Reflexiones

Mi Cristo roto

Tu cuerpo. El cuerpo de Cristo, tu cuerpo. Lacerado, ensangrentado, llagado...vulnerable. Con los brazos abiertos, extenuados. El amor ha muerto por mí, para mí. Tu vida ha llegado al final, porque ha llegado a la cumbre de su misión: llegar hasta mí.

Mirando a la cruz, me doy cuenta. Él sabía que yo, humana, carnal y limitada, necesitaba recibir y palpar el amor de una manera que pudiera reconocerlo, abrazarlo. Y tú, Jesús, te acercaste a mí, hasta el punto de subir a lo más alto de la montaña en lo alto de un madero para ser visto por mis ojos, y quisiste sufrir en tu cuerpo los escupitajos, latigazos, injurias, la soledad y la traición para decirme que me amas. No con un amor de subordinación, sino un amor total, de iguales. Porque eres como yo, un cuerpo y un alma que siente y vive.

Ahí, en la cruz, en el momento de mayor sufrimiento, te presentas a mí mostrándote tal y como eres, vulnerable. No tapas nada de ti, no te guardas nada. Todo me lo muestras: tu debilidad, tu tristeza, tus heridas, tu identidad, tu corazón… Todo me lo cuentas sin palabras, todo me lo das. Esa es tu entrega: “todo lo mío es tuyo, mi cuerpo es tuyo, mi corazón es tuyo..yo soy tuyo”. Y tienes sed, pero no de agua; tienes sed de mí, de que te corresponda, de mi cuerpo, de mi mirada, de mi corazón.

Tú te has puesto a tiro para mí. Tus llagas, tu piel y tu cruz me dicen: “Te buscaba y no te encontraba, tú huías de mí y no podías verme. Pero aquí estoy; me abandono en tus manos tal como soy porque te quiero, porque te miro y vivo, y no sé vivir sin ti. Quiero ser uno contigo, quiero no existir para existir contigo. Quiero unirme en cuerpo y alma contigo; no a medias, sino del todo. Que me mires y me traspases, mirarte y traspasar toda tu vida y tu historia”.

Cada rasguño, cada hendidura de tu cuerpo es un “te amo” no hablado a todo de mí, en todo conmigo. Es tu declaración de amor: ser uno con una, ser una contigo; en todo, con todo, para todo. Como dos vidas que se unen para no ser ya dos, sino una. Una misma mirada, un mismo sentir, un mismo latido. Ser amada en cada una de tus heridas y sufrimientos; besar tu dolor y tu persona.

La Cruz no fue solo un momento; es cada día. En el altar de la Eucaristía, en lo más pequeño y sencillo - un trozo de pan y un poco de vino - se encierra el mayor misterio. Cada día me vuelves a repetir esto, cada día vuelvo a ver cómo tú, el hombre, se acerca a mí en forma humana, con las heridas abiertas, para señalar mi lugar en ti.

Tu cuerpo roto, Jesús, es el mejor lugar para estar, para ser, para amar.