Cusco en deterioro silencioso

La presencia de construcciones de material noble que destruyen la armonía del lugar es una constante que hace que su atractivo vaya cayendo en el olvido como sucede con el Centro Histórico de Trujillo.

8 de enero del 2022

GERARDO

CAILLOMA


gcailloma@gmail.com


Un grato reencuentro con entrañables amigos para cerrar el 2021en la ciudad imperial; en el ombligo del mundo. En el puputi (ombligo) de la sociedad peruana y americana. En un ensayo de cine de Huayhuaca sobre el filme Viaje en Italia de Rossellini, se planteaba que para los europeos ir a Grecia e Italia, en especial a Roma o sus grandes restos arqueológicos, es como volver a las raíces de su propia identidad colectiva. Neruda, en su Canto General, habla de las raíces de los americanos que confluyen en Machu Picchu y suben con el aeda para que, a través de su voz, vuelvan a hablar todos: la patria pétrea, dura. Cusco es para muchos el ombligo, el centro que todos buscamos en la construcción de un pasado con el fin de tener cimientos para un futuro: es parte del imaginario de un pueblo y, muchas veces, se construye con el propósito de crear identidad y fortalecer, también, el poder de un grupo o casta gobernante; una forma de legitimización. Motivos brillantes u oscuros se mueven en la historia y movilizan a las personas. Lo vi en el Santo Sepulcro en Jerusalén o en El Cairo y sus cercanas pirámides. Los caminos de Santiago de Compostela son recorridos desde muchas partes de Europa y tienen un trazado definido en torno al cual ha crecido toda una economía floreciente, golpeada por la pandemia. Los humanos somos eternos errantes y buscamos metas para cumplir con un logro para alguien o para uno mismo. Peregrinamos siempre. El turismo acompaña estos peregrinajes y ayuda a modelar esas peregrinaciones. Algunas veces para bien; otras, para mal. Para muchos americanos, Cusco es la ciudad ombligo: “alguna vez tengo que ir a conocerla”.


La maquinaria entorno a esta ciudad es impresionante y se ha visto afectada por la pandemia. Sin embargo, este año sus calles, restaurantes, iglesias y museos volvieron a oír los murmullos en cientos de lenguas que expresaban su admiración, así como su molestia. Cusco, una de las perlas de la cultura peruana, está en proceso de deterioro. Esta ciudad la he visitado algunas veces desde 1973. Muchas cosas han ido mejorando, pero otras sí deberían llamar a la reflexión y a la acción. Como pasa en todas las ciudades de nuestro país, Cusco se va infestando de construcciones que rompen su encanto. La presencia de construcciones de material noble que destruyen la armonía del lugar es una constante que hace que su atractivo vaya cayendo en el olvido como sucede con el Centro Histórico de Trujillo. Estas construcciones no corresponden a personas de escasos recursos ni nada por el estilo; son construcciones de hasta cuatro pisos, sin enlucir que pululan en los barrios tradicionales que ponen en peligro su condición de patrimonio de la humanidad. Los raros permisos concedidos a estos inescrupulosos propietarios sólo pueden entenderse por las generosas coimas que reciben las autoridades respectivas y el tráfico de influencias que cunde en cualquier parte de nuestro país: el dinero rápido que pueden obtener estos mediocres propietarios puede generar el fin de toda esa aura por la que muchas personas viajan a conocer la ciudad imperial. El caso de Trujillo es terrible; se han hecho varias gestiones para convertir el Centro Histórico en Patrimonio de la Humanidad como lo son Arequipa, Cusco o Lima; pero los daños infligidos en muchas zonas de nuestro centro son irreversibles. De no reaccionar las autoridades responsables cuzqueñas, su ciudad puede, en un tiempo no muy lejano, perder la “gallina de los huevos de oro”. La codicia de unos pocos va a ser la ruina de toda una ciudad.


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