Dimensión incomprendida de un rico potencial

Nuestro país tiene grandes potenciales para ofrecer a sus ciudadanos y visitantes, espacios que generan aprendizajes, fortalecen la identidad y que permitan a los ciudadanos conocer el pasado para extrapolarlo con el presente.

29 de octubre del 2022

GERARDO

CAILLOMA


gcailloma@gmail.com


Este texto surge a raíz de tres conversaciones sostenidas con personas diferentes en tiempos y espacios diversos. La primera fue hace tres décadas cuando enseñaba español a un ciudadano israelí; le mostraba diversas fotos que había tomado en diversas partes de nuestro país, material que empleaba para invitarlo a describir los contenidos con el fin de incrementar su vocabulario. En una sesión de clases, mientras él veía las fotografías, de repente me preguntó a bocajarro si todos los peruanos éramos conscientes de la dimensión social, histórica, ecológica y física de nuestro territorio; reflexivamente, le dije que no. Me comentaba lo sorprendente que era para él toda la dimensión de este espacio humano y físico que por momentos lo abrumaba, lo entusiasmaba y entristecía a la vez, pues eran tiempos de violencia senderista y la sociedad peruana era golpeada por una galopante y abrumadora inflación. Pese a todo, su fe en el país vibrante que conoció le quedó en el más grato de sus recuerdos hasta que dejé de tener noticias de él.


La segunda conversación fue hace poco cuando un ex alumno que trabaja en el actual Congreso me hablaba sobre una ley que modificará el Sistema Nacional de Museos; me preguntaba con quién o quiénes se podría hablar con el fin de tener una visión más amplia de estas instituciones que deben reunir el patrimonio de una rica y antigua realidad humana como la nuestra. Le sugerí ampliar el espectro de personas que podrían contribuir, desde sus perspectivas, con ideas que podrían dar una mejor proyección de esta entidad que debe de ser vital para cualquier ciudad que lo acoja. Por eso le planteé que hablara también con educadores, personas ligadas al turismo cultural y arquitectos, cuyos aportes profesionales darán una visión más holística de la potencialidad de un museo. Hay algunos que se “venden” solos, pero hay otros que necesitan otros aportes más allá de lo académico para fortalecerlos y hacerlos vitales para el espacio urbano en el que se hallan. Nuestro país tiene grandes potenciales para ofrecer a sus ciudadanos y visitantes, espacios que generan aprendizajes, fortalecen la identidad y que permitan a los ciudadanos conocer el pasado para extrapolarlo con el presente. Es un proceso simpático y, a mi modo de ver, debería de ser una fiesta ciudadana cuando se abre un museo, pues es una forma de reconocer el valor histórico del espacio en el que se vive.


Y la tercera es una reciente conversación que, en cierta forma, cierra la idea expuesta en el título de este texto: abrumados como estamos con todos los problemas políticos, económicos y educativos que nos rodean, no estamos viendo los potenciales que nos permitan conocer y reconocer nuestra ciudad como un tesoro digno de mostrar. Trujillo no es sólo marinera o caballitos de totora. Hay muchos más tesoros humanos y culturales, grandes y pequeños por mostrar.


Sé que muchas visitantes que estuvieron conmigo han tenido diversas visiones y experiencias del espacio trujillano. Y cada uno se llevó su propia imagen de nuestra ciudad y sus habitantes. Para la cotidianeidad, nuestra ciudad encierra muchos problemas de toda índole: social, urbano, cultural, educativo, arquitectónico y todas sus variantes (corrupción, transporte, seguridad, reciclaje de residuos, deterioro social); son problemas que nos han ido invadiendo a tal grado que nuestro cristal está empañado como le sucede a la turbidez del agua: partículas grandes y pequeñas que dan una opacidad de una ciudad que otros la ven con mucha diferencia y asombro. Esta situación es la que nos induce a que muchas veces asentemos nuestra negativa percepción como la única válida y que nuestra ciudad ya no tiene remedio. O que las cosas que son buenas no sean vistas en su real dimensión al haber aceptado nuestra realidad como mediocre y, por eso, tal vez no exijamos a quienes corresponde que se debe proteger y alentar lo que sí es bueno, y que estas decisiones alienten a la ciudadanía a actuar por ese bien. Muchas veces la cohesión social positiva alienta cambios lentamente, pero cambios al fin. La misma inercia ciudadana dirigida por intereses oscuros hace que muchas veces veamos impávidos cómo nuestros elementos de identidad sean olvidados y trasgredidos a vista y paciencia de todos: sólo así se puede entender que se encuentre un inmenso basural y desechos de construcción en el área arqueológica de Chan Chan o se pierda cada día más en Centro Histórico.


Estuve con una amiga que regresaba a Trujillo después de tiempo a quien llevé al teatro de la UPAO para ver un espectáculo criollo; abrumada me decía que le parecía increíble que hubiera una instalación como esa en nuestra ciudad identificada más por los robos y crímenes de bandas, o los huecos en las calles, o los escándalos de corrupción de diversas instituciones públicas o privadas. Lástima que eso sirva más para “vender” la imagen de nuestra ciudad y no poder contar con autoridades, una clase empresarial y un núcleo ciudadano más agresivos (en el sentido positivo de la palabra) que decida cambiar el rostro de una Trujillo llena de potenciales a los cuales tenemos que desempolvar.

Ojalá que se pueda revocar esta triste situación.


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