El espacio de la memoria

El libro de Luis Eduardo es un verdadero viaje a la persona, al individuo. Una introspección de dos personas cuya relación invierte los roles que nos toca tener en nuestras vidas.

14 de enero del 2023

GERARDO

CAILLOMA


gcailloma@gmail.com


“Olvidar es un fracaso de la creación, un acto fallido de la Naturaleza y una metáfora perfecta de la nada”

(El lugar de la memoria, Luis Eduardo García, 2022)



Este artículo se inspira sobre todo en la novela de Luis Eduardo García, El lugar de la memoria, así como los lamentables comentarios del actual alcalde de Lima, Rafael López Aliaga, sobre el Lugar de la Memoria, ubicado en Miraflores sobre la Costa Verde (https://lum.cultura.pe/). Todo esto en un contexto doloroso que ha arrastrado a miles de peruanos a una confrontación física y verbal en el espacio de nuestras celebraciones bicentenarias. Hago hincapié en esto, pues dichas celebraciones deben culminar en la conmemoración del Bicentenario de las batallas de Junín y Ayacucho en el 2024; por otro lado, todavía no entiendo por qué la batalla de Higos Urcos, cercano a Chachapoyas, no está incluida en esta celebración. Todo es cuestión de memoria, de memoria intencionalmente selectiva.


El libro de Luis Eduardo es un verdadero viaje a la persona, al individuo. Una introspección de dos personas cuya relación invierte los roles que nos toca tener en nuestras vidas. Además, en la situación extrema que nos toca vivir a cada uno de nosotros como es la muerte, los humanos nos aferramos a diversos momentos para postergar el olvido. En este viaje de los dos personajes principales, Cayetana y Amado, las palabras se vuelven un valioso instrumento para retener la memoria o, como en el caso de Amado, perder las palabras que van a significar una muerte adelantada. Con una prosa cautivante el lector se vuelve testigo y cómplice del crecimiento de Cayetana, así como el deterioro de Amado. La primera deviene en madre y el segundo, en hijo invirtiendo los roles iniciales establecidos por el orden social y el, digamos, sentido común. El viaje es tortuoso, sensible. Luis Eduardo va construyendo dos personajes entrañables que tienen grandes referentes de su persona. Son recursos que toma para enriquecer la construcción de sus personalidades, sus sentimientos, sus arrebatos, miedos y frustraciones. Cargados de humanidad cotidiana, nos muestran ese ciclo de la vida desde que se inicia hasta que se cierra, el que vamos construyendo con la memoria para preservar los momentos que nos tocan vivir. Son personajes sólidos, que reflexionan en contrapunto (los impares, Cayetana; los pares, Amado). Amado, que asume tantas características de LEG (Luis Eduardo García) pareciera convertirse lentamente en una suerte de heterónimo del autor. LEG es un amante de Pessoa y todo su mundo: su prosa, su poesía, su ciudad, su arquitectura y música. Es Amado quien “enciende” toda esta narración en su búsqueda por la memoria, cómo preservan o cómo complotan contra esta. Y realiza una serie de viajes interiores y exteriores con el fin de hallar respuestas, y uno de estos viajes fue al Lugar de la Memoria (LUM) en Lima. Y este es el principal leit motiv de este texto.


El viaje a este lugar ocurre en la segunda parte del libro, en el capítulo 13. La visita la hace con Cayetana, su hija/madre. Para esto justifica su visita a este lugar dentro de la narrativa con el fin de darle un sentido, ese que se merece por tener, incluso, el título de la novela. Por eso se va a hacer necesario escribir literalmente algunas frases del texto: “Me ha pasado mucho tiempo pensando en el lugar donde se ubica o va a parar la memoria, sobre todo la que aparentemente se pierde, la que esfuma, la que no regresa [..]” “Amado estaba seguro de que allí iba a encontrar una respuesta [..]” “La historia es memoria, las sociedades son memoria y los individuos son memoria [..]” “[..]quiero averiguar cómo funciona la memoria social, qué olvidos la erosionan [..]” “Quiero saber cómo afronta el olvido la sociedad y cómo lo afrontan los individuos como yo[..]”. Y hay frases contundentes que se pueden leer a lo largo de este capítulo: “[..] la violencia y la enfermedad del olvido tienen algo en común: arrasan con cualquier forma de recuerdo o rastro del pasado. Dejan a las personas y a las sociedades sin vínculos emocionales, sin ataduras con la vida. Y que un pueblo arrasado como esos que aparecían en las fotografías del LUM son como el recuerdo que el Alzheimer deja en forma de sedimentos muertos sobre la superficie del cerebro. Se trata de la muerte absoluta. Quedarse sin recuerdos es la muerte absoluta [..]”. Durante mi lectura de esta novela, el alcalde limeño hacía comentarios tan desatinados como puede venir de una persona que no tiene la menor idea de lo que son estos espacios. A tal grado han sido de desafortunados sus comentarios que la Embajada de Alemania, institución donante de tan necesario espacio para la sociedad peruana, ha invitado al burgomaestre que visite el local. Diversos países latinoamericanos, como Brasil y Chile tienen estos espacios que invitan a reflexionar y evitar que vuelva a suceder. Un país que está atravesando tan profunda crisis le urge verse en los pliegues de su memoria.


Quiero agradecer (o maltratar, depende como lo veamos) a LEG el hecho de haberme invitado a presentar su libro; este cayó en mis manos durante ese trance que nos puede tocar a cada uno de nosotros: ser testigo de la muerte de un familiar muy cercano a ti. La memoria fresca de esa partida iba encontrando respuestas en el texto de esos momentos que me tocó vivir. La intensidad fue mayor. Una vez leí por ahí un post en un muro que me gustó. Lo parafraseo: una vez una persona ve a otra llorando por la historia narrada en una novela que había leído; sorprendido le dice a su amigo lector que el contenido era sólo ficción; el lector le responde: “lo sé, pero lo que siento es real”. Cosas de la literatura.


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