Semana Santa

¿A qué estás dispuesto a renunciar?

El Evangelio nos puede ayudar mucho a reflexionar sobre una cosa que nos cuesta un poco: la renuncia. Nos puede costar porque tenemos un significado distorsionado de ella, como algo que se nos quita o un sacrificio tortuoso. O nos puede costar porque simplemente es difícil decir que no y apartar algo que queremos o nos gusta.

En el pasaje que leímos ayer (María y el perfume a los pies de Jesús), lo vemos de esta manera: María, cuando Jesús viene a cenar a su casa, coge un perfume que tenía guardado y unge los pies de su Maestro. Imagina la situación: una familia normalita de Betania, que no tendría muchas comodidades ni lujos; una mujer que tiene guardado un perfume, que se especifica que es caro (es decir, un lujo en ese ambiente sencillo), y lo gasta en los pies de una persona. No una persona cualquiera, porque es su Señor, su Jesús, aquel que devolvió la vida a su hermano. Y Judas, que ve esto, se lleva las manos a la cabeza porque no entiende cómo es posible que esta mujer haya desperdiciado trescientos denarios en unos pies.

Aquí podemos ver qué es lo importante para cada personaje. Por un lado, a María no le importa el valor de esa fragancia; el perfume es tan solo un medio para un fin, que es hacer algo bonito por aquel a quien ama y que la ama. No le importa el precio que vale, porque el valor lo pone en la acción, que es postrarse ante Dios y mostrarle humildemente, con lo que tiene, su amor. En cambio, el objeto de valor para Judas es el perfume; no por lo que simboliza ni su uso, sino el precio. Porque a Judas le importa más el dinero y la ambición de obtener que la persona de Jesús.

Esto me lleva a hacerme una pregunta: ¿dónde fijo yo mi mirada? ¿En lo que puede valer el frasco de perfume o en cómo lo puedo usar? Es decir: ¿me importa más el dinero o Jesús? Y llevándolo más allá de este pasaje, a nuestra vida ahora: ¿qué es lo que inunda mis pensamientos y mis acciones? ¿Hacia dónde me dirijo? Dicen que donde está tu tesoro, allí estará tu corazón. ¿Dónde está mi tesoro? ¿Qué considero mi tesoro? Quizá es el dinero, o las posesiones (un coche, una buena moto, una gran casa, ropa, zapatos…), o la ambición de escalar posiciones en el trabajo, o las redes sociales. ¿Dónde se va mi corazón, mi mirada?

Es importante poder hacerse esta pregunta y contestar sinceramente. Porque hasta que no somos conscientes de lo que hemos puesto en nuestro objetivo, como meta en la vida, aquello que nos mueve…no podemos ser conscientes de todo a lo que renunciamos por eso. Si tu meta es seguir escalando a nivel profesional, quizá has renunciado inconscientemente a pasar tiempo en casa con tu familia, o a trabajar en equipo. Si tu tesoro son las redes sociales, quizá has olvidado las relaciones reales, o cómo puedan estar realmente tus amigos o las personas que tienes cerca. Si solo piensas en tener un coche mejor o una moto mejor que la que tienes ahora, puede que estés dejando otras cosas fuera de tu vista. No porque pienses en ello habitualmente, sino porque dejas de invertir tiempo (y mente) en otras. Y eso es renunciar. Puede que lo hagas consciente o inconscientemente. Cada día renunciamos a algo, porque cuando elegimos una opción de entre varias, estamos eligiendo una y renunciando al resto. Por eso es importante que sepas qué es lo que estás eligiendo y qué es lo que estás dejando de lado.

María tenía claro su objetivo: Jesús. Judas tenía claro su objetivo: el dinero. Aquí puedes pensar: “Qué tonto este Judas, está claro que él es quien lo hacía mal”. Pero es que tú y yo somos Judas hoy. Puedo tener claro que quiero a Jesús y he decidido seguirle y quiero pasar tiempo con él, pero en seguida tengo planes, salidas y mil cosas que llenan nuestro día y nuestra vida. Ahora que estamos confinados en casa, todo el mundo dice tiene menos tiempo que antes (¿cómo es posible?). No podemos salir, pero tenemos la televisión, un videojuego, Netflix, llamadas, juegos, comida, música, deporte… Y vas haciendo y haciendo, y se acaba el día y no hemos dicho ni “buenos días” a Jesús. Y esto es simplemente porque vivimos en la necesidad de hacer, hacer y hacer…pero Dios no nos exige ni nos pide eso, simplemente nos pide que estemos con Él. No hacer, sino estar. Y nos cuesta, porque cuando no hacemos nos podemos sentir improductivos y pensar que ese tiempo no nos está sirviendo para nada, que no valemos. Pero con Dios, es el mundo al revés. No se trata de ser Judas, sino de ser María; no es cuestión de hacer y maquinar en tu mente, sino de estar.

Hoy te invito a hacerte una segunda pregunta: ¿qué es lo que me aparta de Dios hoy? ¿Qué cosas llenan mi tiempo durante el confinamiento? Cuando seas consciente de lo que llena tu tiempo, te darás cuenta de dónde estás poniendo tu valor, cuál es tu tesoro, y te darás cuenta de a qué estás renunciando. Y en ese punto, reflexiona: ¿a qué puedo renunciar de todo esto para poder mirar más a Dios? ¿Qué puedo dejar de hacer o no dedicarle tanto tiempo para dedicar ese rato a Dios? No hace falta que sean largas horas, Jesús no nos exige horas; nos pide tiempo de calidad. Hacer un café con él, pasar un rato al sol en el balcón, una conversación antes de ir a dormir… Pequeñas cosas. Recuerda: donde está tu tesoro, ahí estará tu corazón.