La tierra y nosotros

La reciente lluvia es como un jalón de orejas a todos los trujillanos. Una ciudad que tiene un relleno sanitario por el que pululan buitres alados y humanos. Una ciudad que utiliza sus centros arqueológicos como relleno sanitario.

30 de abril del 2022

GERARDO

CAILLOMA


gcailloma@gmail.com


El último miércoles por la noche una repentina lluvia, prácticamente un aguacero en algunos sectores de la ciudad alertó a todos los trujillanos. De pronto, a muchos aquella noche de marzo del 2017 vino a nuestra memoria y muchos comenzamos a temer lo peor. No era raro ver en las redes sociales las alarmas encendidas de todos los que vivimos esa triste experiencia de la cual aún no nos recuperamos. Incluso algunos conjeturaron que, tras la pandemia, otro castigo natural nos iba a azotar; ya tenemos las pestes sociales con el mundo político que tenemos a todo nivel y un conflicto europeo cuyas ondas comienzan a llegar a nuestras costas y van asolando nuestra economía. Y el viernes 22 de abril, fue el Día Internacional de la Tierra. Irónico.


En tiempos universitarios, tuve la oportunidad de leer grandes párrafos o capítulos enteros de libros como El mito del eterno retorno de Mircea Eliade o La rama dorada de George Frazer. Para muchos, esos libros les han de ser desconocidos; son libros que nos permitieron entender muchas cosas, ideas, conceptos y costumbres de nosotros como seres humanos. No son libros de autoayuda o todo ese género parecido surgido con el avance del libre mercado que trataba de dar paliativos en momentos que uno era sobreexplotado o está obligado a llevar cinco maestrías para pugnar un puesto en la ventanilla de un banco. No. Son libros que nos permiten entender la relación histórica del hombre con su hogar, con la tierra. En su relación con esta surgen la religión, la economía, la geopolítica, el poder, etc. Las culturas antiguas estaban vinculadas con la tierra, eran agrarias; eran solares o lunares, los astros que regulan todo proceso agrario y, con ello, la vida de una civilización. La tierra era considerada como un(a) dios(a) benevolente y castigador(a): la Pachamama del mundo andino es la Coatlicue del mundo azteca, Freya en el mundo nórdico, Gaia para los griegos y sucesivamente. En hebreo, Adam significa “venido de la tierra” (del barro); para el mundo quiché, el hombre viene del maíz. Cuando algunas culturas comenzaron a conocer la papa, por ejemplo, la relacionaron con elementos terráqueos relativos: Pomme de terre (manzana de la tierra) para los franceses; tapuah adamá (תפוח אדמה) (manzana de la tierra) para los hebreos. Los calendarios eran solares o lunares. A medida que el hombre va creando tecnología, esto le va a permitir dominar algunas circunstancias que con el tiempo se fueron convirtiendo en elementos negativos, pese a que habían existido antes y habíamos convivido con ellos. Esta situación cambió algunas percepciones como el valor del tiempo. Un segundo sigue siendo un segundo; pero un segundo de la antigüedad sin electricidad, máquinas, internet, celular y otras avituallas tiene otra dimensión y otra influencia en nuestra psique. Un segundo perdido en la antigüedad en su cotidianeidad no causaba el estrés, la condición de miseria que puede causarnos ahora. Los humanos han ido rompiendo paulatinamente nuestro vínculo y este proceso se aceleró a partir de la Revolución Industrial. Desde entonces, el concepto de “dominar al mundo” adquirió un valor pernicioso que ahora lo estamos sufriendo. Contaminación, sobreexplotación de los recursos naturales, crecimiento exponencial de la población, calentamiento global, exterminio ecológico, consumo nocivo exponencial: todos estos enunciados causan en común el terrible daño que se inflige sobre nuestro planeta, sobre nuestro hogar. Recuerdo un anuncio danés de TV que agrupaba a personas por determinadas categorías y en una de estas había un grupo de jóvenes que nunca en su vida (hasta ese entonces) habían visto una vaca o animal de establo. Interesante.


La reciente lluvia es como un jalón de orejas a todos nosotros, habitantes de una ciudad que genera casi 220 toneladas de basura diaria; que tiene un alto índice de concentración de micropartículas en el aire por el viejo parque automotor que tenemos, más todas las otras formas de contaminación aérea como la quema de basura o caña de azúcar; que ocupa zonas prohibidas de lechos naturales para urbanizarlas o darles otro fin; que ha matado su río natural con relaves mineros, los que incluso contaminan la agricultura de panllevar. Una ciudad que tiene un relleno sanitario por el que pululan buitres alados y humanos, centro de corrupción. Una ciudad que utiliza sus centros arqueológicos como relleno sanitario también. Una ciudad que despilfarra en un sistema de ciclovías nada planificado; que no cuenta con un sistema de alcantarillado cuando vemos que cada vez llueve más. Una ciudad que prefiere cubrir de edificaciones los espacios destinados a áreas verdes, que prefiere utilizar cemento en vez de recursos naturales para evitar los huaicos que volverán en cada Niño. En fin, una ciudad que se ha olvidado de convivir armónicamente con el espacio natural que nos ha tocado vivir.


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