El "principio" implica un cambio

Capítulo IV

Que Jesús, en el sermón de la montaña, hablara del "principio" no es casualidad; esa palabra da sentido a nuestra existencia. Y dirás, ¿por qué? Pues porque el hecho de que diga que al principio no era así, implica que ha habido un cambio entre antes y ahora (el ahora de Jesús y la gente en aquel momento del Evangelio, y del nuestro también). Ese cambio es el límite entre la inocencia original y el pecado en el Génesis; podríamos decir que el punto de inflexión es el árbol de la ciencia del bien y del mal.

Fíjate en el nombre de ese árbol, porque tampoco es casualidad: el árbol de la ciencia del bien y del mal. Adán y Eva no conocían el mal, porque conocían a Dios y vivían en el Edén, pero en ese árbol ya está inscrito el futuro, la consecuencia de los actos. En el antes y el después de que comieran del fruto prohibido, el hombre "tiene una dimensión propia en sí mismo, en su interior, en su conocimiento, conciencia, opción y decisión" (Cap. 4, p.1), y todo eso está relacionado con Dios, el Dios de la Alianza. Una alianza que se ve representada en ese árbol y en cómo Adán y Eva conocen a Dios: en el estado original, como don y Señor; en el estado histórico (el hombre después del pecado), como alguien autoritario a quien temer. Y así como conocen a Dios antes y después, también cambia su manera de verse a ellos mismos y al otro, y a su manera de ver esa alianza.

Pero no nos quedemos solo en lo malo, porque hay una esperanza en esto, y es que la misma palabra 'principio' "nos permite encontrar en el hombre una continuidad esencial y un vínculo entre estos dos diversos estados o dimensiones del ser humano" (Cap. 4, p.1); es decir, que el hombre con el pecado original (el hombre histórico) no puede entenderse sin el hombre prehistórico (el de la inocencia original, tal como Dios lo pensó). Nosotros tenemos una naturaleza hoy, que tiene unos antecedentes y una historia previa; nuestra naturaleza hunde sus raíces en el Edén; nuestro valor viene de ahí, de ese vínculo. Estamos arraigados a nuestra historia revelada, por eso lo que hoy somos lo podemos explicar en referencia a lo que una vez fuimos.

Cuando Adán y Eva rompen con la inocencia original, Dios no les deja solos; es en ese momento cuando reciben la promesa de la redención: "Pondré enemistad entre tú y la mujer, entre tu descendencia y la suya. Su descendencia te aplastará la cabeza, y tú le morderás el talón" (Gen 3,15). Esto pasa entre hombre y mujer, no porque Dios lo haya sentenciado así, sino porque el pecado distorsiona la mirada del otro como don; pero es que esto se refiere a Jesús y la serpiente. Es una promesa de que Jesús vencerá. Imagina a Adán y Eva, que acaban de traicionar a su Señor y son conscientes (en una minúscula parte) de lo que han hecho, y Dios les da una promesa de redención; y ellos van, desde entonces, viviendo en búsqueda de esa redención. Nosotros vivimos en la búsqueda de esa redención que se nos ha prometido. Y esto implica una cosa: estamos cerrados al hombre original, pues no podemos volver ahí; pero tenemos la perspectiva de una redención, por lo que el hombre histórico acabará, y podremos vivir como Adán y Eva pero sin volver al Edén, sino en el Cielo. Por eso San Pablo dice: "...también nosotros, que tenemos las primicias del Espíritu, gemimos dentro de nosotros mismos, suspirando por...la redención de nuestro cuerpo" (Rom 8,23). En nuestro interior, en lo más profundo, hay un gemido, una sed de cielo, una sed de plenitud, una sed de comunión. Y esto lo vivimos en nuestro cuerpo, que es el medio por el cual percibimos las cosas; nuestro cuerpo es el mapa del hombre prehistórico, del histórico y del redimido. Por eso Jesús vino en cuerpo a la Tierra, para que este mensaje pudiera ser percibido por los que le vieron y estuvieron con él.