vida de los habitantes en general se trastocó por estas complicadas circunstancias dañando o poniendo en crisis cualquier tipo de infraestructura que colocaban a la ciudad en una posición complicada. Estos acontecimientos han desnudado la débil organización e infraestructura con la que nuestra ciudad cuenta: todo el sistema vial, sistema de salubridad, infraestructura educativa y otras de carácter social han quedado en muchos casos desbaratado por cualquiera de los tres eventos. Pero lo más lamentable de toda esta situación es que todo se convirtió en tragedia humana gracias a la corrupción, inacción e intereses políticos que han ido en contra de la ciudadanía en general. Lo del ciclón Yaku podría no ser la cereza de la torta de una colección de nuevos dramas que nos amenazan nuevamente.

 

Conversaba con varios ciudadanos extranjeros residentes en nuestra ciudad y les llamaba la atención la pasividad con la que la ciudadanía reacciona frente a estos desastres. No nos olvidemos que el desastre se origina por acciones incorrectas de personas, organismos o instituciones. Desde la calidad de la infraestructura de los diversos proyectos, atención e implementación de los servicios públicos, medidas de seguridad macro y micro, educación para prevenir y actuar ante fenómeno natural; todo esto de no estar bien implementados, las desgracias son más que seguras. Ante estas groseras evidencias, los ciudadanos no hemos presionado, reclamado, a los responsables de los mismos. En una nación que ha anatematizado las protestas, los ciudadanos son ganados por la inacción y la corrupción misma, volviéndonos cómplices y artífices de nuestra desgracia. 


¿Por qué esa inacción, esa sensación de abulia que ha permitido que personajes inescrupulosos asciendan al poder y determinen nuestro futuro? Estos amigos me indicaban que, frente a los terribles sucesos que causaron la muerte de muchos ciudadanos de Juliaca y Ayacucho, en sus países hubiera significado, mínimo, la renuncia de todo el gabinete automáticamente. Peor aún, cuando diversos organismos internacionales y algunos estados, incluido USA, han sugerido observaciones que quieren pasar por alto. ¿Qué tiene que ver esa suerte de cinismo que permite la impunidad con lo que nos está pasando? Mucho, pues las mismas desgracias que han sido motivo de reacciones violentas en el Sur peruano, son a la larga las mismas que han provocado que los fenómenos naturales se hayan convertido en calamidades humanas. No implementar hospitales de calidad, infraestructura vial segura y sólida, sistemas de defensas para nuestra ciudad, en nuestro caso, son ya un abierto desafío a la ciudadanía. Muchas escenas de lo que vimos en marzo de 2017 se han repetido casi literalmente en marzo del 2023. Muchas fotos que se tomaron entonces pueden ser utilizadas nuevamente sin temor a hallar alguna diferencia. Inaudito. Las autoridades se están tratando de pasar el “bonetón” entre ellos para ocultar su mediocridad. Molesta aún el hecho de que no sólo el ejecutivo haya sido incapaz de abordar el tema urgente y prioritario de la seguridad de una ciudad de más de un millón de habitantes, sino que el inefable Congreso tiene una comisión (como muchas) encargadas de ver el proyecto de Reconstrucción con Cambios. Inoperante, inútil; pero costoso. 


¿Por qué los ciudadanos no reclamamos con más vehemencia? El reclamo, como ya comentamos, ha sido “terruqueado” por este gobierno. Pero esta costumbre no es nueva. Hay un libro muy interesante: El miedo en el Perú (siglos XVI al XX), una edición a cargo de la historiadora Claudia Rosas del Fondo Editorial de la Universidad Católica. Este libro nos da información histórica de cómo el MIEDO puede funcionar como un factor oscuro para tomar o no decisiones en cualquier sociedad. Contiene 13 ensayos de diversos historiadores jóvenes que abordan cómo este sentimiento ha funcionado para cambiar patrones de conducta no sólo individuales, sino los sociales; esto último es lo más importante que nos permite comprender, desde las investigaciones hechas, los comportamientos, censuras y manipulación de la sociedad por los entes de poder (iglesia, estado, economía). Hay dos capítulos que tomé en cuenta para hacer esta reflexión: El miedo en la historia: lineamientos generales para su estudio de Francisco Rosas, y El terror como ejercicio de poder de Augusto Castro Carpio. La sistematización de estas investigaciones nos permite entender por qué esos miedos alimentados por intereses para mantener el poder de la élite o institución gobernante. Así podemos entender la necesidad de mantener un statu quo, el terror a la independencia, a perder privilegios; para eso se crean arquetipos de enemigos o monstruos: piratas, negros libertos, indígenas en rebelión, terremotos, pishtacos, los psicosociales; y surgen las contrapropuestas para salvarnos del mal: Señor de los Milagros, vírgenes que lloran, Esto es Guerra o Laura Bozzo. Dicotomía necesaria que es muy bien explotada en medios de comunicación y redes. Una hábil manipulación que espero no sea efectiva ante tamañas evidencias de incapacidad que han envuelto a nuestra ciudad en el desastre. Sino, estamos irremediablemente perdidos como sociedad.

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