Educación sexual, el tabú de la hipocresía

La sexualización de jóvenes y niños es cada vez más invasiva en todos los segmentos sociales y las evidencias saltan a la vista a través de las redes sociales en sus diversas plataformas.

28 de mayo del 2022

GERARDO

CAILLOMA


gcailloma@gmail.com


Durante la semana estuve viendo la entrevista de Jaime Chincha a la congresista Tania Ramírez en la que abordaron temas puntuales como el posible plagio de su tesis, la SUNEDU y su posición sobre la educación sexual en el sistema escolar peruano. La reacción de la congresista sobre este último punto es motivo de reflexión de este artículo, pues la posición de esta es preocupante por las confusiones que tiene en cuanto a este tema, los argumentos que esgrime y su posición política que está generando tantos problemas en una sociedad que tiene un gran número de niñas y adolescentes embarazadas, varias de ellas por personas de su círculo familiar e, incluso, en su misma casa.


El sexo y su entorno es un tema difícil de abordar en muchos hogares y por muchas personas. El aprendizaje de este ha sido de lo más accidentado y no de la manera adecuada, sea por hombres o mujeres durante generación. Muchas personas responden a preguntas relacionadas a personas de su mismo sexo: padre a hijo, madre a hija, tío a sobrino, tía a sobrina y así sucesivamente. Pero la pregunta por el otro, el sexo contrario o los momentos de interrelación entre ambos ya es otro cantar. He escuchado siempre comentarios de padres diciendo que han preparado a sus hijos en este asunto; pero, cuando he preguntado a estos sobre sus hijas, suelen derivar este tema a la madre. En la entrevista de la cual hablo en el primer párrafo, hubo un momento muy interesante: el periodista le preguntó a la congresista si esta le habla a su hija sobre cómo nacen los hijos, esta le respondió que sí; pero cuando le preguntó sobre la procreación que involucra el acto sexual, ella se quedó, automáticamente, callada y no supo dar respuesta. El problema de la otredad sexual y todo lo que esto significa. Las observaciones alcanzadas por el periodista eran pertinentes: los datos cuantitativos sobre los casos de violaciones a niñas en el círculo familiar era uno de ellos, la triste realidad de que muchos padres prefieren esquivar el tema a un niño o adolescente curioso que aprende sobre sexualidad a través de amigos o, en el peor de los casos, en una Internet plagada de pornografía. La vergüenza que muchos padres tienen de hablar sobre la sexualidad del otro es más que evidente. El mundo masculino, anteriormente, solía descubrir el sexo con ciertas costumbres que tergiversaban este: el varón adolescente era llevado a un prostíbulo por su padre, tío, hermanos mayores o amigos que asumían esa función “educativa”. La mujer era comprendida de dos maneras por los incipientes varones: madre/virgen vs. Puta/mujer de la vida. Esta forma de aprendizaje ha ido cambiando por la inundación de la virtualidad, una proliferación de las artes más abiertas y libre, y una fuerte revolución sexual de las últimas décadas que han sido el dolor de cabeza de grupos conservadores y candidatos religiosos decimonónicos. Aún recuerdo, la década pasada, los comentarios negativos de algunos padres y otros adultos sobre el libro Los inocentes de Oswaldo Reynoso cuando en una universidad (¡universidad!) pedimos leer este texto entre nuestros alumnos. Y este libro se publicó en ¡1961! En vida, el escritor nos visitó una vez y tuvo conversaciones francas con nuestros entonces estudiantes sobre sus libros en los que la sexualidad era abordada como se la representa en nuestra sociedad con un falso pudor e hipocresía. O la lectura del cuento Los cachorros en el que conocemos a un personaje como Pichulita Cuéllar, apodo que arranca risas veladas entre los alumnos de colegios. Para muchas personas, como modernos Savonarolas, lo ideal sería “borrar” literalmente toda producción artística en la que el cuerpo humano esté desnudo: imaginar el David de Miguel Ángel o el nacimiento de Venus de Botticelli destruidos; la Maja desnuda de Goya en la hoguera; las pinturas de Schiele, las esculturas de Rodin. En nuestro país, quemando los libros anteriormente nombrados o muchos más de nuestra vasta producción literaria, o enviando a la hoguera los estudios de Bacaflor o muchos trabajos de pintores, escultores, fotógrafos, cineastas y dibujantes de cómics del siglo XX y XXI. La tentación de muchos es grande. Hemos visto a muchos movimientos políticos mezclados con los religiosos que nos quieren volver al siglo XIII, al medioevo europeo, pues las evidencias de nuestras culturas son, para estas personas, muestras infames y ligadas a cierta influencia diabólica, como sucede con los mal llamados huacos “eróticos”. Ojo, no confundir con la manipulación política que ha hecho últimamente el alcalde de Moche con fines más allá de lo educativo y que no tiene nada que ver con el propósito inicial para el cual fueron hechos.

La juventud y niñez actual difiere mucho de nuestras generaciones. Han desbordado nuestras fronteras de control y enseñanza. Muchos de nosotros desconocemos términos como las famosas fiestas “semáforos” o “arcoíris”, las cuales abundaban previamente a la pandemia. Negar su existencia es tapar el sol con un dedo. La sexualización de jóvenes y niños es cada vez más invasiva en todos los segmentos sociales y las evidencias saltan a la vista a través de las redes sociales en sus diversas plataformas: niñas reinas de bellezas, la celebración de ciertos bailes de carga erótica entre niños o la exposición de los cuerpos humanos ya de manera explícita con diversos propósitos nada pedagógicos. La economía agresiva, además, apunta sobre este segmento para moldearlo, para convertirlo en un cliente potencial.


Recuerdo que hace muchos años (1980), en el patio de Letras de la Universidad Católica, un grupo de estudiantes expuso varias fotos de portadas de revistas que mostraban cuerpos acribillados de feligreses masacrados en el entierro del padre Óscar Arnulfo Romero, obispo asesinado salvadoreño. Las fotos no provocaron reacción alguna, sino indiferencia. Un par de semanas después se expuso una pancarta de fotos de mujeres desnudas de Playboy. La reacción fue interesante: una ola de indignación entre muchos estudiantes. Fuera de la carga política, los argumentos esgrimidos para justificar esta reacción por mostrar una mujer desnuda y no un cuerpo acribillado fueron bastante pintoresca, pues la reacción venía más de los varones que de las mujeres en sí.


La educación sexual se hace necesaria en un país que tiene grandes problemas en grupos etarios muy jóvenes con elevados porcentajes de gravidez no deseada (¿alguien en su sano juicio piensa que una joven de 14 años quiere tener un hijo?), casos de violación en círculos sociales inmediatos y una suerte de promiscuidad generada por la ignorancia (en el sentido lato de la palabra; ergo, desconocer) que perturban no sólo la vida privada de una persona, sino muchos factores socioeconómicos de nuestra sociedad, que van desde el desempleo hasta el incremento de una población vulnerable social y económicamente hablando. La necesaria capacitación a docentes en este tema y la sensibilización sobre este en la sociedad se hacen urgentes para ayudar a familias poder abordarla sin traumas ni prejuicios. Lo prohibido se hace muy atractivo a personas que acceden a ellos de manera incorrecta y muchas veces intencionalmente tergiversada. Tomemos el toro por las astas; pero hay muchas personas, como la congresista tiktokera u otros representantes de ideas conservadoras que anteponen sus posiciones personales antes de pensar por el bien común.




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