Nuestra responsabilidad ante la historia

La historia oficial y la popular la estamos escribiendo en estos momentos; esta es la que quedará para las futuras generaciones, esa historia que nos identifique como sociedad, por la cual nos mirarán.

04 de junio del 2022

GERARDO

CAILLOMA


gcailloma@gmail.com


Leer un libro, textos o revistas de Historia es fascinante, sobre todo cuando los datos históricos aprendidos de pequeño son cuestionados por diversas investigaciones que se han venido haciendo, sobre todo, en las últimas décadas. Y, de seguro, vendrán muchas más que hagan temblar muchos mitos y “verdades incólumes”. Cuando estaba en el colegio (el próximo año cumplo 50 años de haberme graduado) en mis cursos de historia iba aprendiendo muchos datos interesantes que se iban grabando en la memoria de un niño y de un adolescente. Los libros que iban cayendo en mis manos nos permitían conocer a algunos personajes en algún momento venerados, luego defenestrados de sus parnasos dorados. A lo largo de este aprendizaje también tuve que cambiar de perspectivas y replantear muchas cosas. Investigaciones y libros que iban cayendo en mis manos, así como algunos viajes por el país o fuera fueron confrontando o corroborando mis aprendizajes. Recuerdo algunos momentos en mis viajes por el exterior que replantearon algunos conceptos aceptados como válidos: en Bogotá, una señora del Museo del Arte Colonial vio un polo mío con detalles chimú, lo observó extrañada y me preguntó sobre el origen; le comenté que este era peruano como yo; ella me comentó y transcribo literalmente: “¡qué interesante! imaginar que ustedes (los peruanos) habían llegado por aquí” en alusión a la zona sur de su país (Pasto). Su observación me descuadró en estos momentos; esa idea de ser un país invasor no había pasado por mi mente hasta ese entonces. Otro recuerdo simpático es el de una visita a una clase para alumnos de secundaria en Dinamarca: al mostrarles algunos elementos peruanos se sorprendieron de la presencia de momias (en un texto hablaba de muchos tipos de momia casi todas de Asia o Europa y, de pronto, apareció una momia Paracas); o la reacción sorpresiva de muchos chicos al enterarse de que la papa no era francesa o rusa, sino que venía de nuestros lares. Una amiga española estaba fascinada por los descubrimientos de las mujeres moche poderosas (Cao, San José de Moro y Chornancap), pero se sorprendió más cuando le comenté sobre las capullanas, tan poco difundidas en nuestros textos de historia. Estos descubrimientos han puesto de cabeza todo el planteamiento de pensar que la mujer no tenía relevancia política en nuestras culturas. De niño, creía que no había sacrificios humanos en nuestra larga historia prehispánica; pero los numerosos estudios en los 80 y los 90 mostraron con más evidencias las formas rituales para su ejecución. Los entierros en las huacas moche, los sacrificios de niños por los incas (Momia Juanita) y otras culturas, y el reciente descubrimiento de sacrificios masivos en Huanchaquito no hacen sino corroborar las hipótesis de varios arqueólogos planteadas por décadas. La desmitificación del Imperio Inca es otro gran proceso que permite ir atando cabos de un pasado aún no del todo comprendido. Los sometimientos sangrientos de muchos pueblos norteños antes de la llegada de los conquistadores dejaron hondas heridas en las comunidades avasalladas a las cuales tratamos de homogenizar como inca: los chachapoya, chimú, cañaris, tumpi, entre muchos más, no fueron asimilados por la tardía conquista de la maquinaria cusqueña. En nuestra convulsa geografía humana, todo podía pasar. La visión idílica de Garcilaso ha ido cambiando de matiz. Libros de Murra, Rostworowski, Wachtel además de los de los arqueólogos e historiadores peruanos de las últimas décadas deben de ser de lectura obligatoria entre nuestros jóvenes y muchos adultos como yo que teníamos una visión romántica de un imperio de aplicó muchas veces la fuerza entre sus vasallos. Alguna vez leí que la palabra “chancar” (triturar en quechua) tuvo su origen en el triste fin que tuvo el pueblo chanca bajo la aplanadora inca. Creo que es parte del imaginario popular. Esa visión simplista es la que se da muchas veces a los turistas extraviados que esperan hallar muchos Machu Picchu en nuestro vasto territorio.


De joven me tocó vivir el Sesquicentenario de la Independencia bajo el régimen de Velasco quien le había impreso una visión bastante nacionalista a su estilo de gobernar y que trazaba las políticas culturales de entonces. Así, un gran número de historiadores e investigadores sociales se embarcó en una interesante y amplia revisión histórica que trataba de replantear las causas y orígenes de nuestra Independencia rescatando la figura de Túpac Amaru II para quien hubo casi un endiosamiento. Se creó la famosa Comisión por el Sesquicentenario de la Independencia del Perú que elaboró ¡86 tomos! que son la base y fuente de mucha posterior investigación de este momento crucial de la historia. (https://sesquicentenario.bnp.gob.pe/#/). Ya en aulas universitarias, comenzaron debates que se oponían a las propuestas alcanzadas por esta comisión. Comenzó una prolífera investigación en la que participaron institutos, academias, universidades peruanas y extranjeras. Alguna vez leí que, aunque todavía nos falta mucho por estudiar, las investigaciones hechas de la historia peruana desde tiempos prehispánicos es una de las más ricas del continente. Quizás los mismos historiadores podrán corroborar o desmentir esto. Pero el trabajo de estas personas es relevante para entender lo que somos como nación, una sociedad que busca entenderse más para hallar soluciones colectivas en base a un pasado que muchas veces ha sido construido por suposiciones, tergiversaciones intencionadas y vacíos que comienzan a llenarse. La ciencia y la tecnología están ayudando a aclarar muchas cosas; nuevas investigaciones en todos los campos que complementan a la historia; el hallazgo de documentos, archivos y objetos; los estudios de la vida cotidiana de los habitantes de la antigüedad, esa que no figura en archivos oficiales. Muchos héroes han dejado de serlo al conocer aspectos lúgubres o falsos, como se está conociendo con varios personajes de la independencia o la Guerra con Chile; incluso algunos monumentos deberían desmantelarse o cambiar el nombre de calles o avenidas. Pero la historia como ciencia social sigue su camino y espero que haya más entidades que apoyen las investigaciones. Es un deber para con nosotros mismos, con nuestra psique, con nuestro futuro, además.


Las celebraciones de nuestro deslucido bicentenario, entre pandemias y caos político, entre guerras lejanas que nos afectan, entre densas conmociones sociales y una clase política lamentable, nos deberían invitar a la reflexión. La historia oficial y la popular la estamos escribiendo en estos momentos; esta es la que quedará para las futuras generaciones que vendrán, esa historia que nos identifique como sociedad, por la cual nos mirarán. Somos responsables de nuestra historia, sólo nosotros la estamos escribiendo. Lo que vemos, ¿será así como nos recuerden? Quizás estemos escribiendo un contenido sustancioso para un capítulo póstumo para el libro Historia de la corrupción en el Perú del fenecido Alfonso Quiroz. 200 años después, quiero agregar algo al título de esa buena compilación hecha por Carlos Contreras y Luis Miguel Glave del IEP, publicada en 2015, para parafrasearla: La independencia del Perú, ¿concedida, conseguida, concebida... para qué?




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