Semana Santa

Va a entrar el Rey de la Gloria

Jesús va a entrar en Jerusalén, y la gente le espera en la calle. Alfombras, ramas de olivo, cantos, alabanzas, pétalos surcando el cielo, sonrisas y algarabía. Nuestro Dios, hecho carne, se pasea entre nosotros como uno más, pero siendo consciente de que no es uno más. Pasa por las calles, por nuestras ciudades, por tu lado. Sonríe ante toda esta alegría; le gusta que le llamen por su nombre, que sepan quién es, que tú sepas quién es.

Sin embargo, no se queda mucho tiempo ahí. Entra en Jerusalén, pero no con el propósito de quedarse en esa fiesta, sino con un objetivo que cumplir. Él no se queda en la alegría, sino que se escabulle hacia el silencio. Para él no es tan importante lo que puedas hacer exteriormente hoy: estar en la calle con las palmas y los ramos de olivo, compartir este día en familia, acompañar el paso del borrico… Todo eso te ayuda a ti a mirarle a Él. Jesús sigue caminando, el bullicio queda atrás, y se para frente a ti y pica a la puerta. A tu corazón.

Hoy, el Rey de la Gloria llama a tu puerta, a tu interior, a lo más profundo de ti, a tus infiernos, a tus dolores, a tu oscuridad, a todo tu ser. Hoy, el mismo Dios te mira a los ojos y te pide permiso para reinar en tu caos, ahí dentro, en esos abismos insondables que ni tú reconoces. Hoy, Jesús elige venir a buscarte, elige que seas tú esa ciudad que va a ser reconstruida.

Hoy, el Rey de la Gloria quiere entrar en su humilde morada: tu corazón. Ese lugar que él está preparando para que la muerte no tenga la última palabra, sino la luz y la verdad. Ese lugar que, como el pesebre le vio nacer, le vea nacer de nuevo con sus llagas gloriosas. Ese lugar que, como el vientre de María, albergue la Vida.

Hoy, el Señor te hace una invitación y una promesa: "Yo hago nuevas todas las cosas". ¿Qué respuesta le vas a dar?