Migraciones, los nuevos rostros

Sería bueno preguntar a todos aquellos venezolanos u otros que han migrado hacia aquí por qué lo han hecho. Eso ayudará a crear una buena empatía social, dañada por lamentables campañas xenofóbicas alentadas por líderes o partidos políticos.

11 de junio del 2022

GERARDO

CAILLOMA


gcailloma@gmail.com


Una reciente conversación con unos amigos arquitectos motiva este artículo, el cual también invitará a la reflexión a muchos que lo lean.


En 1973, por razones del trabajo de mi padre, toda la familia migró desde Arequipa para instalarnos en Trujillo. Fue un proceso doloroso, pues significaba para cada uno de los miembros de mi familia desarraigarnos (que significa “arrancar de raíz”) de nuestro entorno amical, de los espacios a los cuales ya nos habíamos acostumbrado. Aunque nuestra familia es norteña de orígenes chiclayanos y piuranos, gran parte de mi niñez y los inicios de mi adolescencia fueron vividos en la ciudad sureña que termina formando parte de tu identidad. Mis recuerdos de mis primeros días en Trujillo, allá en 1973 y 1974 fueron bastante contradictorios y difíciles: una ciudad nueva con personas que no conocía y con gran parte de la infraestructura en mal estado. Hacía tres años (1970) la ciudad había sufrido un fuerte terremoto que había dañado edificios y parece que este había afectado también los servicios básicos como el agua potable (escasa) y un débil sistema eléctrico como lo era el servicio de alumbrado público. Poco a poco fui conociendo a varias personas por diversas razones y conocí a muchos que se habían mudado con familia y todo a Trujillo desde Chimbote (sobre todo) y otras zonas afectadas en la sierra de Áncash. Como sucede aún en nuestros días, la mayoría de los jóvenes egresados se iba (y se van todos los años) a Lima a engrosar el gran colchón de provincianos migrantes a la capital e hice lo mismo. Me fui a la capital. Seguí errando como muchos. Ya instalada mi familia en Trujillo, mis continuas visitas me permitieron ir conociendo otros grupos migratorios debido a la situación política y económica de entonces: la presencia de grupos subversivos en la sierra y la selva lanzó a muchas personas por tierras trujillanas. Gente que venía huyendo de Sendero o el MRTA encontraron cobijo en Trujillo. Se fueron acomodando en casas, negocios, colegios, creando espacios y generando cambios para la ciudad, nuevos conceptos culturales como la gastronomía, por ejemplo. Esos años difíciles fueron seguidos de otros que lanzaron a miles de peruanos a buscar otros horizontes. Muchos emigraron a tierras cercana como Chile o Argentina, u otras lejanas como Japón, Italia o España. Algunos transformaron la fisonomía social de esos países como Chile que ahora goza de todo un boom culinario que ya es parte de su cultura gastronómica. Sin embargo, esta migración fue uno de los procesos más dolorosos que muchos compatriotas hemos pasado. Muchos de nuestros familiares decidieron partir muchas veces solos; muchas familias quedaron en situación disfuncional por la partida de padre y, sobre todo, la madre; muchas mujeres viajaron como domésticas u otros trabajos que no eran ocupados por los nativos de los países receptores. Los colegios se comenzaron a poblar de chicos cuyas familias recibían remesas de los padres ausentes mientras nuestros alumnos eran criados por abuelos o tíos; las reuniones para ver el seguimiento académico de tal o cual alumno permitía comprobar esta situación. Muchos chicos accedieron a aulas universitarias de universidades privadas gracias al pago puntual enviado por el padre o madre desde USA o España. Las oleadas de migrantes peruanos tuvieron reacciones de lo más diversas. En 1994 me tocó viajar a Dinamarca, vía España, justo un mes después que el gobierno español puso una visa rigurosa a migrantes colombianos, ecuatorianos y peruanos. En España las personas identificaban a los asaltantes de carreteras como peruanos o rumanos. Y ese prejuicio enturbió la visión que se tenía de miles compatriotas. En mis viajes por Europa, algunas veces recibí indicaciones de cuidarme contra los famosos skinheads o neonazis que incrementaron exponencialmente en muchos países europeos y lo que ha permitido la aparición de partidos xenófobos, racistas, de extrema derecha. Basta ver los comportamientos recientes de partidos derechistas extremistas en Austria, Hungría, Polonia, España o Alemania para entender que es un fenómeno latente de varios países. Así también se puede entender la irracional lógica de un país de migrantes como lo es Estados Unidos y su anterior presidente, Donald Trump. O Jair Bolsonaro. Ser migrante es un proceso complicado. Volviendo a nuestra realidad, una vez hice dos preguntas en clase: quién era de origen totalmente trujillano, incluidos los abuelos; y la segunda, quién tenía un pariente viviendo en el extranjero. Aunque el segmento económico de los estudiantes podría haber explicado el hecho de que la mayoría de los estudiantes haya respondido positivamente a ambas preguntes, estas mismas preguntas las formulé en aulas universitarias y el porcentaje era casi igual, habida cuenta que entre los alumnos universitarios varios eran migrantes también. No hay que olvidar que el boom de universidades de los 90 atrajo también un buen grupo de jóvenes de otras ciudades de la región o las regiones vecinas, incluso Lima, a estudiar en estas nuevas universidades, algunas de las cuales terminaron mudándose a Lima dentro del nuevo auge del centralismo apabullante de nuestro país.


La creación de Chavimochic cambió la ciudad no sólo en su geografía física (sobre todo, clima), sino en su geografía social. La aparición de una migración interna de los mismos habitantes de la ciudad hacia lugares “de paso” o flotantes como Alto Salaverry generó una dinámica poco estudiada aún. La propuesta de ciudades satélites obedece un poco a este criterio. La última gran ola migratoria es la de ciudadanos venezolanos (en su mayoría) como colombianos u otras nacionalidades. No sabemos qué irá a pasar con la situación política de ambos países y si estas han de influir en que la migración se revierta: una vez que se halla un trabajo y se instala, uno termina perteneciendo a ese tejido social; como me ha pasado personalmente y como les ha pasado a miles de personas que han optado por Trujillo como su ciudad definitiva de residencia. Así como muchos compatriotas han delinquido o delinquen en el país que los acogió, eso es lo que ha pasado con otros tantos venezolanos u otros migrantes que radican en Trujillo. Para muchos que lean este artículo sería bueno preguntar a todos aquellos que han migrado hacia aquí por qué lo han hecho y, si uno es migrante, preguntarse a sí mismo. Eso terminará por ayudar a crear una buena empatía social, tan necesaria en estos momentos, dañada por las lamentables campañas xenofóbicas alentadas por líderes o partidos políticos. La trashumancia puede ser interesante, pero muchas veces han surgido por una necesidad que no terminamos de entender: terremotos, desastres naturales, terrorismo, escasez de trabajo, inflación, nulas oportunidades de desarrollo, injusticia, narcotráfico, un largo etcétera que nos obliga a pensar. El echar raíces nos da seguridad y la posibilidad de empezar algo con nuestra familia, nuestros hijos, hermanos; crear lazos de pertenencia, esos que miles de personas como yo y muchos que conozco queremos crear para sentirnos “en casa”.




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