HÁGASE I

Capítulo II

En el libro del Génesis, podemos leer de dos maneras la creación del hombre: lo que se conoce como el primer relato de la creación o relato elohísta (en Génesis 1) y el segundo relato de la creación o relato yahvista (en Génesis 2). Son dos formas de ver (y escribir) un hecho, lo que no se contradice, sino que enriquece lo que nos quiere transmitir. Veamos aquí el relato elohísta.

“...Hizo Dios las alimañas terrestres según su especie, las bestias según su especie y los reptiles del suelo según su especie: y vio Dios que estaba bien. Dijo Dios: ‘Hagamos al ser humano a nuestra imagen, como semejanza nuestra. [...] Vio Dios cuanto había hecho, y todo estaba muy bien.” (Gen 1, 19-31)

En el primer relato de la creación, lo que llama la atención es que Dios, durante los días que dura esta, va creando el mundo, los elementos, los animales y el hombre en el sexto día; es decir, que el hombre es creado sobre la tierra y al mismo tiempo que ésta. Pero hay pequeños detalles importantes: del primer al quinto día vemos como una sucesión de hechos que parecen tener un orden lógico y evidente. En cambio, Dios se detiene antes de crear al hombre, como si esa decisión necesitase un tiempo. Y, además, dice: “Hagamos”. ¿A quién se refiere? Pues a la Santísima Trinidad. Dios, que es Padre, Hijo y Espíritu Santo, crea al hombre no por su cuenta, sino contando con toda su persona, tomando su tiempo, consciente de que esa creación es importante y valiosa. Y no solo por eso: fíjate que dice “Hagamos al ser humano a nuestra imagen”. Es decir, que Dios, que es uno y trino, que es tres en uno, que es comunión, hace al hombre a su imagen y semejanza; por lo tanto, el ser humano está llamado a la comunión, porque es semejante a Dios. Y vamos un poco más allá; no solo al hombre, sino a ambos, hombre y mujer:

“Dios creó al hombre a su imagen; a imagen de Dios los creó; mujer y varón los creó” (Gen 1,27)

Y fíjate que vuelve a estar presente la comunión de Dios: esta frase la repite tres veces, de tres formas distintas, como un sello de confirmación de esa comunión entre hombre y mujer.

En estas primeras páginas, encontramos la definición del hombre en todas las dimensiones del ser y el existir; tanto su creación (“a imagen de Dios los creó”) como la procreación. La lectura sigue: “Y los bendijo Dios, diciéndoles: ‘Procread y multiplicaos y henchid la tierra; sometedla y dominad’” (Gen 1,28). El ser humano ha sido creado después y durante la creación del mundo, pero es distinto, y tiene una misión distinta, la de dominar todo lo que le rodea.

Es así, el ser humano es distinto al resto de la creación, y Dios se admira de él. Si no, fíjate: durante la creación, va diciendo “Vio Dios que era bueno”, pero cuando llega el hombre y la mujer dice “Vio Dios que era MUY bueno”. Ahí hay una diferencia, un salto de calidad, una mirada distinta de Dios. Nada ha sido hecho a su imagen y semejanza antes del hombre, y nada después. Solo nosotros, solo tú, tienes esa imprenta en tu ser de Dios; al fin y al cabo, eres su hijo e hija.