Metodología de un paseante

Marcos Juncal es uno de esos artistas que se decantó desde un primer momento por la escultura para enfrentarse de una manera aguerrida y directa con la materia y, a pesar de que sus procesos y materiales puedan haber ido variando con los años, el enfrentamiento directo y basto sigue siendo una constante de su trabajo

La idea de una «metodología del paseante» para este proyecto procede de la propuesta desarrollada por el filósofo y crítico cultural Walter Benjamin, cuya concepción se centraba en explorar y comprender el mundo a través de caminar o deambular por la ciudad, observando minuciosamente los detalles del entorno urbano, las interacciones humanas, la arquitectura y los espacios públicos, así como todo lo que habita en ellos. A través de esta práctica, artistas como Juncal adquieren la habilidad de aprehender la esencia de la ciudad, revelar sus aspectos ignorados o pasados por alto y, comprender así, la complejidad de la vida contemporánea, totalmente ligada a una sociedad de consumo desmedido que no hace más que generar detritus culturales.

La técnica de este «artista ambulante» implica además adoptar una actitud receptiva y reflexiva, que permita que las impresiones y observaciones surjan de manera espontánea. No se trata únicamente de desplazarse físicamente, sino de estar abierto a las experiencias sensoriales y a las conexiones que se establecen con el entorno de forma natural. Para él, todos los objetos pueden contribuir a la función animadora del espacio, pues el gesto de tomar la materia desechada del suelo o rescatarla de mercadillos de segunda mano y redimirla de su inutilidad para darle forma con expresión plástica es el objetivo cumplido de estas esculturas. La moldura de un marco usado o el hierro suelto de un andamio, el cemento residual de otras arquitecturas, los souvenirs de vacaciones ya olvidadas, todos restos de un pasado reciente que toma con cuidado y acaricia, seguro que juega con ellos, encontrando los elementos de una composición y, en la operación, la alegría de haberles dado un nuevo destino. Este es el origen del arte, desde el dolmen hasta nosotros.

El trabajo de Marcos Juncal juega con el tiempo, haciéndolo dinámico, circular, sin saber ya a qué línea pertenece cada fragmento. Lo que vemos en sus obras, en cierto sentido, no es otra cosa que el reencuentro ideal de espacios, con frecuencia muy vastos, así como de fragmentos y rompimientos en los que parece como si nada se opusiera a que aumenten su tamaño o se prolonguen de manera azarosa. Así, Juncal se encuentra como escultor entre aquellos que violentan la limitación de la estatua con la incorporación de otras realidades al mundo de la escultura, configurando el espacio en los pequeños esquemas de su invención. Y eso lo hace un arte realista, pues procede directamente de nuestras vidas, pero también es, y antes que nada, un arte optimista que considera que nada llega a morir del todo. El desecho cultural vuelve, con colores dinámicos, vibrantes e incluso excéntricos, jugando y combinándose entre ellos, generando unas relaciones más próximas a la instantaneidad que al equilibrio inmutable o definitivo propio de la escultura. Este es su propósito, hallar conceptos y conocimientos en los vestigios culturales y emplear las ruinas como medios para establecer conexiones más profundas con la sociedad.

Hoy en día, en la era en la que el objeto cultural se soba y manosea como la cosa menos sagrada de este mundo, lo acabado y completo, lo que no deja restos ajenos al objeto mismo y lo que no muestra señales de haber resultado de ninguna mixtura ni del aprovechamiento de materiales cotidianos, será a menudo muy apreciado para diversas clases de fines, pero de ninguna manera valdrá como ejemplo de creación cultural.