Líneas desbordadas

La insana guerra de Ucrania está generando una construcción insólita para condenar a artistas, académicos e, incluso, atletas por su condición de rusos, tanto vivos como muertos. En esta nueva locura pronto se prohibirá leer Dostoievski o Tolstoi

26 de marzo del 2022

GERARDO

CAILLOMA


gcailloma@gmail.com


En el poco conocido filme Réquiem por un imperio del cineasta húngaro Istvan Szabo, se narran las vicisitudes y vejámenes que tuvo que pasar el gran director Wilhelm Furtwängler tras la caída del Tercer Reich. El haber decidido por quedarse en la Orquesta Sinfónica de Berlín durante el nazismo le causó graves problemas, pues fue acusado de colaboracionismo. Furtwängler, estudioso de Beethoven y Wagner, tuvo que lidiar con el desprecio de jurados militares norteamericanos, pese a que varios de sus músicos, incluso judíos protegidos por él declararon a favor del director. Hubo conciertos en los que era insultado o recibía fuertes silbatinas como en sus frustradas presentaciones en EE. UU. Sin embargo, para los norteamericanos, Von Braun es un destacado científico que llevó al hombre estadounidense a la luna, pese a que este científico, militante del partido nazi, había sido uno de los principales artífices de las famosas bombas V-2, construidas por trabajadores forzados y que causaron graves destrozos y muertes en grandes ciudades inglesas, sobre todo Londres. El famoso tufillo de la doble moral.


Bajo criterios subjetivos, pasionales y llevados a la irracionalidad las más de las veces, hemos visto a muchos intelectuales y artistas ser maltratados por su condición racial, de género, lingüístico o de nacionalidad. Cierto es que muchos artistas sí son cuestionados por sus ideas y acciones: Coco Chanel y Jean Cocteau fueron colaboradores de los nazis durante la ocupación alemana en la Segunda Guerra Mundial. Celine y D´Annunzio son muy polémicos por sus posiciones antisemitas o fascistas. El mismo Jorge Luis Borges tenía declaraciones bastante polémicas que mostraban su postura ante las sangrientas dictaduras sudamericanas de los 70. Hubo artistas populares españoles de los 50 o 60 que llenaron nuestras pantallas o teatros con sus filmes o actuaciones, figuras que eran apoyadas por una maquinaria franquista como una suerte de embajadores; así tenemos a personajes como Raphael, la gran declamadora Nati Mistral o la cantante Marisol, quien le dio vuelta al pastel y fue una crítica de la situación que vivía la España de entonces. Pero hubo grandes grupos de artistas que fueron censurados e, incluso, asesinados por su condición religiosa o racial. En la Alemania nazi y los países invadidos por ellos, muchos artistas terminaron sus días en campos de concentración por ser judíos, pacifistas, comunistas u homosexuales; algunos tristes ejemplos tenemos en la escritora Irène Némirovsky; pintores como Max Nussbaum o Max Jacob; intelectuales como Max Bloch o Walter Benjamin. Durante los regímenes autoritarios de la Europa de entre guerras y posteriormente encasillaban a los artistas dentro de paradigmas como Arte Degenerado (Entartete Kunst) o Arte Burgués, dependiendo el gobierno. Los nazis desterraron de la oficialidad a cientos de artistas “degenerados” de la talla como Kokoschka, Paul Klee, Chagall, Max Ernst, Georg Grosz, Kandisky o Nolde. La gran quema de libros de todos los escritores “degenerados” fue evocado en la obra Fahrenheit 451 de Ray Bradbury. La Unión Soviética de Stalin asesinó a gran cantidad de escritores e intelectuales por su condición de ser “enemigos del pueblo”; la Revolución Cultural China fue otro terrible sismo artístico que mandó a prisión a artistas, compositores, bailarines, escritores. Los Estados Unidos de los 50 y 60 sepultó en vida a muchos artistas negros que tenían que entrar por las puertas traseras humillándolos; por eso muchos de ellos tuvieron que irse de los EE. UU, como la famosa Josephine Baker que, incluso, decidió renunciar a su nacionalidad, o el jazzista Miles Davis que se mudó del todo a Francia. O en la Sudáfrica del Apartheid que mandó al exilio a muchos cantantes negros como la famosa Miriam Makeba.


En todos estos casos, los regímenes o gobiernos de turno construían una narrativa especial para ir calando en su sociedad los argumentos desopilantes que permitían barbaridades que podían incluir extremos como el exterminio. La insana guerra de Ucrania está generando una construcción insólita para condenar a artistas, académicos e, incluso, atletas por su condición de rusos, tanto vivos como muertos. En esta nueva locura pronto se prohibirá leer Dostoievski o Tolstoi, interpretar en auditorios de música culta a Tchaikovsky o Mussorgsky, ver los filmes de Eisenstein o Tarkovski. Nunca pensé que estas grandes almas del patrimonio de la humanidad eran portadores del mensaje bélico de Putin. Sí, un hilo de estupidez extremista está atravesando el espíritu de la sociedad o en sus líderes.



NOTA: “Ni El Detector ni sus directores, accionistas, representantes legales, gerentes y/o empleados serán responsables bajo ninguna circunstancia por las declaraciones, comentarios u opiniones vertidas en la presente columna, siendo el único responsable el autor de la misma”.